La falta de costumbre hace que escribir sobre algo positivo, sobre un hombre bueno, sea complicado, o resulte poco creíble. Nos falta práctica, nos falta que la rotundidad de los adjetivos sea tan redonda, tan definitiva, tan exactamente definitoria. Los calificativos positivos se diluyen en un limbo de insustancialidad, de languidez buenista que deja el mensaje en una suerte de etérea inconsistencia.
Y sin embargo los hombres buenos existen. Incluso existe el lado bueno de todas las personas, hasta de las peores, o las más malas, que, aunque incorrecto, suena con mayor rotundidad.
Tal vez por eso, nos cuesta tanto interesarnos por aquellos que hacen de la solidaridad, esa suerte de bondad que consiste en preocuparse por lo ajeno, una actitud sospechosa: “¿Qué buscara este?”, es el primer mensaje que se nos viene a la cabeza cuando alguien nos habla de ayudas, de actitudes positivas de compromisos y solidaridades, como si marcarse un objetivo, buscar un logro, invalidara ya de por sí todo atisbo de nobleza.
Yo he conocido a un hombre bueno, a un hombre que ha peleado por los suyos toda su vida, que ha peleado sin descanso, sin desmayo, por encima de avatares y enfermedades, por un objetivo que lo implicaba personalmente, pero que no por ello resultaba, resulta, menos loable, menos altruista.
Víctor, que ese es el nombre del hombre bueno que me llevado a escribir estas palabras, seguramente habría sido un hombre bueno en cualquier circunstancia, pero el nacimiento de su hija Eva, las discapacidades que la acompañaron desde sus primeros días, la preocupación por su presente y por su futuro, lo llevaron a implicarse y buscar incluso donde no había, y donde se encontraba esa barrera de soluciones inexistentes, Victor peleaba, presionaba, trabajaba en pos de que su idea se convirtiera en una posibilidad para su hija Eva, y, por ende, de todas las “Evas” que se iba encontrado en esa lucha sin descanso.
Pero sería justo hablar de Víctor y no hablar de Carmen, de su socia en la vida y en la lucha, sería injusto romper un equipo que ninguna adversidad logró romper, romper una unidad de lucha y trabajo tan inseparables, tan fuerte, tan idéntica que el famoso lema de sus católicas majestades apenas es un atisbo de lo que vivieron, padecieron y superaron juntos Carmen y Víctor.
Víctor ya no está, una enfermedad contra la que luchó sin desmayo, con el ansia de seguir en su otra lucha, de ver el futuro de su Eva resuelto más allá de voluntades o vínculos familiares, pudo finalmente con él. Hace apenas tres años dejó un hueco inmenso en su familia, un hueco apreciable en los que lo conocimos y conocimos de sus desvelos, un hueco insustituible en los que día a día luchan por logros imprescindibles para que la humanidad pueda considerarse como tal.
Estos días, al pasar frente al antiguo colegio de las Carmelitas en A Guarda, y ver el retrato de Carmen, de Víctor y de Eva en su fachada, y leer como ese convento serán las primeras piedras del logro de su lucha, me siento orgulloso de haberlos conocido, de haber compartido algunos retazos de mi vida con ellos y tengo la esperanza de que algo se me haya pegado. De que algo de su inmensa fuerza, de su bonhomía se refleje en la emoción que siento al escribir estas palabras, y que sean mensajeras, no solo de las virtudes de una familia abnegada y trabajadora, si no de la necesidad de colaborar con un proyecto que traspasa lo económico, lo social, para adentrarse en los mundos de lo que es justo, de lo que es solidario, de lo que es bueno.
Es inevitable escribir con el sentimiento de fatalidad de que las palabras se las lleva el viento. Sea para las críticas y las quejas, pero hoy escribo con la esperanza de que mis palabras puedan ayudar, de alguna humilde e imperceptible manera, a que este proyecto sea una realidad cercana que permita el descanso del que yace y el bálsamo de la que día a día sigue luchando por los dos.
Víctor se ha ido, Carmen sigue en la lucha. La ves pasear con su Eva, más grande y fuerte que ella y te preguntas de dónde saca la fuerza, la resistencia, para seguir esa tarea tremenda. Del amor, sin duda, y de la compañía que, aún después de muerto, Víctor le seguirá proporcionando en su memoria, en su corazón compartido. Pero Carmen no es eterna, como no lo fue Víctor, como no lo son ninguno de los Victores y Cármenes que día a día luchan, en una lucha desigual, por un futuro para sus hijos con carencias.
Como diría algún manchego, “yo ahí lo quedo”, por si mis palabras caen en algún saco que encuentre la posibilidad de ayudar, y adelantamos en unos segundos la finalización de un proyecto justo.
P.D. Para aquellos que no entiendan el gallego traduzco el texto de la foto: “Hagamos posible su proyecto de vida. Hogares Sanxe, conseguir imposibles. www.fogares.sanxerome.com.”
“Eva es muy especial para nosotros. Victor, su padre, es uno de los impulsores de este proyecto. Su sueño era ver los hogares construidos. En San Xerome trabajamos cada día para facilitar a las personas que apoyamos que cumplan sus sueños. En FoGaReS SaNXe trabajamos, además, para que se cumpla el sueño de Víctor y de muchas familias”