“…No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, rebosante. Porque con la medida con que midáis se os medirá”. Evangelio según san Lucas 6, 36-38
Las personas estamos sedientas de encasillar al resto de la humanidad, sólo necesitamos dos ingredientes de la vida de otro u otra para mezclarlos a nuestro antojo. Eso cuando conocemos o podemos conocer algo de su vida, ya que, en muchos casos es suficiente que se manifieste por alguien su opinión, o mejor dicho, su “libre pensamiento”, para que nos falte tiempo al resto para llamarlo “facha”, “rojo”, “manipulador”, “extremista”… y un largo etcétera…
Cada individuo nos consideramos únicos y diferentes a los demás, y no puede ser de otra manera pues que cada uno tenemos nuestro propia ADN que nos diferencia del resto. El problema surge cuando esa exclusividad se transforma en creernos superiores moralmente a los demás, considerando que nuestro juicio está mejor fundamentado que el del resto y, por consiguiente, estamos más autorizados para juzgar a todo aquel que no encaja en nuestra radiografía de lo bueno y de lo malo, basado en un concepto de verdades absolutas inexistentes.
Este comportamiento individual se reproduce a nivel colectivo, sobre todo en grupos marcados por una tendencia ideológica alienante, entiéndase por tal, aquella que rechaza a los miembros que piensan de forma autónoma que pueda contrastar con la colectiva, haciendo una radiografía subjetiva grupal diferente a la carta de presentación que, normalmente, solemos adornar por aquello de causar buena impresión. Radiografía que hace que montemos en un santi amén un pedazo película que para si desearían como guionisas algunos de nuestros cotizados, admirados y galardonados Directores del Cine español.
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Guiones de ciencia-ficción por la labor de inventiva profunda que llevan implícita, donde atribuimos de un modo totalmente subjetivo conductas o actuaciones lo más alejadas de la realidad, de ahí lo de ficción…, fruto de una labor maquiavélica, retorcida y astuta del director-guionista/s y actores secundarios y de reparto, manejados al antojo de primero, salvo que se trate de un grupo, de los denominados conspirativos o, simplemente, de imposición conductual o ideológica, en el que el promotor suele asumir su liderazgo con un guion impuesto…, por no se sabe quién. Si eso no es ciencia, al menos si es un proyecto perfectamente orquestado con una finalidad concreta que es desacreditar y, raramente ensalzar, al protagonista; aunque en el primero de los casos pueda poner en riesgo su honor y propia imagen.
Bien es cierto que, muchas veces ayudamos con nuestras propias conductas a que los individuos que nos rodean nos juzguen como un mecanismo de singularizar una conducta que consideran contraria a sus propios intereses o a los plurales del grupo, algo muy humano pero, no por ello, éticamente válido cuando se hace de forma despiadada e investidos de un toque divino que nos hace considerarnos portadores de la luz y la verdad. ¿Qué luz… y qué verdad?.
Así, nos pasamos toda la vida colgando “San Benitos” a los demás, siendo lo peor cuando lo hacemos con intención dañina o de venganza, aunque nada más sea por pensar de forma diferente y, lo que es peor, no dando la oportunidad a quien juzgamos de dar su versión de los hechos, lo que demuestra una gran cobardía por nuestra parte, sobre todo cuando se hace en base a un guion escrito por otros o por la suma de los miembros del grupo, olvidando que la carga de la prueba corresponde a quien acusa y no al acusado.
Así pues, bajo la sinceridad y consciencia de haber sido juzgador, a veces, quizá tantas como en las que he sido juzgado, como todo hijo de vecino, hasta los que huelen a incienso; ahora, situándome del otro lado, permítanme poner fin a la película que el resto me pueden estar haciendo, como es normal, con una voz en off sobre un fundido en negro de la última imagen, un primerísimo primer plano de mi cara, que diga no merezco el honor de ser vuestro protagonista.
Por lo demás… sigamos aspirando a nuestra película de Oscar, quizá algún día lo alcancemos, o no, quién sabe… la moralina siempre se ha vendido muy bien y, el convencimiento de ser mejores que el resto, nos hace ser pertinaces … maldita la soberbia espiritual, nos hace ser extremadamente esquizofrénicos.
Y, recordemos
“Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre deja de existir”.
Lo dijo Leonardo da Vinci que, aunque irreligioso, no rechazó las ideas que le trascendían, y antepuso a todo el valor del individuo. El humanismo se hace no se predica y, tal vez, aprender a ser magnánimos en nuestros juicios ayudaría a que los demás también lo fuesen con nosotros.
Yo… seguiré viendo cine…