TRAZOS Y SEGMENTOS: UN NÁUFRAGO Y UNA BOTELLA. 

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Todos y cada uno de nosotros, los seres sintientes y pensantes, no los muertos vivientes, somos náufragos en una isla desierta. Todos y cada uno de nosotros los solitarios, los que buscamos sin encontrar almas afines que nos ayuden a conducirnos y ayudemos a conducirse hacia el exterior de la gruta, soñamos con enviar un mensaje dentro de una botella que sea recibido en una preciosa playa de otra isla; no desierta, sino llena de frutos exquisitos y de fuentes de aguas dulces y cristalinas.

Todos y cada uno de nosotros, los ermitaños de lugares invisitables, no por difíciles de hallar o acceder, sino por difíciles de apreciar, buscamos que esa botella llegue a las manos perfectas. Esas manos que no tendrán que usar de grandes artilugios para abrir nuestra botella, ni de exteriores comprensiones para entender y comprender nuestro mensaje. Todos y cada uno de nosotros, los libres de espíritu, queremos contactar con otro ser, libre también de espíritu, que hable directamente desde el corazón y sólo use la razón para expresarse de la forma más adecuada; no para adulterar el mensaje a lo conveniente, sino cifrarlo en la verdad de sí mismo/a; buscando que aflore la verdad del receptor.

Y pensé: en esta isla desierta, hay serpientes, ciempiés, arañas, tarántulas, murciélagos…seres que no me gustan, que me asustan y provocan pesadillas. Pero es mi isla y la quiero defender, tengo derecho a su propiedad. Me la he ganado y exijo escritura notarial y registro, que legalmente me otorguen ese derecho. Nadie va a expropiarme de mi isla, aunque ahora esté casi desierta. Estoy decidida a acabar con todas las alimañas, tengo la firme convicción de que puedo hacerlo. Además también tengo el firme propósito de conseguirlo ¿Qué cómo lo haré?, pues muy sencillo, aunque laborioso y difícil:

  • Perseguiré a todas mis alimañas ideológicas hasta que sean extintas. Estaré atenta a toda semilla que visite mi isla; si es buena, la enterraré con delicadeza, la regaré con esmero y conseguiré que el árbol o arbusto fructifique. Comeré los frutos del paraíso sobrevenido, distinguiré y honraré al “Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal”, a los pies de él habrá un cartel con su nombre y una advertencia: “De este Árbol no se comen los frutos, sólo se miran, admiran, estudian y protegen”. Y un día, sé que, ya preparada para aprender, llegará hasta mi playa una botella, con un mensaje. Será la respuesta de ese otro/a eremita o ermitaño, naufrago/a de isla perdida, que también convirtió en paraíso.
  • Pacientemente, prepararé el acto de la recepción del mensaje. Adornaré mi mesa con las mejores flores silvestres, después de haberles dado las gracias por su sacrificio. Llenaré mi copa del mejor de mis licores, laboriosamente fermentando y elaborado en mis preciosos alambiques. Habré pescado un pez mediano, y cocinado con esmero; sazonándolo con sabrosas y aromáticas hiervas. También prepararé el mejor de todos los postres, con la mejor de todas las frutas. Sólo después de ese delicioso banquete abriré la botella y descifraré su mensaje; la respuesta a mi mensaje…
  • Mi isla ya va siendo un paraíso, donde las olas del mar son las carteras, me entregan botellas con respuestas no esperadas, pero sí deseadas. Son misivas, epístolas, cartas… que saben a sal, a viento, a sol, a arena a aguas profundas y salvajes. Son misivas que la fuerza de los huracanes envuelven en furiosos remolinos y las depositan en otro rumbo, que no era el rumbo que  traían, que no era la consecuencia de lo predecible…, que no era lo supuesto, ni lo impuesto por las corrientes marinas; sino el asertivo secuestro de la razón por el impulsivo actuar del huracán que escapa a toda expectativa, que se presenta sin avisar, llevándose todo lo seco y ajado, para que la flexibilidad de lo verde y naciente tome el testigo de la vida.
  • Que lindas irán siendo las misivas recibidas, lo sé. En ellas por fin iré sabiendo que su remitente me reconoce, sabe quién soy. Me daré cuenta de que yo también le reconozco; es mi hermano/a de alma, ese ser que una vez fue, como yo, electrón errante, naufrago en isla desierta, que se convirtió en notario y registrador de la propiedad de su vida, de su libertad. Que supo sembrar su propio jardín, proveerse de sus propias herramientas y hacer de su desierto un paraíso.
  • Todos somos hermanos de alma, todos somos, en potencia, jardineros de islas desiertas, todos somos náufragos, eremitas y ermitaños…y sobre todo todos tenemos el mismo principio y el mismo fin.
  • En el navegar de mi mensaje espero encontrar una isla donde sea recibido y comprendido por un jardinero/a gentil y, ojalá, también respondido.

Después de esta reflexión muchas veces realizada, tengo ya la escritura de propiedad de mi isla, legalmente redactada ante el Supremo Notario y registrada en los Archivos del “Darma-libertad”, para constancia de la eternidad. Nunca más pagaré “karma de prisión” en el devenir de los tiempos, porque la lección está aprendida: Tengo libre albedrío. Yo soy mi territorio, mi isla, los jardines y los huertos que en ella diseño. Toda la inmensidad oceánica me rodea, aun así no estoy sola. Poseo una botella y un trozo de pergamino donde he escrito un mensaje…la posibilidad me acompaña y es la mejor de todas las compañeras; porque ella es el medio de transporte preferido por la LIBERTAD, mi adorada Dama de la Antorcha Encendida. Faro de todos los náufragos de la vida.

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