UN MUNDO DE FANTASÍA CAPRICHOSA

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En los últimos días las musas se han acordado de mi después de haber estado de vacaciones, y las fantasías se agolpan en mi cabeza. Pero no quiero hablarles de esas fantasías que me aproximan a mi infancia sino de otro tipo de fantasías, los montajes que todos nos hacemos para justificar determinadas opiniones o conductas y que hace que los adultos mostremos nuestra inmadurez, transformando la realidad en un mundo imaginario que acomodamos a nuestro capricho porque de esta manera somos más felices o nos complicamos menos la vida. Es decir, por complacencia.

De esta manera transformamos la realidad en nuestra realidad, la verdad en una verdad aparente, la razón en una falacia, sintiéndonos satisfechos de pensamientos  que nos empeñamos en transmitir al mundo que nos rodea como verdades absolutas que, además, defendemos de forma encarnecida cuando encontramos a alguien que las cuestione.

El problema viene cuando este comportamiento no es predicable a una sola persona, sino cuando se traslada a un grupo social pretendiendo influir,  creando corrientes de opinión que no se corresponden con la realidad sino en un montaje manipulado, no tanto intencionadamente, que también, sino por no acudir investigar la realidad de los hechos, lo que se traduce en un infantilismo acomodaticio, carente de la suficiente reflexión y estudio como para poderla defender como una tesis plausible. Y, todavía es peor, cuando esta opinión se trata de imponer rechazando a todo aquel que no piense igual que el grupo en cuestión.

Cada día existen menos pensadores y, menos aún, pensadores libres, personas capaces de demostrar con razonamientos una proposición u opinión basada en una reflexión efectuada con el suficiente sosiego y estudio del tema del que hablamos. Nos convertimos en eruditos sin serlo, cogiendo retazos de opinión que no son nuestros convirtiéndolos en propios. En definitiva, estamos en presencia de una sociedad infantil ya que, como los niños, nos montamos un mundo irreal que nos hace ser más felices porque no nos mantiene en nuestra zona de confort, “quasimodo geniti infantes”, como bebes recién nacidos, pero con el agravante que no lo somos.

“Cada día existen menos pensadores y, menos aún, pensadores libres, personas capaces de demostrar con razonamientos una proposición u opinión basada en una reflexión efectuada con el suficiente sosiego y estudio del tema del que hablamos”

Cuando nacemos somos seres puros con un mundo interior virgen que, a medida que vamos creciendo, vamos llenando absorbiéndolo como si fuésemos esponjas con nuestras experiencias y con lo que vamos aprendiendo del mundo exterior, actuando en este estadio de nuestra vida más por imitación de nuestros mayores y nuestro entorno que por convicción propia, contaminándonos a medida que vamos creciendo por influencia ajena en nuestro mundo interior.

He aquí el problema, como seres sociales a veces pesa más la influencia exterior que nuestro mundo interior. Sólo y exclusivamente porque no hemos trabajado este último, es decir, nos abandonamos a la inercia de movimientos sociales y corrientes de opinión, sin plantearnos el porqué de las cosas y, muchos menos de investigar sobre el tema. En pocas palabras, nos convertimos en borregos sociales, sin opinión ni criterio propio, subyaciendo a este comportamiento la comodidad y  una moral acomodaticia.

En definitiva, estamos en presencia de un infantilismo social que cada día contamina más la realidad, la verdad de las cosas, en su sentido genuino. Una sociedad que en vez de ir evolucionando en el pensamiento y en la razón, involuciona, confundiendo la verdad con la fantasía, moviéndose en un mundo de medias verdades, a veces manipuladas con intención de que nos movamos en una determinada dirección sin saber muchas veces hacia donde nos lleva.

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