A todos nos han grabado a fuego, generación tras generación, en el inconsciente particular y colectivo (este último el jungiano) la idea de que existe un premio y un castigo, un cielo y un infierno, al que inevitablemente debemos enfrentarnos más allá de esta existencia; de la que sí somos “conscientes”, o todo lo “conscientes” que a cada uno nos permita la trayectoria vital y el desarrollo mental.
Ese cielo y ese infierno, se nos ha pintado, desde la infancia, de diversas formas y según la cultura o la religión en la que nos hayamos educado. A unos nos han dicho que el cielo tiene nubecitas blancas como si fueran de algodón y que en él habitan purísimos seres alados, llamados ángeles, en un espacio infinito, regido por un noble anciano de barba blanca, sentado en un trono. Allí nos sentiremos a salvo y eternamente colmados de felicidad…A otros se les han dicho otras cosas, que no me apetece reproducir aquí.

En cuanto al infierno, también desde la infancia, nos insertaron en la mente, a los occidentales, la imagen de que allí habitan unos seres rojos con cuernos, garras y pezuñas, mitad hombres, mitad carneros, que portan en sus manos una especie de gigante tenedor. Estos seres, de todos es sabido, se hallan entre llamas y se dedican a pinchar y martirizar a aquellos que ingresan en sus estancias, que también son infinitas y eternas. Por supuesto, en otras culturas las imágenes insertadas son diferentes.
El premio y el castigo se anuncia por la “campanita pavloviana” que hacen sonar quienes ostentan el privilegio de portarla en sus manos, para que el resto de los mortales sucumban al miedo o al adormecimiento infantiles al que hemos sido sometidos.
Mis preguntas, como considero que las preguntas de la mayoría, son:
¿Existe una vida realmente después de ésta?
¿Para qué vinimos aquí?
¿Recibimos un premio o un castigo según hayamos vivido?
Son preguntas muy simples, pero, según la ciencia oficial, “no existen evidencias irrefutables” que den respuestas a esas preguntas; por más que médicos, investigadores y demás testigos hayan oído relatar, con todo tipo de detalle, vivencias muy curiosas, experimentadas por personas en estado de inconsciencia, hipnosis, o declaradas clínicamente muertas. Aquellas regresiones a otras vidas registradas por Jung, o por otros muchos psiquiatras del pasado y actuales ¿pueden considerarse seudocientíficas…?
Yo no comparto la opinión de quienes consideran que no están probadas la vida después de la muerte, ni la vida antes de la vida. Por el contrario, mediante mi auto-observación onírica u otras vivencias personales, además de con todos esos relatos, a los que cualquiera puede acceder a través de libros y artículos publicados, así como entrevistas prestigiosas realizadas a profesionales de la medicina en medios de divulgación (sin acudir al sensacionalismo o al exoterismo que, como sabemos, es lo contrario del esoterismo), creo probado que sí hay evidencias desde tiempos inmemoriales que corroboran la existencia de otras vidas.
Sin embargo, en un “examen de conciencia”, o más bien en un ejercicio por el que interrogo a mi opinión a cerca del porqué de mi creencia en el “más allá”, hay algo que me da la razón a mí misma, en cuanto a “creer” que existen otras vidas; y es pensar que si todo en la existencia guarda un equilibrio que responde a que el efecto procede de una causa, igualmente, la causa de nuestras vidas no puede quedar sin sentido, procedencia, u objetivo; es decir, aquello que hayamos hecho “aquí”, además de tener sus frutos negativos o positivos “allí”, deberán ser frutos cosechados antes y después de nacer; porque si “aquí”, no parece que esa ley se cumpla siempre, debemos buscar su cumplimiento en otros planos de la existencia.
De otro lado, alguien o algo que se molesta en crear vida, ya sea animal, vegetal, o mineral (en esta última también vibran átomos), con las características que posee la vida que conocemos, al menos en este planeta y esta “realidad” tridimensional:
* ¿Por qué razón la crearía finita y sin reciclaje?
* ¿por qué razón se molestaría en hacer seres tan extraordinariamente elaborados (no me refiero sólo a los humanos) para que durasen infinitamente menos de lo que dura un suspiro en comparación con la eternidad?
* ¿Por qué razón, si el tiempo y el espacio son infinitos, se molestaría el Creador en acotar la existencia de lo creado…?
Todo resulta paradójico, lo sé, no existen las respuesta absolutas para nuestra pequeña sesera, porque para cada conclusión referida al ser o no ser más allá de este plano, existe otra conclusión que difiere…Aun éso, sí existen las preguntas absolutas y son la mayor maravilla del pensamiento humano.
Sigo preguntando: ¿existiendo las preguntas absolutas, por lógica, deben existir las respuestas absolutas? Sí, claro que SÍ, sólo que no están “aquí”.
Todo comenzaba con el cielo y el infierno; la recompensa y el castigo. Aquello que nos enseñaron a temer o a desear. En ese sentido creo que hicieron “bien” y “mal” de forma relativa; ya que nos educaron a pensar en las consecuencias de nuestros actos, al tiempo que nos persuadían para hacerlo a través del miedo y la recompensa.
No estoy en contra de que se muestren, a quienes están aprendiendo a caminar, aquellas cosas con las que nos podemos topar a lo largo del camino si no escogemos las rutas adecuadas y no calzamos buenos zapatos. Pero sí estoy a favor de que, sobre todo, se enseñe a construir caminos allí donde no los haya, al tiempo de a fabricar cada uno sus propios zapatos.
Cada ser es único tanto en forma como en esencia. Esa diversidad no ha sido creada aleatoriamente o con entropía usando del azar; eso caería en contradicción con la Ley de Causa y Efecto. Todo en el “universo de multiversos” responde al orden, a la justicia de lo exacto, al hueco que se corresponde con la protuberancia. Allí donde hay carencia se busca la completitud…
Mi reflexión final referida al cielo y al infierno es ésta:
* El puzle de la existencia no tiene marcos que lo circunscriban, pero sólo porque así lo decidió quien realizó el diseño; aun así, todas las piezas convergen siempre en la misma posición por más vueltas que registren sus caminos.
* Toda pieza de un puzle busca sus aledañas infinitamente y en todos los grados de ubicación.
* La ley exige cumplimiento, aquel que la burla es burlado por ella.
Y estos tres pensamientos anteriores se resumen en uno: Todo acto tiene su consecuencia, si no es “aquí”, será “allí”.
Mi cielo es el sentir de mi conciencia tranquila, mi infierno el sentido desasosiego que a veces me persigue. Una cosa sobrevivirá de mí; aquello que siento.
Las puertas del cielo están abiertas a la paz.
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