Un ángel en Marsella -1.940-
Varian Fry descendió con determinación la escalera monumental de la estación de San Carlos en Marsella. Llevaba consigo dinero, pasaportes, y cuidadosamente oculta entre el forro de su ropa la valiosa lista, elaborada por el Comité de Rescate de Emergencia. Volvía a Europa cinco años después de haber aterrizado en Berlín, donde había sido testigo de la xenofobia y la brutalidad que destilaba la doctrina nacionalsocialista, de ahí su preocupación por la suerte que pudieran correr las personas que debía rescatar. Tenía 32 años, no sabía por dónde empezar y solamente disponía de tres meses para llevar a cabo tan precipitada y complicada misión.
Era 14 de agosto de 1.940 cuando se instalaba en una de las habitaciones interiores del Hotel Splèndide. Lo primero que hizo fue dirigirse al consulado de su país para obtener información, allí se encontró a una muchedumbre agolpada en espera de conseguir un visado. Su viaje carecía del aval oficial del gobierno norteamericano y al no recibirle el Cónsul comprendió que su tarea entrañaría mayor dificultad de la prevista. A pesar de tal contrariedad no se desanimó. Para los exiliados que permanecían inquietos en las puertas de la ciudad los obstáculos a salvar eran innumerables. Las esperanzas de escapar en algún buque quedaban frustradas por la policía, controlaban los embarques con excesivo esmero. El compromiso adquirido por el Mariscal Petain con Hitler era precisamente impedir la fuga de refugiados.
Varian se organizó de inmediato convirtiendo la habitación del hotel en su centro operativo. Escribió a las personas de la lista con dirección conocida. Consiguió localizar a Franz Hessel y Alma Malher ocultos bajo nombre falso en un hotel marsellés. Apenas habían transcurrido unos días desde su llegada y la prensa local divulgaba la noticia. Le Petit Provenzele hacía mención a “un ángel caído del cielo” que llegaba con los bolsillos repletos de pasaportes y dinero. Los extranjeros requerían una serie de documentos importantes, el visado del país de acogida, un salvoconducto para poder circular por el interior del territorio y una autorización de salida para cruzar la frontera. Y el Gobierno de Vichy no se mostraba dispuesto a expedirlos. Marsella se había convertido en un callejón sin salida para ellos.
Muchos refugiados que no figuraban en su lista acudieron a él solicitando su ayuda. Escuchaba conmovido sus desgarradoras historias. Estaban muy alterados, sin papeles, sin dinero, solos con sus vidas rotas. La única compañía que llevaban consigo, la mayoría de ellos, era una desvencijada maleta conteniendo retazos de sus recuerdos más vitales, entre la ropa desgastada se hallaban algunas inestimables fotografías, unas cartas familiares o en el mejor de los casos una joya heredada. Varian sabía que aquellos que estuviesen dispuestos a escapar debían dirigirse a Portugal, país neutral. Una vez en Lisboa podrían zarpar en algún barco rumbo a Gibraltar, Las Antillas, el Norte de África o Nueva York, pero había que llegar hasta allí.
Desbordado por la inesperada situación se le ocurrió la idea de formar un equipo. Había conocido a un joven judío alemán perseguido por los nazis, llamado Albert Hermann, le entregó un pasaporte con un nuevo apellido y le contrató. Miriam Davenport era una norteamericana de familia burguesa que había estudiado Historia del Arte en París, se transformó en una diligente secretaria. Charles Foset, también norteamericano, alegre, aventurero y luchador, fue el hombre comodín, hacía de todo. Eran idealistas, creían en la libertad y en los derechos humanos.
Crearon un itinerario por el que salir clandestinamente y llegar a Lisboa a través de España. Aprovecharon las semanas posteriores al Armisticio, cuando predominaba la confusión y los controles eran escasos, para que muchos de los protegidos de Varian escapasen provistos de un visado de tránsito español, atravesando a pie los Pirineos. Era un camino largo, agotador, pero no tenían otra opción. A Franz Hessel y Alma Malher les retuvieron en la frontera, finalmente los aduaneros les permitieron continuar el viaje. Las últimas partituras inéditas de su fallecido esposo, el compositor Gustav Malher, viajaban dentro de su equipaje, así fue como consiguió salvarlas.
La red de evasión trazada por el equipo funcionaba, el rumor se extendió y la larga cola de gente esperando en el hotel se acrecentó. Las quejas del establecimiento no tardaron en llegar, la policía se personó y detuvo a todo el mundo. Varian mintió sin vacilar, explicó que estaba haciendo una investigación sobre las necesidades básicas de los refugiados para auxiliar a los más vulnerables. La Prefectura le advirtió, debía atenerse a la legalidad. El Cónsul americano le lanzó otro aviso, las relaciones con Berlín y Vichy eran buenas y su misión no debía alterar el equilibrio diplomático.
Ideó una nueva forma de encubrir sus actividades creando un centro norteamericano de socorro, oficialmente aportaban una ayuda económica a los exiliados pero en realidad el equipo continuaba con su programa de repatriación. En aquellos días, concretamente el 26 de septiembre de 1.940, un trágico suceso les marcó profundamente. El filósofo judío Walter Benjamin, al que habían ayudado a escapar, fue descubierto por la policía española en un control, le amenazaron con devolverlo a la frontera francesa. Estaba exhausto a causa del calvario que había soportado y llevado por el pánico a caer en las garras de la Gestapo ingirió una dosis letal de morfina en la habitación del hotel.
Petain, en un mensaje de radio dirigido a la ciudadanía justificó la colaboración con Hitler diciendo que era para mantener la unidad del país. El Gobierno de Vichy activó, en octubre de 1.940, unas leyes que afectaban al status de los judíos, se les prohibió participar en la prensa, el cine y la función pública. Las redadas masivas en los barrios parisinos se incrementaron. En los Campos Elíseos los guardias rodeaban los cafés controlando e interrogando a hombres y mujeres, exigiéndoles la documentación. Detenían e internaban en campos especiales a los extranjeros de raza judía, infligiéndoles un tormento infrahumano. Dormían sobre la húmeda arena, la carne de rata se convirtió en un manjar, la carencia de agua potable y la dejadez de los carceleros franceses en higiene provocó que las fiebres tifoideas causasen estragos, y la disentería se volviese endémica.
El equipo trabajaba intensamente y se reunía al atardecer para tomar decisiones. Se enteraron que los nazis estaban registrando los campos de la zona sur en busca de los refugiados que debían ser deportados a Alemania. Goebbels les llamaba “cadáveres en período de espera”. Varian resultó ser la única esperanza de muchos intelectuales. De nuevo se veía impelido a tomar una vital e incuestionable decisión añadiendo nombres a una lista que no dejaba de crecer. El Comité en Nueva York no compartía los cambios pero él lo ignoró. Mientras tanto no podía conciliar el sueño, tenía pesadillas y se preguntaba cómo evitar que la Gestapo deportase a las personas de su lista internadas en los campos. De pronto surgió una ayuda providencial del vicecónsul Hiram Bingham Jr., que le ofreció su colaboración, desobedeciendo las órdenes de sus superiores.
Fin de la segunda parte
Muy interesante