No voy a hablar en este artículo de fotogramas al uso, porque, entre otras cosas, no tengo ni idea de fotografía a pesar de tener un hijo experto en la materia. Uso la palabra fotografía como metáfora de la visión que plasma o revela el subconsciente en nuestras mentes conscientes, de aquellas cosas que imaginamos.
A veces me da por hacer un ejercicio práctico, al que yo denomino: “A ver que veo”. Este ejercicio consiste en dejar que por mi mente consciente pasen las imágenes que el subconsciente quiera hacer pasar sin que mi voluntad intervenga; por supuesto, en ese momento me esfuerzo en ser el “testigo insobornable” que observa como mis emociones van apareciendo y comprueba cómo mi corazón se conmueve o permanece impertérrito con estas imágenes.
Conocernos a nosotros mismos creo que es la tarea más trascendente e importante que podemos realizar en esta vida (ya lo decía el oráculo de Delfos). Por supuesto, con una vida no es suficiente para esto, harían falta infinitas…; llevamos el universo dentro.
Una vez hecho el ejercicio, como no soy artista plástica ni, concretamente, pictórica, no puedo plasmar en imágenes u objetos lo que he visto y me tengo que conformar con describirlo a través de las palabras (digo conformar porque tampoco soy poeta, lo cual me facilitaría enormemente la descripción); pero, bueno, a mí me bastan mis palabras, porque en definitiva no las voy a exhibir; sería desnudar el alma públicamente y eso debe pertenecer siempre al ámbito de lo privado.
Cuando nos vamos dando cuenta poco a poco de lo mucho que nos parecemos los seres humanos los unos a los otros y a la vez de lo únicos que somos, se produce una paradoja difícil de resolver; porque, por una parte, nos sabemos pertenecientes al todo dentro de la gran masa humana, pero, por otra, estamos viendo nuestra huella intransferible, la que absolutamente nos pertenece y nos distingue.
Darnos cuenta de que nuestra huella es única nos conduce a valorarnos. Es por eso que el esfuerzo de tratar de entender y conocer lo que llevamos dentro es tan importante. La psicología ahonda grandemente en este terreno terapéutico y, por supuesto, su madre la filosofía lo ha hecho desde que el hombre fue consciente de sí mismo.
No hace falta saber de ontología, ni conocer los entresijos terapéuticos o teóricos de la psicología para darnos cuenta de lo grandes que somos por dentro. Sólo hace falta que nos atrevamos a mirar desde el brocal del pozo y admirar su profundidad. Hace falta sacar y sacar su agua, regar y regar los campos de la vida con ella y ver como fructifican éstos sin que el pozo se seque.
No sólo hacemos camino al andar, también lo hacemos al contemplar y es muy necesario, en este sentido, sobre todo, contemplarnos; porque somos una obra completa desde el principio de los tiempos; sólo que aún no la hemos sacado a luz para exhibirla ante nuestros ojos y ante los ojos del mundo.
La estrella que se refleja en el agua de nuestro pozo interior es el sol que nos alumbra y en él están la verdad y la vida. Sólo la luz hace que desaparezca la oscuridad. Debemos poner luz en nuestro interior, estamos obligados a hacerlo en todas nuestras vidas. De no ser así, también estamos obligados a vivir creyendo que son reales las sombras de la caverna.
Mi ejercicio interior culmina cuando después de observadas las imágenes y puestas por escrito las sensaciones que me producen, las voy puntuando de mayor a menor intensidad, negativa o positiva. Eso lo extrapolo a un eje doble de coordenadas cartesianas. Después voy trazando líneas que unen los resultados y configuran los mapas de la luz y la oscuridad. Me doy perfecta cuenta, transcurrido el tiempo suficiente, de si necesito cambiar de camino o seguir por el mismo rumbo.
Puede parecer un tanto complejo o demasiado entretenido mi ejercicio, pero para mí es válido, por eso lo expongo y lo doy a conocer. No obstante, por supuesto, cada ser humano debe descubrir cual es el método que mejor le sirve para irse conociendo a sí mismo y qué resultados está obteniendo en su uso. No se trata de hacer lo que a otros les sirve, por supuesto, tampoco lo que me sirve a mí; se trata de hacer aquello que a cada uno le sirva.
Cuando me siento acompañada por mí misma y me doy cuenta de que todo está dentro de mí, me siento tan fuerte, tan completa que, si no supiera que existe la fuerza de la gravedad y si no tuviera muchas ganas de seguir viviendo, intentaría tirarme al vacío desde el lugar más elevado al que pudiera acceder, por el ansia que siento de volar en esos momentos.
Hay pensamientos, algunos de autores para mí desconocidos, que leí hace muchos años y que anoté en mi calendario predilecto. De entre ellos, y sobre el tema que nos ocupa, destaco los siguientes:
- Tu lugar es aquel en el que te encuentras.
- Conocer a otros es inteligencia, conocerse a sí mismos, es sabiduría (Tao Te Ching)
- Cuando somos capaces de conocernos a nosotros mismos, rara vez nos equivocamos sobre nuestro destino. (Madame de Stael).
- Todas las maravillas que buscas están dentro de tu propio ser. (Sir Thomas Browne).
- “yo nací siendo nadie y nadie será como yo”.
Sólo ese ramillete de pensamientos, bastan para animarse a mirar las fotografías interiores; imágenes que son, para el testigo que somos, la energía que debe mover la voluntad luminosa que nos realiza. deberían fijarse en cada punta de una estrella pentagonal una de esas frases, u otras de nuestro agrado, y a diario reflexionar en su contemplación.
Yo creo que el mejor alimento para el alma es un buen plato de libertad y la única manera de ir siendo libres es ir siendo nosotros mismos; por tanto, hagamos caso al oráculo de Delfos.