Cuando jugamos a la lotería los hacemos con el anhelo de que nos toque. En nuestras cabezas se acumulan hasta incluso los buenos deseos de compartir un pellizco con nuestros seres queridos, aparte de un coche nuevo, amortizar la hipoteca y un buen viaje a ese lugar que, quizá nunca podamos hacer con nuestros ingresos procedentes de un pequeño o moderado salario, aparte de tapar esas deudas cotidianas que nos aprietan el cuello, casi hasta la asfixia.
Estos son los deseos de la mayoría de los españoles que vivimos al día, o tal vez debería decir, que intentamos sobrevivir de mes a mes en que recibimos nuestra nómina. Eso, quienes tengan la suerte de tener un trabajo, aunque sea esclavizante por las horas trabajadas, más de las permitidas, y que no se cobran porque pasan directamente a la faltriquera de quienes nos tiene en su plantilla.
Este razonamiento, sin quererlo, se ha despertado conmigo esta mañana, un día después de la fiestas del trabajo; por cierto cada vez menos celebrada, tal vez por la poca confianza que cada día nos inspiran los sindicatos, pero sobre todo, y creo no equivocarme, porque no hay nada que celebrar cuando la situación laboral en este país cada día es peor. Peores salarios, peores condiciones laborales, y un paro galopante que lleva a muchas familias a la desesperación y a vivir en muchos casos de las mermadas pensiones de los padres y abuelos, cuyo hogar se ha convertido en el lugar de retorno de los que un día decidieron formar una vida independiente. Qué paradoja.
Esas vuelta a la casa de nuestros padres ya no es sólo por navidad, como dice el spot publicitario, porque de momento se ha convertido en una vuelta casi sin retorno, donde los abuelos ya no pueden vivir su sosegada y merecida jubilación al tener que volver a desempeñar el roll del padre familia, pero ahora de una familia más numerosa que cuando el nido se quedó vacío, puesto que, quienes vuelven a casa no sólo son los hijos y sus respectivas parejas, sino también todo la prole en edad de crecer.
Esta es la fiesta del trabajo, cuyo tema principal, porque así lo calificaron los líderes sindicales y políticos que acudieron a la manifestaciones convocadas, fue la corrupción tildada de pornográfica, del partido que gobierna el país, pero que yo calificaría, además, de insostenible por la humillación que supone para quienes la soportamos y, tal vez consentimos con sumisión al poder y la resignación de que nada se puede hacer.
Nos han arrebatado una parte importante de nuestros derechos laborales y otros derechos civiles, y seguimos permaneciendo ocultos en nuestro pequeño mundo, en nuestros hogares o en el de nuestros padres, con la justificación de que “a mi sólo me importa los míos”, como si viviesen en una galaxia diferente del resto y sin darse cuenta que el entorno social también es parte nuestro y que si entre todos no se cambian las cosas, los suyos pueden que algún día no tengan hogar donde vivir ni comida que llevarse a la boca, o al menos, no vivir de la manera que ahora lo hacen.
«Nos han arrebatado una parte importante de nuestros derechos laborales y otros derechos civiles, y seguimos permaneciendo ocultos en nuestro pequeño mundo, en nuestros hogares»
La calle no se debe callar, es el lugar que nos queda a los ciudadanos y ciudadanas para reivindicar nuestros derechos, no sólo el 1 de mayo, sino el 2 o el 3… y sino el tiempo que sea necesario, pacíficamente pero alzando la voz lo suficiente para conseguir que esos políticos de mierda –y no pido disculpas por el calificativo- oigan de una puñetera vez el sufrimiento del pueblo al que tantas promesas hacen en campaña electoral.
Si, estamos ante una corrupción pornográfica, tan sucia y asquerosa como el partido que está cobijando a tanto delincuente, no muy diferente al que gobernó anteriormente, a los que sólo les importa la política para medrar.
Ayer fue 1 de mayo y sentí vergüenza de no ver las calles y plazas aborrotadas, sólo las grandes ciudades como Madrid y Barcelona salvaron la convocatoria de la quema. Pero no basta sólo con un día, tenemos que volver a echarnos a la calle, los días, los meses y los años que hagan falta para echar a tanto político sinvergüenza de nuestras instituciones, y a algunos que otros dirigentes sindicales, incapaces de luchar con la contundencia que hay que hacerlo para recobrar los derechos que los corruptos patriotas de pacotilla que se arropan con la bandera de España, como si fuera suya, nos han arrebatado. Hagámoslo, sin miedo, con la dignidad de todo un pueblo en el que descansa la soberanía popular. Acudamos a las plazas de nuestros pueblos y ciudades a la salida del trabajo, hoy, mañana, pasado mañana, y el tiempo necesario para desenmascarar a los que día tras día nos roban. Ese día, si valdrá la pena festejar el día del trabajo, porque los trabajadores habremos recobrado nuestro dignidad.
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