Galaxia Gutenberg ha publicado ‘Demetrio Carceller (1894-1968)’, de Enrique Faes. Es la biografía de un empresario de foto en blanco y negro que hizo fortuna económica. Era ya un hombre rico cuando asumió la cartera de Industria y Comercio en el segundo gobierno de Franco; fue ministro entre 1940 y 1945, durante casi toda la Segunda Guerra Mundial.
Demetrio Carceller Segura nació en el Bajo Aragón, y tenía seis años de edad cuando su familia se estableció en Terrassa. Se hizo perito textil y en 1927 participó en la formación del monopolio petrolero CAMPSA, compañía de la que fue subdirector poco antes de que fundara CEPSA.
Fue un negociador inteligente y pragmático, algo inusual en la España oficial de la posguerra, instalada en la torpe exaltación dogmática. Como ministro, jugó a varias bandas con el negocio del wolframio, supo obtener divisas y aproximarse a los Estados Unidos; también ganarse antipatías dentro del régimen franquista. El embajador británico lo definió como ‘hard-headed’, esto es, realista, práctico y testarudo. El corresponsal del Herald Tribune, de Nueva York, lo calificaba de duro, cínico y franco y agregaba que por esto era “impaciente con los métodos diplomáticos tradicionales” y le gustaba tratar sólo con hombres que pudieran decir rotundamente sí o no.
Su biógrafo dice que era “un experto en tensar los contornos de las cosas y superponer esferas de actuación, con tal de llevar algo a la práctica”. Cuenta también que Juan March y él, considerados como los hombres más ricos de España, estaban enfrentados entre sí. Ambos habían colocado fuera del país buena parte de su fortuna, a salvo de eventualidades y que, en su caso, Carceller se lo había explicado abiertamente a los diplomáticos británicos.
Llegó el día en que aquel hombre dejó de ser útil para Franco y lo destituyó por su acérrimo adversario Juan Antonio Suanzes, fue hace 75 años. Carceller no quiso asistir a su toma de posesión como ministro y padeció mucho por su pérdida de poder en la política. Al célebre periodista Manolo del Arco le confesó años más tarde que le había gustado estar en el Gobierno no por vocación política, sino por la satisfacción que eso le produciría a su padre, un hombre de clase humilde.
Se dice que pasaron casi dos años antes de que digiriera su salida del Gobierno y su desconexión de la política. Parece que le hubiera gustado organizar Hacienda. Se volcó entonces en sus negocios. En 1950, con cincuenta y cinco años de edad, sufrió un primer accidente cerebrovascular.
Su estancia en el Gobierno siguió la marca falangista. Josep Pla cuenta en un artículo recogido en el volumen 44 de su obra completa (publicado en 1984, ya fallecido el escritor ampurdanés) que José Antonio Primo de Rivera le confesó en una tertulia de la redacción del diario El Sol que le había propuesto a Demetrio Carceller dirigir Falange, pero que éste no aceptó. Tenía a su favor, decía el fundador, su astucia y “que no fuera hijo de un general, que no tuviera un apellido y un título nobiliario”. Por su parte, Pla apostillaba que José Antonio era una de las personas más elegantes, cultivadas, apasionadas y desplazadas que había conocido en Madrid. El calificativo de ‘desplazado’ me sorprendió al leerlo por primera vez, pero lo entiendo como sinónimo de inadaptado al ambiente político de su época. Y esto da para nuevas reflexiones.