Una de las cosas peores que hay en política es la de quien se sube al carro aprovechando la oportunidad del momento para sacar la mayor rentabilidad de ello, actitud que en más de una ocasión ha protagonizado y, permítanme la expresión, el falso o farsante Albert Rivera, el hombre de centro, según él, que más a la derecha no pueda estar.
Ya lo demostró con su apoyo a la envestidura de Rajoy, dándoselas de hombre de Estado, para permitir la gobernabilidad del país, aunque de vez en cuando pretenda correr una cortina de humo con sus críticas a determinada acciones del gobierno que, al final permite en su connivencia con aquel, por lo tanto cómplice también de ellas, incluso, tal vez, como colaborador necesario ya que, sin su apoyo, determinados desmanes del PP tendrían freno.
Así es Rivera, un oportunista que me recuerda a muchos de los que he conocido en mi activismo político, si es que así se puede llamar a mi paso fugaz por algunas militancias políticas, pensando en cambiar el mundo, creyendo en personas que, al final, resultaban ser lo mismo que criticaban.
Hoy día no creo en nadie. Ningún político me ofrece la confianza plena para que yo le dedique un minuto de mi tiempo, pudiéndose decir que me he convertido en un ácrata recalcitrante, que lo único que defiende es la libertad de pensamiento y el respeto a quienes no piensan igual que yo; actitud que en determinados momentos no es fácil de mantener cuando te encuentras en el camino a ciertos seres con actitudes fanáticas y seguidores de ideologías descafeinadas o de moda, que cada vez son más, pero que, cuando rascas un poco, te das cuenta de lo que son, perros fieles a sus amos y faltos de criterio.
A veces he preguntado a personas de derechas el porqué de su “seguidismo” político, sin saberme dar una razón convincente. Les he preguntado por su ideología, y lo único que he obtenido han sido ambigüedades o absurdeces en las que incluso mezclan religión y política. Les he pedido que me definan el liberalismo que practican, confundiendo liberal con libertad… Claro que, al preguntar a los de izquierda, no han sido muy diferentes a los que tienen enfrente, o mejor dicho a los que están enfrentados; sin saber lo que es el socialismo, y mucho menos practicarlo.
Luego están los social-demócratas, como se autodenominan ellos, a los que yo llamo descafeinados con leche desnatada, en donde sitúo a los de Albert Rivera, quienes se mueven dependiendo de donde venga el viento, tal y como han demostrado en la última manifestación y huelga feminista del pasado 8 de marzo, sobre cuya convocatoria se convirtieron en los más críticos, con Arrimadas, la única mujer con más mando en el partido a la cabeza que comparó la huelga a un “picnic comunista en la plaza de Moscú”; pero que no tardó en ensalzar su gran triunfo, como así ha sido a nivel mundial, al día siguiente de su celebración, como una victoria de las mujeres entre las cuales se situaba ella.
“Luego están los social-demócratas, como se autodenominan ellos, a los que yo llamo descafeinados con leche desnatada, en donde sitúo a los de Albert Rivera, quienes se mueven dependiendo de donde venga el viento…”
Debería darles vergüenza este tipo de prácticas, sobre todo cuando llevan aparejadas ciertos juicios morales, como si ellos fuesen los único portadores de la moralidad política; cuando distan mucho de ser políticos inmaculados, como así puso de manifiesto el Tribunal de Cuentas respecto a su financiación irregular en sus inicios parlamentarios en Cataluña; sino más bien los representantes de una farsa política de oportunismo sin límites.
Y, como siempre, muchos de los que depositan su voto a favor, creyéndose las mentiras de tanto sinvergüenza que se suben al carro del oportunismo, del mamoneo sin límites, ases de la manipulación ideológica, entre los que se sitúa Rivera y su lugarteniente Inés Arrimada. Tal vez esta sea la forma de triunfar en la política, vendiendo farsas al pueblo, poniéndose medallas ganadas por otros, haciéndose pasar por hombres y mujeres de pro, cuando en realidad huelen igual de mal que a los que critican.