Tengo un monotema, sin el que nada abordo y sin el que todo me sale debiendo, si no lo incluyo. Ese monotema se llama LIBERTAD.
Sí, libertad, ni más, ni menos…; ni poco, ni mucho; sólo lo único indivisible en su totalidad, intransigente en su postura, incompatible con todo aquello que lo contradiga como paradigma de todos los paradigmas. Para mí no es cuento de hadas, es una realidad por la que siempre combatí y combato; mi única aspiración, mi gran aspiración.
Puede parecer muy simplista mi discurso; pero sólo es simple, atómico, congruente, ecuánime, sinónimo de lo que ella, la Libertad, representa. Dijo el Maestro: “…¡ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frio ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Bueno, esto me vale de primera premisa para mi defensa del principal argumento de donde se cuelgan todas mis ideas.
Nunca me gustó quedarme sólo en el justo medio, siempre quise adentrarme en territorios contrapuestos: ¿por qué?; pues sólo porque al juicio y a la ecuanimidad se llega cuando conoces las dos posturas. Si eres tibio, con la tibieza del que desconoce la verdad que existe en los dos extremos, te conviertes en algo vomitivo; pero si eres ecuánime con la justicia de quien sabe donde está el equilibrio, donde está la verdad, te conviertes en Maestro.
Por supuesto yo no soy Maestra y me faltan un montón de vidas (creo que casi infinitas), como a la mayoría de seres humanos, para serlo; pero aspiro, porque así siento mi naturaleza interna, a conseguir subir, peldaño a peldaño, esa escalera de la sabiduría, que se muestra para todos nosotros en lo más profundo de nuestro subconsciente onírico. En el último escalón, ya no están los tibios, allí se dan cita los que se han balanceado a ambos extremos, los que conocen la luz y la oscuridad, los que saben que el equilibrio se consigue cuando en cada plato de la balanza se sopesan las dos fuerzas antagónicas.
Me consta en el alma y también en el corazón, que soy muy imperfecta, que me caracterizo por el desequilibrio interior, por la lucha constante de mis opuestos, como les sucede a la mayoría de mis congéneres; porque no soy especial, sino de la masa de lo más abundante; aun así, única e intransferible a cualquier molde.
Me encanta ser yo; pero no porque me haya enamorado de mi misma; todavía no estoy en ese estado, al final de esta rueda de Samsara lo estaré; y entonces, seré verdaderamente libre de todos los demás y de todo lo demás; me bastaré. Eso es lo que me encanta de ser yo; bastarme, no necesitar…sentirme completa. La soledad es la “incomplitud”, el déficit…,la carencia. La verdadera compañía es el desdoblamiento de los opuestos que nos componen, que se encuentran en el justo medio; “las bodas del alma humana”.
No soy nadie; aun no, porque no me conozco todavía. Aspiro a que llegará mi naturaleza a permitir que me reconozca; y, entonces, toda tibieza desaparecerá como desaparece el frio con un buen abrigo, como desaparece el calor con una brisa refrescante, como desaparece el cansancio con buen sueño. Ese es mi destino, que comparto con todos vosotros, con todos nosotros, los tibios aún; pero que como buenos funambulistas vamos equilibrando, poco a poco y vida tras vida, nuestro paso. Adentrándonos de un lado y de otro lado en los contrastes, en los opuestos.
¿Por qué la libertad y no lo seguro de la rotundidad que da pertenecer a un sólo bando a una sola cofradía? ¿Por qué querer ser única e intransferible?…; sólo por una razón: si me pierdo y me disuelvo en lo ajeno, me quedo sin mirada, me enajeno sin contraprestación, me expropio sin justiprecio. En la libertad estoy yo y estás tú. Allí y sólo allí podemos encontrarnos; de cualquier otra forma nunca podríamos reconocernos como tú y como yo. Seríamos algo así como una amalgama revuelta de colores y de formas, de aromas y sabores…algo irreconocible, inconcreto; un símil del “ser sin ser”.
Ser tibio/a no es sinónimo de ser templado/a…; es algo totalmente distinto. La templanza nos acerca al justo medio donde los opuestos se encuentran y se hermanan, se aman, se valoran, se comprenden. La tibieza es indolente; no acaricia el rostro del contrario para tratar de comprenderle; no se atreve a salir de aquello que la configura para ser todo aquello que está destinada a ser; se queda en lo indefinido; no reconforta con su calor, ni alivia con su frescura. Como dijo el Maestro, la tibieza es vomitiva.
Quiero ser libre algún día, sueño indefinidamente con serlo, me alivia mucho pensar que ese es mi destino y el destino de todos los demás, de todo lo demás que se disolverá en la entropía para encontrarse en lo definido, en lo propio, en el SER. Y ¿qué es el SER?; pues yo creo que es todo aquello que necesita de un nexo para conectar con otro, porque se encuentra solo en el universo. El nexo es lo común, aquellas cosas que nos reconcilian con la verdad única que yace en todos los corazones, proveniente de la fuente que nos regó y nos hizo brote.
Nunca dejaré de alabarte, de soñarte, de obedecerte en lo más profundo de mis pensamientos, siempre querré ser tuya por completo; mi querida libertad. Antorcha guía, luz de luces, querida amiga, mi hermana, mi Maestra. No sé qué cosas me deparará aún la vida, pero si no estás tú: la sin límite, la incansable sustentadora de lo auténtico; yo no quiero estar.
“Padre perdónalos que no saben lo que hacen”. No, desde luego no sabían lo que hacían cuando me arrebataron la libertad. Sembraron en mí una semilla que, vida tras vida, irá creciendo…hasta convertirse en el árbol de mi vida, de mi universo, de mi paraíso; compañero del árbol del conocimiento del bien y del mal…
Ya no combato desde el exterior, porque mi enemigo no se halla fuera de mí, sino dentro. Ahora sólo me toca la espada contra la espada propias, contra el que quiere arrebatarme la luz desde la sombra.