Me resulta sorprendente comprobar cuanta fe ponemos los seres humanos a la hora de hacernos eco, y más aún, de adoptar como nuestros los relatos e ideas ajenas sobre cualquier tema.
En ese sentido, lo que más miedo me da es constatar la facilidad que tienen los medios para crear opinión, o los poderes políticos para manejar a las masas. Nunca ha sido tan fácil, como desde que se globalizó la información y se hizo inmediata a través de la “Red de redes”, ese manejo al que me refiero. Me escandaliza mucho darme cuenta de ello, como me imagino que escandalizará a cualquiera que se ponga a reflexionar, aunque sea someramente, sobre ésto.
Nunca en la historia conocida estuvo tan garantizada la respuesta del común de los mortales a una invitación proveniente del poder establecido como en los tiempos que corren. Me da la sensación de que hasta la cosa más inverosímil sería posible, dada la destreza de los “perros pastores” y de los conductores de ganado; añadida a la simplicidad de las ovejas.
Cada vez somos más crédulos, porque cada vez somos menos humanistas; menos conocedores del conjunto que crea visión global y más especialistas en lo nuestro, aunque lo nuestro, lo de cada uno, sea una cosita nimia, en el sentido de que no nos aporte conocimiento estructurado que permita deducir razonadamente el funcionamiento de ese conjunto y no sólo de la pieza.
Si cada uno de los seres humanos nos parasemos a pensar en el porqué de las cosas y a investigar en el cómo, poco a poco y usando de las enormes herramientas que afortunadamente, ahora hablando en positivo, la “Red de redes nos regala”, cualquiera de nosotros seriamos capaces de crear opinión propia. No haría falta contaminar nuestras ideas con aquellas que quisieran imponernos y, es más, aunque nos equivocáramos en nuestros razonamientos al menos tendríamos el mérito de haberlo intentado y mucho más importante, no seríamos manejables…
Siempre me ha encantado pedir explicaciones cuando no entendía algo; pero, o bien no se tenía la paciencia para dármelas o la capacidad para hablar de una forma simple de algo complicado. Bueno, es normal que a los preguntones y preguntonas se nos haga callar desde la infancia. Aun así, cuando se nace con una interrogación en cada una de las células, a algunos y a algunas, se nos hace muy difícil callar la pregunta.
Ahora como siempre, tengo montoneras de preguntas en la cabeza, para las que me cuesta mucho encontrar respuestas y si alguna encuentro me gusta ponerla en cuarentena. Sé que este deporte mío de la “interrogación al cuadrado” es una cosa que pesa mucho, sobre todo en la testa. ¿Será por eso que mi abuela me llamaba testaruda y cabezona?…me acuerdo también de aquello que me decía: “Ver, oír y callar” y, cómo no, el famoso refrán, “no preguntes por saber…”.
Hilando con el principio para no ser demasiado pesada, decir que, todo esto de la interrogación lo mejor que tiene es salvarnos de la manipulación. Porque, dónde está la verdadera libertad para adoptar posturas congruentes con nosotros mismos, sino en atrevernos a reflexionar sobre aquellas cosas que nos vienen impuestas y resolver obedecerlas o combatirlas.
Yo, cada vez más, soy menos de combate…será que me estoy haciendo vieja; y no es que me falten las fuerzas, sino más bien las ganas; pero sigo como cuando era niña replicando cuando me marcan el paso y si puedo me salgo de la fila. Me encantó siempre desentonar con el grupo, no por destacar (que me agobia), sólo lo hacía y lo hago por sentir que soy yo, por no perderme en la amalgama de colores ajenos. No quiero diluirme en todos los demás, aunque quizás sea ese mi destino final; pero mientras haya latido dentro de mi procuraré que sea mío.
Me encanta cuando veo a un niño preguntón. Lo disfruto mucho y trato de responder, aunque a los niños es muy difícil responderles, porque hacen preguntas muy complicadas. Ellos son auténticos y siempre van al grano, preguntan lo esencial de las cosas y saben perfectamente cuando nos vamos por las ramas por temor a ser demasiado explícitos y decirles algo que pueda afectar a su inocencia. La verdad es que somos tontos, porque ellos lo entienden todo y basta con un simple gesto para que su sabiduría interior, no contaminada por nuestra palabrería, sepa a qué nos referimos.
En resumen, por qué no nos proponemos ser menos vagos y de vez en cuando hacernos más preguntas. Aunque nos duela la cabeza, estoy segura de que valdrá la pena; sobre todo porque si fuera cierto que a la vida venimos a aprender, qué mejor forma de hacerlo que reflexionando. Si nos tragamos todo aquello que se nos enseña sin cuestionarlo, si hacemos todo lo que nos digan sin preguntar o preguntarnos por qué y, lo más importante, preguntarnos si nos conviene hacerlo; estaremos dando pie a que los pastores y sus perros nos conduzcan al redil.
Sé que es demasiado genérico mi discurso; pero a buen entendedor…;además no tengo ya ganas de concretar, ni criticar con nombres y apellidos a dirigentes, líderes y demás hiervas…eso se quedó en los anales de mi historia, cuando no sabía que ellos son también “marionetas”. Cuando creía que “vaciando el sillón o el trono”, según el caso, se arreglarían los problemas. La inexperiencia y la ingenuidad nos ciegan y además nos hacen ver espejismos de futuros utópicos, por eso cuando escucho a los jóvenes con sus soflamas, animándose unos a otros, se me pone la carne de gallina al recordar…; pero de sobrá sé que no hay, ni habrá, “nada nuevo bajo el sol”, salvo aquello que hayamos creado nosotros mismos con nuestros propios interrogantes.
Sí, me estoy haciendo vieja, lo sé porque se me nota en las palabras, sobre todo en el párrafo anterior. Pero no quiero que esas palabras mías se interpreten mal, yo no deseo que dejen de arder los corazones valientes de ésos que ahora comienzan a enarbolar banderas, sólo me gustaría que apoyen causas que hayan masticado previamente, engullido y digerido, comprobando que no les hacen ni hacen daño. Yo cometí ese error y, aunque “nadie escarmienta por cabeza ajena”, no está demás advertir a los jóvenes de por dónde hemos pasado los viejos; no para que nos hagan caso, sino sólo para que se lo piensen al menos dos veces antes de formar parte de una masa.
Lo más hermosos que posee un ser humano es su libre albedrío, pero para que éste sea tal hay que ahondar en nosotros mismos y hacernos estas preguntas:
– ¿Ésto lo asumo como idea de la que colgar mis acciones, porque lo he comprobado o experimentado personalmente o sólo porque prefiero fiarme de lo que otros piensen?
– ¿Me marcan el paso, o ésta es mi forma auténtica y única de caminar?
– ¿Si bien no debo imponer mis opiniones a los demás, es correcto consentir que los demás me impongan las suyas?
– ¿Si puedo razonar por mi mismo/a, aunque sea con investigación y esfuerzo, por qué admito razonamientos ajenos?
– ¿Si la libertad sólo se hallni a cuando se elije con conocimiento de causa…por qué no trato de adquirir ese conocimiento?
Ya para finalizar esta disertación, espero que no demasiado aburrida, resumo todo lo dicho en una cosa que decía mucho mi abuelo:
“Si lo sabes hacer no encargues que te lo hagan”…
Tenías toda la razón abuelo; ahora yo digo:
“ Si tienes cabeza para pensar, no engullas relatos ni ideas al dictado”.