Hay una frase en zulú, “Umuntu ngumuntu ngabantu”, que significa “una persona es una persona a través de otras personas”.
La psicología científica ha adoptado supuestos cartesianos individualistas que desvinculan lo que une al yo con los demás.
La distinción del “yo” con el “otro”, que es axiomática en la filosofía occidental, está más desdibujada en un pensamiento con origen en la antigua África, donde los seres humanos nacen sin personalidad; esta se adquiere a través de interacciones y experiencias a lo largo del tiempo.
Quiénes somos depende de muchos “otros”: familia, amigos, cultura, etc., por tanto, las relaciones informan la auto comprensión.
La noción de un yo ambiguo y fluctuante no le cuadró a René Descartes, quien pensaba que el hombre era esencialmente autónomo y autosuficiente: racional y limitado por una mente que debía ser escéptica.
Quería mirar el mundo sin depender de un conocimiento resuelto por Dios; de lo único que estaba seguro era de su propio cogito, un yo conocedor, que es un todo necesariamente desprendido, coherente y contemplativo.
Nada es simplemente en sí mismo, fuera de la matriz de relaciones en la que aparece. En cambio, ser es un acto o evento que debe suceder en el espacio entre el yo y el mundo.
Al precisar a los demás para nuestra autopercepción se superan las limitaciones de la visión cartesiana.