TRAZOS Y SEGMENTOS. OBRAS SON AMORES…

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Suele creerse que por las ideas se define a las personas; pero a lo largo de mi vida he ido constando en cientos de experiencias que esa creencia no es cierta. Y no sólo no es cierta, sino que, además, paradójicamente se pregona o se presume de pensar aquello que, en demasiadas ocasiones, es antagónico a lo que se hace.

Foto de Danie Franco en Unsplash

De lo anterior nadie escapa; incluida yo, por supuesto. Una cosa es, decir soy progresista, conservador o coherente y otra muy distinta serlo en todos los actos de nuestras vidas. Cuando yo era muy joven solía poner de relieve que siempre me iban a encontrar a la izquierda del poder establecido. Los años y la reflexión me han enseñado que no se trata de estar a un lado o al otro lado del poder establecido; y que el único lugar desde el que se puede combatir al poder cuando éste es corrupto (y lo es por naturaleza) es situarse frente a él; es decir, enfrentarlo.

Se dice pronto, enfrentar al poder, algo muy, pero que muy difícil de hacer. No obstante, es total y absolutamente necesario; porque si el poder no se enfrenta, si no se combate, acabamos engullidos por él. No tenemos opciones: o pertenecer al rebaño o “valar” libres. Los rebaños están muy bien, al igual que las masas humanas para unir fuerzas, es necesario hacerlo así para que se igualen las posibilidades en la contienda (y esto es siempre una lucha por la supervivencia individual y colectiva, por la libertad y la justicia).

Aun lo anterior, el individuo no debe jamás ser disuelto en la masa. No somos masa, somos seres individuales y libres en esencia. La única cosa que merece sobrevivir de nosotros es nuestro sentido de la individualidad, sin eso nunca llegaremos a ser nada; Y no se trata de llegar a ninguna cúspide u ostentar relevancia social…”NADA” somos cuando no manifestamos nuestro “YO”, nuestra impronta única e intransferible, cuando no luchamos por SER.

Para enfrentar a cualquier poder establecido y ejercer de “plato contrario en la balanza”, consiguiendo el equilibrio de fuerzas y, por tanto, la justicia, es necesario tener el valor de considerarnos seres con derecho a la libertad y a la dignidad humanas; utilizando ese valor en defenderlas siempre y en todo momento con las herramientas que tengamos a nuestro alcance. No se trata, por supuesto, de ser kamicazes o violentos; se trata de hacernos cargo de nuestro deber y depositar nuestro grano de arena donde corresponde.

Cada uno a su manera hace; en ese HACER está su SER. Pensar está muy bien y esgrimir esos pensamientos en forma de ideas paradigmáticas también está muy bien; pero se vuelve muy destructivo, muy inconexo con nosotros mismos y muy tóxico el no llevar a la práctica las ideas.

Lo dijo el mayor de los Maestros: “Por sus frutos los conoceréis”. Esta sola frase encierra la esencia de aquello que debemos valorar con respecto a nosotros mismos y con respecto a los demás.

Foto de David Knudsen en Unsplash

Un individuo puede decir que las mujeres hacen falta en casa cuidando de su familia, por poner un ejemplo, que a simple golpe de escucha suena brutal; pero ese mismo individuo puede proveer a toda su familia y, por supuesto, a su mujer de aquello que le es necesario para una vida maravillosa y además hacer todo lo posible para que esa mujer sea libre y se desarrolle como persona en todo su potencial (pongo ese ejemplo porque conozco y he conocido casos que lo demuestran).

Otro individuo puede arrogarse la facultad de ser el adalid o defensor de los derechos de las mujeres y, por contra, sus acciones demostrar que es un maltratador y un violador de féminas, enfermo de maldad y de inferioridad, que necesita someter a las mujeres para sentirse fuerte…Creo que todos conocemos algún famoso caso.

Puede haber mujeres que a sí mismas se llamen empoderadas y feministas (palabras éstas que cada día me gustan menos, por lo desgastadas y lo incoherentes que en la práctica resultan para la mayoría de quienes se las autoadjetivan), pero que con sus vidas sólo hayan demostrado necesitar de los hombres para ocupar puestos de relevancia, cuyo desempeño además resulte nefasto.

Hay personas que presumen de ser muy igualitarias, pero que no vivirían jamás ni cerca de un barrio pobre u obrero, porque sienten que eso les restaría dignidad. Otra cosa es que a nadie nos gustaría vivir en un barrio conflictivo donde la delincuencia abunde.

A mi me horrorizan la caza y las corridas de toros, también que se corra delante de los toros; pero comprendo que la caza contribuye al cuidado de los montes y al equilibrio de las especies animales y vegetales que los habitan; comprendo que el toro de lidia y el arte del toreo no existirían sin las corridas de toros; comprendo que está dentro de la idiosincrasia de algunos pueblos correr delante de los astados.

Yo no profeso ninguna religión, aunque me parece coherente la figura de un creador o de un origen. A la vez me doy cuenta de que existen personas que se creen muy espirituales porque pertenecen a una religión, me da igual a qué religión, pero que en la práctica demuestran ser sólo fanáticos capaces de agredir al prójimo u obligarle a cumplir con lo que los “libros gordos” dicen, interpretándolos al pie de la letra.

En definitiva, la peor cosa que podemos hacer los seres humanos es confundir nuestra forma de pensar con nuestra forma de hacer. Ser coherentes es siempre un beneficio para nosotros mismos y para los demás. Los otros sabrían qué esperar de nosotros y nosotros estaríamos en paz con nuestra conciencia, único juez que dicta las verdaderas sentencias, esas que se ajustan al fiel de la balanza, sin error u omisión.

Los seres humanos llevamos dentro un conglomerado de voces que nos llaman a adoptar unas u otras posturas, unas u otras acciones; pero sólo una de esas voces es la verdadera, sólo una es lo que de verdad somos y queremos. Se hace difícil hallarla y seguirla, aun así, existe una prueba infalible para detectarla, y es la satisfacción y la paz de vernos realizando lo que esa voz dicta.

Foto de Fardin Khan en Unsplash

Todos, al menos de momento, nacemos respirando y morimos dejando de hacerlo; eso nos iguala y muchas otras cosas también lo hacen. Somos, en esencia, seres humanos, con nuestras peculiaridades individuales e intransferibles, no pertenecemos a las ideas, ni tampoco las ideas nos pertenecen. Lo único que nos pertenece es lo que hemos sembrado y cultivado; sí, en sentido figurado “la tierra es para el que la trabaja”. De nuestros actos se derivarán nuestras cosechas.

Como dijo Lope de Vega: “Obras son amores, que no buenas razones”…

 

 

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