…En el quinto piso de la calle de San Conrado vive desde hace más de setenta años Esperanza.
Solamente la chapa azul con el nombre del cartel de la calle recuerda el día exacto en que llegó aquella mujer de pelo negro.
Eran esos momentos, justo después de la gran guerra, en los que la ciudad, antes pintada de grandes avenidas y plazas, de bulliciosos mercados de flores y de un hermoso lago en el que la gente echaba monedas cargadas de deseos, era un sinfín de solares vacíos llenos de escombros, recuerdos llorosos y bombas sin explotar.
Y fue un día nublado que amenazaba lluvia, en los finales de septiembre cuando Esperanza, la mujer con más nombres que ese, con una maleta de cartón piedra en la mano atada con dos cintos, entró con paso firme en lo que había sido la antigua plazuela del Arrabal….
Allí cada martes y ese día lo era, todos los desheredados formaba una interminable cola con cualquier cosa que pudiera contener un poco de sopa en su interior en la mano.
Hombres mujeres y niños esperaban desde primeros de la mañana a que los miembros de la “Fuerza de la Fe”, echaran un poco de “hasta mañana” en sus improvisados cazos.
Esperanza, con el andar lento que siempre tuvo, dio un par de pasos de pájaro hacia ellos y tras eso, se les quedó mirando sin que ellos, ciegos de pena apenas pudieran entrever su silueta…
A los lejos, tras las suaves colinas de la Revolera, unos niños, recogen con sus manos, la melaza que se desborda de los vagones de un tren de mercancías cargado de caña de azúcar. Es la primera vez que prueban el dulce empalagoso de la alegría y también la primera vez también en muchos años que sonríen….Y es que, un niño no es un niño si su boca no está manchada de un caramelo o de algo parecido….
Esperanza ha dejado su maleta en el suelo y se ha sentado sobre ella.
Un muchacho vestido con un uniforme militar hecho jirones es el primero en verla.
Tiene los ojos hundidos y sus ojos proyectan, como en una cámara de cine, la triste película de su vida, dirigida por un director todavía demasiado joven….
Abandona la fila de hambrientos y se dirige hacia ella con los torpes pasos de unas botas cuatro números más grandes que sus pies….
Sus huellas dejan en la arena los dibujos de un pez.
Esperanza, llena de luz, reconoce al muchacho y sin levantarse le tiende sus brazos….
-Te estaba esperando –le dice ella mientras saca del bolsillo de su cacheta verde, algo muy parecido a un corazón de cristal-
-Y yo a tí Esperanza y yo a ti –le responde el muchacho- Cómo has tardado tanto?. Aquí lo estamos pasando muy mal…..Ya no nos queda nada….
Esperanza se ha quedado en silencio…..
Alguien ha lanzado al cielo un borrador de pizarra y ha enfadado a las nubes que empiezan a soltar la primera lluvia tímida desde primeros de agosto…
El olor a tierra mojada es lo mejor que ha pasado desde hace tanto tiempo….
Todos miran hacia arriba y el arriba les sorprende con el pasar lento de alas rápidas de una bandada de Palomas que les saludan.
Una madre con un niño de apenas unos días de vida en sus brazos se sale de la fila, y sacando uno de sus pechos y acercándolo a los labios de terciopelo de la flor de primavera, hace de vía láctea sobre lo que más ama que aferrándose a su madre con toda la fuerza que da la inocencia, hace que todos los que ven aquella escena, piensen que esto no ha acabado….
-Yo También te esperaba –le dice la mujer a Esperanza-. Gracias por haber venido….
Los niños de la melaza corren hacia la Plazuela de Arrabal, mientras el tren se despierta y lentamente empieza a inventar la vía de hierro que le llevará a otra plaza de gente haciendo cola….
El tiempo se borra….y sobre la plaza crecen regados por el tiempo edificios blancos y bonitos y una fuente con un niño de piedra de blancos dientes recuerda con una placa de bronce escrita el milagro que allí sucedió.
Y en la cercana calle de San Conrado, en todos los quintos pisos de aquella ciudad que una vez a punto estuvo de morir, mira Esperanza desde el alfeizar de la ventana, de todas las ventanas de las casas y aún con la maleta sin deshacer, como las nubes pasan velozmente, reflejadas en las pupilas del corazón de todos los hombres que aún creen que el mundo es hermoso…