La frecuencia con que una lengua ajena se introduce en nuestra boca, es inversamente proporcional al número de veces que pensamos en ello; una situación harto curiosa en la que, la idealización del hecho en sí es tan perfecta que, cuando la realidad se muestra al fin, bífida y anhelante, ni con mucho alcanza a la imaginería que nuestras neuronas han esculpido. Esta es la condición humana; un sainete mental de cojones.