Decía Facundo Cabral en una de sus famosas letras: “No estás deprimido, estás distraído”. Qué gran frase la de Facundo, cuánta sabiduría encierra.
Estamos distraídos de la vida, no reparamos en lo que sucede a nuestro alrededor, absortos en el ruido mental que nunca para. Es muy difícil despegarse de las preocupaciones y considerarlas tan sólo ocupaciones previas o anticipadas . Nadie está exento de problemas, sean de mayor o menor importancia; pero tampoco nadie está exento de alegrías…
Decía William Blake: “Para ver un mundo en un grano de arena, y un cielo en una flor silvestre, sujeta el infinito en la palma de tu mano, y la eternidad en una hora.”
Sí, el infinito está en la palma de la mano; en cada línea que la configura se han escrito muchas historias pasadas, presentes y por venir. Ella, la mano, guarda un gran secreto; de ancestros que configuraron nuestras huellas con sus propias huellas.
Y la eternidad, ¿qué es?, ¿acaso podemos definirla?, ¿nos cabe ese concepto en tan poca y básica mente consciente? Nunca me ha gustado adentrarme en la eternidad porque sólo con intentarlo dejo de existir. No puedo ser en un tiempo y en un espacio indefinidos, sin límites y, sin embargo, cuando el valor o el coraje me acompañan por breves y solemnes instantes, ese “no ser nada” lo es TODO.
Al percibir la vida y no distraernos de ella, cada acontecimiento de nuestro alrededor puede convertirse en una fiesta. El tiempo, entonces, es tan intenso que los tic tac son un latido interminable. Sí, claro que el tiempo es relativo, ¿quién lo duda? Sólo depende de esa intensidad a la hora de sentirlo, de percibirlo en toda su magnitud; estando atentos a cuantas miles de cosas simples, sencillas y auténticas nos rodean en esos instantes. El verde intenso de una hermosa planta salpicada de flores blancas, la dulce y atenta mirada de un perro, la serenidad de un anciano sentado en un banco, los patos que corren locos a por el pan que una niña esparce sobre el césped, el sol que hace tintinear estrellas sobre el agua…
Son tantas las cosas que nos rodean, que no se hace necesario recorrer grandes distancias para disfrutar de la belleza; sólo es cuestión de buscarla con los ojos conectados al alma, dejándose engullir por el instante, escuchando la música que compone nuestro SER, cuando de verdad ES.
Observar cómo caminamos sin que tengamos que ordenar a nuestros pies que lo hagan o cómo se mueven nuestras manos sin que tampoco debamos decirle a nuestro sistema nervioso que actúe de tal o cual manera. Esos automatismos, que interiormente nos facilitan todo tipo de actividades, son mágicos. Nuestro corazón late, nuestros pulmones respiran, nuestra sangre circula…; y nada depende de nuestra consciencia.
Viajamos dentro de una máquina biológica perfectamente sincronizada, cuando ni por accidente, deterioro de tiempo o maltrato comienza a fallar. Esa máquina que, aparentemente, nos configura no es nuestro SER REAL, nuestro YO TRASCENDENTE. Es sólo un maravilloso vehículo que nos permite el contacto con la energía que nos rodea, siendo él mismo pura energía.
La alegría de vivir no está de moda, sino todo lo contrario. En estos tiempos resulta casi ridículo decir que la vida tiene un montón de cosas buenas; y es lógico pensar así, si se está en medio de un desastre bélico, una terrible enfermedad, la pérdida de un ser querido u otra desgracia que nos imposibilite la paz mental y el bienestar físico. Pero aun siendo estas anteriores las causas, todo tiene solución a corto, medio o largo plazo. Creo que quejarse de la vida, cuando se da en condiciones normales (en el sentido de no carecer de nada básico para la supervivencia y el bienestar emocional), es estar ciego aún teniendo ojos para ver la belleza.
Hay un ejercicio muy eficaz para darnos cuenta de lo mucho que tenemos en comparación con los que tienen muy poco y, asimismo, de lo mucho de lo que podríamos prescindir, sin que ello restase bienestar a nuestras vidas. Ese ejercicio se realiza dentro del “Camino de la Muerte Mejicana” y consiste en dejarse acompañar por la Parca, mientras ésta nos va recordando que en cualquier momento nos hará pasar al otro lado si le place. Cuando nos hacemos conscientes de lo efímera que es la vida la valoramos de verdad.
En ese sentido, y como práctica, que nos invita también a valorar las pequeñas grandes cosas que nos rodean, echar un vistazo a la filosofía de Epicuro y su “Jardín” es muy recomendable. Para este filósofo un simple trozo de pan acompañado de una porción de queso o disfrutar de unas dulces uvas eran ya, de por sí, tener al alcance el disfrute de los dioses. Se ha malinterpretado siempre al dueño de ese Jardín, pensando que era un hedonista; nada más lejos de la realidad. Para él la felicidad consistía en:
“El placer de la serenidad, en un estado en el que no hay perturbaciones del alma ni dolor alguno”.
También decía Epicuro:
“La vida feliz y amistosa de los dioses, que está al alcance de todos, puede alcanzarse con la satisfacción de los deseos naturales y necesarios”.
Creo que la clave para entender correctamente a este filósofo radica en la palabra “necesario”. Lo superfluo no sólo cuesta mantenerlo, sino que además nos roba paz y tranquilidad, generalmente. El minimalismo está de moda, sobre todo en la estética de la decoración de interiores, la arquitectura y el vestir. Pero más importante es que lo pusiéramos de moda en el sentir…
Cuando se siente de forma minimalista se atiende a lo esencial. No nos preocupamos de cosas que tienen solución, sólo nos ocupamos de ellas. Vivimos la vida con la naturalidad que la viven los animales, atendiendo a los acontecimientos inmediatos, disfrutando de lo bueno y huyendo de lo malo. Ese fluir del taoísmo es la esencia del minimalismo llevado al sentimiento. No se trata de abstenerse del pensamiento imaginativo o constructivo, se trata de llenar el pensamiento de las grandes ideas y de las pequeñas grandes cosas que nos alegran la vida.
En otro orden de cosas, es también muy importante saberse rodear de aquello y de aquellos que nos alegran la vida. Todos o casi todos conocemos esta recomendación:
“El secreto, querida Alicia, es rodearse de personas que te hagan sonreir el corazón. Es entonces y sólo entonces que estarás en el país de las maravillas”.
De todas formas, creo que para estar rodeados de belleza y bondad tenemos primero que emitir nosotros esa belleza y esa bondad…; de no ser así nos durará poco la estancia en ese “País de las Maravillas” o en ese “Jardín de Epicuro”. La verdadera “Alicia”, en la que Lewis Carrol pensaba cuando escribió su famosa obra, según mi perspectiva, es el alma humana libre de prejuicios y normas absurdas, que busca lo natural, lo sencillo y lo simple; eso que siempre nos lleva a lo verdadero.
No estás deprimido, estás distraído. Mira a tu alrededor y te darás cuenta de que Alicia te está hablando, escúchala. Piensa que la etimología de Alicia es: VERDAD.