UNA MÍNIMA RENTA

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Hay momentos en los que las palabras parecen un estorbo a la hora de escribir sobre ciertas cuestiones, sobre todo éticas y morales, sobre todo sociales. Distinguir entre lo que se dice y lo que se pretende es una aventura en la que los principales escollos son identificar la lógica del dicente y encontrar el sentido último al contrasentido que se expresa.

Antes de la radicalización de las ideologías, y de su desfachatez en el uso de ese bien común que es el lenguaje, para no decir nada, o para decir lo contrario de lo que parecen decir, o para desdecirse reafirmando, podíamos estar de acuerdo con el poeta y proclamar que nos quedaba la palabra.

Hoy ya no, hoy no nos queda ni siquiera la palabra, hoy no nos queda ni siquiera, empiezo a creer, la capacidad de un pensamiento independiente que pueda transmitirse con palabras.

La confrontación ideológica a la que estamos sometidos los ciudadanos no alineados, o, como despectivamente dicen los forofos, equidistantes, no nos permite expresar con palabras mesuradas y razonables, la opinión que todos ellos nos merecen. Bueno, sí, siempre y cuando esperes la correspondiente descalificación, sin argumentos, ni empacho en la respuesta, que nunca argumento en contrario.

Estos días, en los que la pandemia parece retroceder, en los que el mejor augurio es que el Covid parece estar mutando y perdiendo virulencia, como ya le pasó a algunos de sus hermanos coronavirus, y que los números bajan para satisfacción general, incluso de los políticos, estos nos han dispuesto un nuevo tema de falsa confrontación para seguir justificando su sueldo, y para mantenernos inmersos en una lucha que impida que nos unamos para pedir las cuentas que nos están siendo escamoteadas.

El ingreso mínimo vital, o renta básica. ¿Es justo? a mí me lo parece. ¿Es necesario? Estoy convencido. ¿Es el momento? Para algo justo y necesario siempre es el momento. ¿Está bien hecho? No, rotundamente no. ¿Se cuenta la verdad sobre su filias y sobre su fobias? No, ninguno, todos mienten, lo saben y nosotros también deberíamos de saberlo.

El primer argumento en contra de la derecha, es su inducción al profesionalismo de la subvención, y esa fobia está justificada, pero ni es la primera subvención que existe, ni su negación va a mejorar la situación. ¿Es justo vivir del esfuerzo ajeno? No. ¿Es suficiente la renta marcada para vivir de ella? En unos sitios sí y en otros no, lo cual ya establece la primera de mis discrepancias con el tema. ¿Crea problemas añadidos? Si, aunque nadie parece comentarlo. Favorece la economía sumergida ya que al no poder vivir con la cantidad asignada siempre se buscarán pequeñas tareas de tal índole que no habrá opción a declararlas. ¿Habría otros sistemas y métodos para alcanzar lo mismo? Si, y más justos, pero evitarían que los subvencionados se conviertan en rehenes de voto de quienes han instaurado el sistema.

Hay ciertas consideraciones que nadie se ha hecho, al parecer, y que deberían de estar en el argumentario de los no forofos:

-¿Es lógico detraer recursos económicos para personas en edad y capacidad laboral, cuando hay otros segmentos de población en necesidad? Podemos recordar, en respuesta a esta cuestión, que las pensiones oscilan entre lo miserable y lo insuficiente para la inmensa mayoría de los jubilados españoles, y este aumento del gasto no parece que vaya a favorecer sus expectativas de una mejora imprescindible. Tampoco la dependencia está dotada suficientemente, y tampoco parece que eso haya preocupado excesivamente al disponer de los recursos de las arcas del estado. ¿Estos argumentos invalidan la justicia y necesidad, en casos puntuales y controlados, de la prestación? Definitivamente no, pero como en toda economía, sea familiar o estatal, no se pueden acometer todos los gastos a la vez si no están asegurados los recursos suficientes

