UN CHAVAL DE BROOKLYN, TEJEDOR DE SUEÑOS

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foto montaje plazabierta.com

 

Woody Allen ha presentado este año sus memorias: ‘A propósito de nada’ (Alianza). Algunas editoriales se negaron a publicarlas; síntoma de la cruzada de puritanismo que nos embarga, y de la que no se escapa nadie. Hace muchos años que este artista fue denunciado por graves abusos que no son del caso repetir. Lo cierto es que no fueron probados y nunca ha sido condenado. Hablemos de Woody Allen y no de Mia Farrow. Él ha dicho que si nadie quisiera publicar sus escritos, se contentaría con escribir para él mismo. Y que le gusta más escribir que rodar cine; no en vano, cuenta que escribía ya antes de saber leer. Se considera un escritor cómico que al comienzo de su carrera se dedicó a las imitaciones y a los monólogos, y reconoce que: “Uno nunca sabe por qué la gente no se ríe de cosas que a ti te parecen muy graciosas. La risa no es una ciencia exacta”.

Hasta que dejó la adolescencia, Woody Allen no leyó otra cosa que cómics. Sus padres, recalca, “jamás vieron ninguna obra de teatro, ni visitaron ninguna galería de arte ni leyeron ningún libro”. La influencia de su prima mayor fue decisiva para acercarse al mundo del celuloide. ¿Cómo se ve a sí mismo? Dice ser “un cineasta discreto, educado y decente” y refiere anécdotas vividas con Truffaut, Tati, Fellini, Groucho o Hitchcock, con quien se cruzó una sola vez y que se mostró​“encantador y divertido”.

En particular, se sabe haber sido “un chaval de Brooklyn, hechizado por el jazz, con dificultades para tocar el clarinete”, que siempre ha despreciado la realidad y ha anhelado la magia. “Un tejedor de sueños, un pobre infeliz” metido en aguas demasiado profundas. Un tipo que adora la ciudad española de Oviedo: “Una ciudad pequeña de clima londinense que es una delicia”.

Confiesa que jamás ha fumado ni una calada de marihuana y que no tiene ningún deseo de ver el Taj Mahal o el Gran Cañón, tampoco quiere visitar las pirámides ni pasearse por la Ciudad Prohibida. Y que si pudiera intercambiar con alguien su talento lo haría con Bud Powell (compositor y pianista de jazz) y acaso con Fred Astaire.

Dice Woody Allen que no le apetece vivir en el pasado, que no guarda recuerdos, ni fotos de sus películas, nada. Hace años que restringe sus lecturas de periódicos, sabiendo el afán de ensuciar su reputación. “Dejé de leer lo que se escribe sobre mí, hace varias décadas y las valoraciones o análisis que hagan otras personas de mi trabajo no me interesan en absoluto. Suena arrogante, pero no lo es”. En su película ‘Zelig’ trata del deseo de ser aceptados y no ofender, a veces hasta el extremo de ofrecer una cara distinta según la oportunidad. Woody Allen relata circunstancias de sus películas y de los actores. Destaca a su íntima amiga Diane Keaton: “hace fotos excelentes, sabe actuar, canta maravillosamente, baila, escribe bien”; “Se ríe rápido y fuerte y con ganas”; “Hace lo que le parece. Yo siempre le enseño mi trabajo y es una de las pocas personas cuya opinión me importa sinceramente”.

Canta maravillas de su esposa Soon-Yi -su pareja cuando ella tenía 22 años de edad; ahora va a cumplir 50- y subraya que él tomó la decisión de convertirla en su máxima prioridad. Tienen dos hijas adoptivas y con ella ha compartido también las cosas más tristes de su vida.

Dedica largas páginas de estas​ memorias a explicar pormenores de ‘la falsa acusación lanzada contra mí’, que abrió el tiempo de los sinvergüenzas, atemorizados u oportunistas. Si bien, no alberga ninguna esperanza de que sirva para cambiar la opinión de muchos. “Debo decir, extraoficialmente, que yo esperaba un poco más de apoyo por parte de mis compañeros de profesión, nada excesivo, tal vez algunas protestas organizadas, quizá algunos colegas enfurecidos marchando brazo con brazo, unos pocos disturbios, puede que algunos coches incendiados”.

Hillary Clinton se negó a aceptar la donación que le ofrecieron él y Soon-Yi en su campaña ante Donald Trump. Ella se lo perdió.

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