Pedí y pido a la vida que me enseñe lo esencial, que me importe lo importante, que tenga conmigo paciencia y me muestre las grandes lecciones con calma, sin que caiga con mucho daño o me eleve con soberbia. Hasta ahora, la vida ha atendido mi solicitud; también es cierto que seguí sus instrucciones, porque ella me recomendó que tuviera los ojos bien abiertos, pero más hacia dentro que hacia fuera.
Ese hacia dentro me ha hecho bastante “despistada”. Si no me lo propongo, muchas cosas a mi alrededor me pasan desapercibidas. Curiosamente podría parecer que me pierdo la vida y que las cosas importantes no las disfruto; pero es todo lo contrario. He descubierto que lo importante siempre se esconde, no es evidente.
Cuando nos paramos a ver la belleza oculta de lo diminuto, lo silencioso, lo tenue, lo sutil, la sorpresa es inmensa. Además, qué nos importan las máscaras, los chismes, los dimes y diretes que nos rodean.
Una de las verdades con las que se puede concluir cualquier reflexión sobre la vida dice así:
¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol. “Eclesiastés, Capítulo 1, versículo 9 (atribuido al Rey Salomón):
Desde hace años decidí, salvaguardando mi paz interior y la salud, que debía abstenerme de consumir noticias o hacerme eco de aquellos acontecimientos y habladurías sobre los que en conciencia no tenía ninguna aportación o defensa que hacer.
Lo mejor de todo es que ese algo que llevamos dentro (al que yo llamo alma) sabe avisar cuando ocurren cosas que son de importancia para nosotros o para el mundo. También nos avisa de cuando alguien se nos acerca con amor, temor o maldad; en el caso de la maldad he querido siempre posponer su certeza, porque me duele reconocerla; prefiero pensar bien de los otros y equivocarme, que al contrario. Sí, dejando que sea el alma quien conduzca el carro, el auriga está a salvo.
La vida es dura para todos, aunque en apariencia no se muestre así. A una mujer, por ejemplo, le puede suponer un drama que se le rompa una de las uñas de sus bien cuidadas manos, o por no encontrar el vestido que anda buscando; otra persona se alterará sobremanera por un arañacito en su coche, o porque en el taller de reparaciones tardaron un poquito más de lo previsto. Sin embargo, habrá personas que estén viviendo verdaderos dramas y sufran de la misma preocupación y angustia que los mencionados.
Todo depende de la fortaleza del individuo, de lo que esa persona haya vivido. La vida es una escuela y cada cual aprende según su capacidad. Las almas viejas o experimentadas, con muchas vidas en su haber, suelen tener existencias calamitosas y también impresionantes, constructivas, relevantes y de impacto colectivo.
Si dejamos las riendas al verdadero auriga (al que usa de la razón consciente) vamos a perdernos muy pocas cosas importantes y seremos de verdad felices, cuando toque serlo; pero a veces somos tan torpes que andamos con la voluntad puesta en la preocupada masa gris, nos despistamos por completo y pasa desapercibido lo esencial.
Por supuesto, no soy sabia, pero, como la mayoría, he descubierto que, al igual que todos, llevo dentro ese gran tesoro del alma humana. Ella, cuando estoy atenta, es mi guía; la que me ayuda en los dramas. No obstante, hay cosas que me cuesta controlar aunque la voz interior hable alto y claro, las más grandes son: el terror que sufro al pensar que algo malo les pudiera pasar a mis seres queridos, la intensa preocupación por padecer una enfermedad y, como no, sufrir por el recorte de libertades y de justicia en el mundo.
Supongo que casi todos padecemos esos miedos relatados y que, igual que me sucede, a muchos les cuesta controlarlos. Pero, insisto, se hace más llevadero si nos miramos por dentro y buscamos nuestra propia fuerza.
Dar lecciones de vida no es lo que pretendo en estas líneas; no soy quien; lo que me interesa es animar y animarme a poner un grano de arena en el montón de la practica de ese hacia dentro. Estoy segura de que si todos lo hiciéramos, la mayoría de los problemas del mundo se irían poco a poco diluyendo en la calma de lo humano, para hallar las mejores soluciones; porque lo humano es en esencia paz, sosiego, entendimiento, comprensión, empatía…
Por dar pistas a quienes les interese, sobre las formas en las que se comunica nuestra sabiduría interior (llámala alma o como quieras), suele ser así:
con punzadas en el corazón, en el estómago, “corrientes eléctricas” a través de los nervios del cuerpo, intensos dolores sin que existan razones obvias… También mediante sincronicidades (esas que investigó y así denominó Jung): una frase pronunciada, un cartel anunciador, un número significativo…, que aparecen como respuesta a una pregunta que nos estamos haciendo.
Con frecuencia me he preguntado si el resto de las especies “animales” que pueblan la tierra sienten los avisos del alma. No tengo la respuesta, ni creo que la ciencia la tenga tampoco. Aun así, me aventuro a creer que, al menos, aquellos especímenes a los que yo he observado: gatos, perros, pájaros…sí que tenían impresa en la mirada la huella de sus almas, la de su inteligencia sin palabras, la de su empatía por aquello que les rodea; en resumen, la del AMOR.
Asimismo, creo que las plantas tienen sensibilidad. Esta creencia se basa en particulares y sutiles percepciones al regarlas o al hablarles; incluso al podarlas, pidiéndoles permiso y haciéndolo de la forma adecuada. Hay experimentos científicos, muy conocidos (ej. efecto Mozart) realizados con música clásica en los que se conseguía una mayor belleza, frescura y crecimiento de las plantas. También se han realizado experimentos mediante podas desmedidas a diversas plantas que después fueron situadas al lado de otras no podadas; estas últimas padecieron de la misma decadencia que las primeras.
Pienso que la materia aparentemente inerte (cristales, minerales, metales…) responde a interacciones “sensoriales”; esto se ha demostrado, sometiendo a copos de nieve a distintos experimentos con música y mediante pruebas hechas con arena sobre una placa en vibración musical. La conclusión fue que variaban de formas armónicas a inarmónicas dependiendo de la composición musical.
A veces imagino que comunico con esos seres que he mencionado y, aunque ellos tengan la denominación de seres no sensitivos, para mí son seres vivos que con un simple y oportuno destello contestan mis preguntas. Soy tan preguntona que no me resisto a preguntar hasta a las piedras (cuando se trata de seres humanos, sólo pregunto lo necesario sin que les moleste contestar).
Toda esta charla conmigo, y contigo, que me estás leyendo, venía a colación de lo qué pedí y pido a la vida; pues se trata de eso, de que me hable desde el interior y vaya respondiendo a mis preguntas, que me avise de las cosas importantes, trascendentes…
He disfrutado tu comunicación, y te lo agradezco. Expuesta de forma sencilla e íntima, por lo que presumo que (también) auténtica. Me he sentido identificado con la descripción de la vida y la naturaleza que haces, porque la comparto. En mi caso, a esa postura ante/con la vida la llamo “estoicismo”, aunque habrá más formas de hacerlo. Pero me ha evocado el pensamiento de Marco Aurelio, de Séneca, de Zenón de Citio… Con la aportación de tu personal vivencia, que no deja de ser, por lo tanto, una experiencia mística.
Muchas gracias, Santiago. Eres muy amable.
Coincido contigo en el gusto por los estoicos, son para mí la principal referencia, el paradigma del que cuelgo las ideas ( Séneca y Marco Aurelio, los que más me gustan).
Y sí, desde siempre escribo con el “corazón” enganchado a la imaginación; La “cabeza” la uso en las cosas mundanas.