Y pasan los días y las estaciones, el tiempo
y la vida y nunca pasa la furia ni el odio, prisioneros
del momento, del dolor que no es nuestro, acabamos
siendo compañeros de la indiferencia.
Cada vez hay menos caminos y más cunetas, más pecios
que veleros y el hombre cada vez más solo,
y son las ciudades cementerios, dónde se ahogan
por igual las ilusiones, el llanto y los sueños.
Hoy son ciudades lejanas, una sangre que no
nos pertenece, apellidos y nombres que suenan
a campanas tristes, rostros marcados por toboganes
de lágrimas sin destino, huérfanas.
La esperanza va camino del exilio, las estatuas
de sal aún no tienen rostro ni el infierno pasaporte;
todavía quedan ventanas de primavera y nadie
os dejará sin túnel ni sin luz.
Mientras queden ojales para la flor lucirán de nuevo
sonidos de mariposas y se abrirán
los callejones sin salidas, retornara la noche
a su cuna sin pedir permiso, silenciosa, fugaz.