-¿Su dotación se logrará a través de un impuesto a los ricos? Esto es como decir que se le va a pedir a los Reyes Magos. Es una falacia populista sin más contenido que buscar el aplauso fácil y el paseíllo torero en el hemiciclo. Una boutade para incondicionales y forofos. Primero habría que identificar quienes son los ricos, porque seguramente usted, que nunca ha podido considerarse tal, y hay meses que acaba malamente, estará, para ciertos personajes e ideologías, en el punto de mira. Hablan de un patrimonio de un millón de euros, cantidad que le parecerá inalcanzable a algún habitante de la España vacía o de alguna aldea gallega, pero que para un habitante de las grandes urbes es el precio de una vivienda medio alta que está pagando al banco hasta el día de su muerte. Porque el patrimonio nominal, como bien sabe cualquiera que viva en el mundo real, no garantiza la calidad de vida, que seguramente es mayor en lugares pequeños y patrimonios menores, que en los grandes núcleos urbanos de vida cara y difícil. O sea, otra falacia activista. Y lo que no explica el populista de turno es que en un sistema de libre circulación de capitales, y en un país sin tejido industrial propio, el capital desaparece con la misma facilidad que la factoría de Nissan, o aún mayor, por no comentar que la presión fiscal sobre las empresas está focalizada sobre la pequeña y mediana empresa, o sea los de siempre, y que si cambias eso sin una planificación adecuada, sin un diálogo inteligente y sin un acuerdo consensuado, lo único que vas a lograr es la miseria social que supone la huida de todo ese trabajo a lugares más benignos fiscalmente hablando.

-También cabría preguntarse, si hay un salario mínimo recién revisado, y por tanto todos los que trabajan cobran lo justo según la ley, ¿por qué esa renta mínima se puede usar, se va a usar, como un complemento salarial? ¿Por qué la renta es válida incluso para personas con trabajo? Lo lógico sería mejorar el sistema contractual, las condiciones laborales, evitando los trabajos que no permitan una vida digna al trabajador, y hacer incompatibles ambos conceptos, o, con la picaresca habitual, nos podremos encontrar con familias que sin apenas trabajar logren unos ingresos superiores a los de otras que trabajen regularmente. Y eso si es un problema que acaba generando descontento y agravios por falta de justicia social hacia los que trabajan y no piden, o no logran, esas subvenciones.

-¿Por qué la cantidad elegida es esa y no otra? Aquí el cinismo me puede. Porque es bueno para las corrientes que se dicen sociales que la cantidad permita crear un clientelismo sin facilitar que esa ayuda dé acceso a variar el estatus de los que la reciben, lo que rebajaría el número de votantes cautivos. Estoy seguro de que este argumento ni figura en ningún documento, ni ningún político la va a reconocer, pero ahí está, “e si non e vero, e ben trovato”.

Hay muchas más consideraciones a favor y en contra, lo que demuestra hasta qué punto esta iniciativa es más un movimiento político que social, más una afrenta ideológica, tal como se ha concebido, que un progreso social, que también existe. Más una luz de navajas ideológicas que una preocupación real por la población.

Pero la extensión del artículo no da para ser riguroso. Poco más de dos páginas no nos llevan a otra cosa que a rascar la superficie y dejar algún arañazo en el que las mentes realmente independientes puedan profundizar. Y eso ya sería un logro.

Como bien intentaba explicar al principio, es lamentable tener que abrir las costuras de algo que se considera justo y necesario, pero lo justo y necesario no lo es tanto cuando se logra mediante la mentira y la crispación. Antes de que nadie me insulte, o precisamente para lograrlo, la crispación artificial de ambos bandos, que, para mí, no son otra cosa que las dos caras del mismo, la derecha, y la antiderecha.  Las dos caras de un capitalismo absoluto que busca hacerse la competencia a si mismo para justificarse.

 

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