UN ALTO EN EL CAMINO

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Sólo algo vivo puede ir contracorriente

Cuando releo mis artículos, me doy cuenta de que parte de mi estilo descansa en exponer  ideas personales confrontándolas con otras suficiéntemente conocidas. Normalmente las mías suelen ir en contra de la mayoría, a contra corriente. Intento defenderlas de manera clara y bien definida, aunque lo que deseo es la lucha entre convicciones a través de argumentos, nunca contra las personas.

¿Qué hago aquí en esta revista? Tal vez soñar. Hoy, recordar un libro que me ayudó, hace veinte años, a no perder frescura: “El mundo de Sofía”. El autor usa la piel de un conejo para explicarle a la protagonista, cómo perdemos la capacidad de sorprendernos y de hacernos preguntas a medida que vamos creciendo. Vamos del exterior de los pelos de la piel del conejo al interior de la misma según cumplimos años.

Siempre he sido soñador y algo distraído. Me gustaba imaginar mundos perfectos en los que los problemas son resueltos con justicia y sin rencores. Todos nos acabábamos entendiendo. Ahora, que el paso del tiempo me ha obligado a madurar, me doy cuenta de que eso no es así. Por eso trato de arreglar el mundo a mi manera, no solo con palabras, paso tras paso, en una vida que es posible haya pasado su ecuador.

El ser humano puede explorar y experimentar mucho más allá de la cueva, incluso de sus posibilidades. Todo el mundo puede ser, o simular ser, o incluso soñar ser piloto, cantante, presentador, famoso, incluso escritor.

Pasado, presente y futuro

Un sutil y casi inaudible susurro dentro de mi mente me anima a seguir. A seguir fijándome, a permanecer algo más atento, más vivo, para reflejar lo más nítidamente posible esa realidad. Esa realidad que trato de acercar a mí para verla mejor y reflejarla a quien me quiera acompañar.

Lo que espero del futuro es tener la suficiente energía para poder seguir luchando por ser yo, pero un yo más culto y humano, y aportar lo mejor de mí mismo. Para rehacerme cada día y amoldarme a las circunstancias que me toque vivir. A hacerme preguntas, a sorprenderme, a volver a salir de esa piel del conejo.

Repasando lo que he escrito en un Vichâra caigo en la cuenta de que, en realidad, no somos ni altos ni bajos, ni guapos ni feos. No somos abogados ni albañiles, ni casados ni solteros. No somos cristianos, ateos o agnósticos. No somos nada de eso. Porque eso corresponde al estar y no al ser, que es la esencia.

La esencia es aquello sin lo cual, lo definido deja de serlo. La esencia del ser humano, es la interacción con otros seres humanos. Al interactuar damos y recibimos.

¿Es cierto que absorbemos solo lo que queremos? ¿Es importante para nuestra esencia aceptar la opinión del otro como válida? O, si la aceptamos y asimilamos reforzando nuestras propias ideas, ¿nos auto alimentamos solo con argumentos que soportan nuestras opiniones y no con otros nuevos?

Esta noche nos sentaremos delante del televisor, mi hija y yo, para ver la película “El mundo de Sofía”. Esta vez le explicaré, de manera más minuciosa, dónde estaba yo, cómo llegó ese libro a mis manos, qué significó para mí y el porqué se llama como la protagonista.

Haciéndome preguntas he vuelto a mi infancia… ¿Qué quiero que signifiquen para mí los recuerdos y mis deseos de escribir?

Más sobre “El Mundo de Sofía”:

Unos días antes de cumplir 15 años, Sofía recibe una misteriosa carta que le ofrece hacer un curso de filosofía por correspondencia. La niña acepta y conoce a Albert Knox, un profesor que la irá conduciendo por una aventura apasionante a través de la historia de la filosofía occidental:

 

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