Reposando ocultos bajo las aguas de nuestros mares y océanos, a veces poco profundas, desdibujados en fantasmales siluetas inmutables en el tiempo, permanecen los pecios. Rodeados de un lúgubre silencio acechan siniestros, amenazadores, rezumando de sus tanques un líquido venenoso y mortal. Ese goteo espeso, negruzco, oloroso, es el fuel de los barcos mercantes y buques de guerra que fueron hundidos durante la II Guerra Mundial. Destruye cualquier forma de vida in situ y alrededores, incluso a varios kilómetros de distancia su acción corrosiva contamina los organismos de los peces, que posteriormente al ser capturados transmiten la contaminación a la cadena alimentaria.
Durante varias décadas su existencia ha pasado inadvertida a la mirada de millones de personas, pero no por ello han dejado de existir, representando un latente y escalofriante peligro, una amenaza real y global. Es la nefasta herencia que las generaciones precedentes enzarzadas en conflictos bélicos nos han legado. Este perturbador bagaje de pecios desperdigados en los océanos, cercanos a las costas, constituyen una auténtica bomba de relojería que de estallar en algún momento, la magnitud de las consecuencias serían de dimensiones catastróficas para el medio ambiente y muchas especies, entre ellas la humana. Ni siquiera a día de hoy los científicos pueden valorarlas por su cuantía.
El deterioro se va acumulando en el tiempo, por cada década transcurrida las láminas de acero pierden de 0’5 a 2 milímetros a causa de la corrosión que ejercen la temperatura, la salinidad del agua o la profundidad a la que se encuentran. En el Pacífico, en las costas australianas, un grupo de científicos ha podido constatar en sus informes a través de las investigaciones llevadas a cabo, que cuando esas láminas de metal reduzcan su grosor de entre 3 a 10 milímetros, se producirá una inestabilidad que causará la rotura del tanque con poca presión. Mientras, los pecios continúan desgastándose por la oxidación y muchos de ellos se están acercando a esa situación crítica y alarmante.
“constituyen una auténtica bomba de relojería que de estallar en algún momento, la magnitud de las consecuencias serían de dimensiones catastróficas para el medio ambiente y muchas especies, entre ellas la humana.”
El cargero Coast-Trader
En Japón, Estados Unidos y Europa se han localizado en diversos puntos de sus costas más de 6.300 pecios con los tanques repletos de toneladas de crudo y combustible. Uno de los que actualmente más preocupa a los científicos es el Coast Trader, un carguero que fue hundido por un submarino japonés frente a la costa de Seattle, calculan que contiene en su interior unas 400 toneladas de fuel.
Una ingente cantidad de naufragios voluntarios e involuntarios se produjeron entre 1.939 y 1.943 en la Batalla del Atlántico. Los aliados hundieron 696 submarinos de la prestigiosa Kriegsmarine alemana y a su vez perdieron 2.452 mercantes más 175 buques de guerra. Si le añadimos el coste en vidas humanas, más de 25.870 tripulantes, el precio es incalculable.
Sobresalen los hundimientos más relevantes de los buques considerados como los colosos del mar, el alemán Bismarck (casi 51.000 toneladas) y el británico H.M.S. Hood (alrededor de 44.600 toneladas). En mayo de 1.941 el buque británico recibió de lleno el brutal impacto de una granada de 381 kilos lanzada desde el Bismarck, creando tal explosión que lo partió en dos. De la tripulación compuesta por 1.415 hombres, sólo se salvaron tres. Al tener conocimiento del hecho inmediatamente Winston Churchill dio una orden: “Encuentren al Bismarck”.
Sin tregua, la joya del nacismo y gran orgullo del Reich, fue perseguido incansablemente por las fuerzas británicas durante cuatro interminables días. Finalmente le localizaron antes de que pudiera llegar a la rada de Brest en la costa francesa. Se inició una implacable batalla, uno de los torpedos de los aliados consiguió destruir el timón y la flota naval británica concentró el fuego hasta reducirlo, a las dos horas dio la vuelta de campana precipitándose al fondo del océano para siempre, arrastrando consigo cañones, armamento y tanques rebosantes de fuel, además de la irreparable pérdida de las vidas de 2.097 hombres. Únicamente sobrevivieron 115 tripulantes.
Hundimiento del Bismarck
En la Bahía de Dancing, en la costa de Polonia, ha desaparecido cualquier forma de vida a causa de los restos del buque hospital alemán Stuttgart, el cual yace bajo la quietud de sus aguas como una sombra tenebrosa desde 1.943, a tan solo 20 metros de profundidad.
Solamente en las costas noruegas se calcula que fueron hundidos alrededor de 900 barcos, siendo considerados 29 de ellos de alto riesgo al almacenar en sus tanques una enorme cantidad de combustible. El único país del mundo que ahora está invirtiendo para limpiar y salvar sus costas bombeando el fuel de los pecios, es Noruega.
¿Por qué no siguen el mismo ejemplo el resto de los países? ¿O quizá es más cómodo mirar hacia otro lado y dejar la misma herencia nefasta a nuestros jóvenes, a nuestras futuras generaciones? Pero la cuestión principal no es ésta, sino el tiempo del que, por desgracia, no dispondrán. El tic tac del reloj comenzó a contar desde el mismo instante en que tales desastres humanos y medioambientales ocurrieron. Y a día de hoy, en pleno siglo XXI, siguen sin resolverse. ¿A qué se está esperando para actuar y tomar las medidas necesarias?
Fuentes consultadas: Historia de la II Guerra Mundial Documental del año 2017: “Las lágrimas negras del mar” Director: Christian Heynen
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