“La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” Nelson Mandela
Pues sí, esa es una verdad incuestionable. Cuando se educa a un pueblo desde la cuna se construye una gran nación. Lo saben perfectamente todos los gobernantes y algunos que se cuidan mucho de hacer lo contrario promoviendo legalmente la ignorancia, el oscurantismo y la mansedumbre en su peor versión. No hay nada más alienable que un ser humano sin capacidad de pensar por sí mismo, como resultado de una deficiente educación.
En todas las épocas ha habido y seguirá habiendo rebeldía, educada e ineducada, por parte de los jóvenes, enfrentándose a las viejas costumbres de sus padres y abuelos; pero no es eso lo que me preocupa, todo lo contrario. Cuando la juventud avanza hacía otros derroteros de libertad y prosperidad, imponiendo sus nuevas ideas por encima de la tradición, es del todo elogiable. Lo que ya no merece elogio es que caminen por sendas marcadas sin tener conocimiento de causa de por qué lo hacen y mucho menos la intención de preguntárselo.

Todos cometemos errores, todos en alguna ocasión, o en muchas, hemos sido o somos borregos, pero ese no es el peor de los pecados. El peor de los pecados es darse cuenta de lo mucho que nos someten y no hacer nada por remediarlo.
La rebeldía no debe ser sólo una actitud de los jóvenes; por el contrario, la verdadera rebeldía viene acompañada de la experiencia y además de la firme voluntad de no aguantar lo inaguantable.
Cuando un gobierno, ya sea el de una nación, el de una empresa o el de una familia resulta dictatorial, injusto y empobrecedor para quienes lo sufren, hay que asumir la obligación de ponerle remedio mediante la rebeldía. A eso se han referido muchos grandes pensadores. Sólo la educación y el pensamiento libre son padres de la verdadera rebeldía. Otra cosa son las rabietas de niños malcriados e ineducados que no van más allá de la vulgar protesta sin sentido y sin más meta que el protestar por protestar, porque está de moda unirse a unas ideas que ni siquiera comprenden.
No hay borrego más grande que aquel que sigue la moda, sea ésta la del estilo textil con el que envuelve su cuerpo, la de las poses con las que se muestra a los demás, la de la música que escucha o la de las protestas haciendo bulto a las que se une porque le han dicho que eso es libertad y progreso.

Todo gran pensador ha sido un rebelde por naturaleza. Cuando un ser humano se para a reflexionar sobre el porqué de las cosas, acaba siempre encontrando que el razonamiento es la mejor medicina que se le puede dar a la salud del alma. No hay alma viva en aquellos que son seguidores; aquellos que buscan pertenecer en lugar de pertenecerse. Y todos, absolutamente todos, hemos traicionado nuestra digna y necesaria rebeldía; bien por ser cobardes o bien por comodidad.
Para muestra de esos pensamientos libres que, por ende, fueron rebeldes, estos ramilletes de sentencias sentidas y maduradas a la luz de la libertad:
“La única manera de lidiar con un mundo que no es libre es llegar a ser tan completamente libre que tu propia existencia sea un acto de rebelión.” (Albert Camus).
“La rebeldía es el único refugio digno de la inteligencia frente a la imbecilidad” (Arturo Pérez-Reverte).
“La rebeldía es hija de la experiencia”. (Leonardo Da Vinci).
Estoy segura de que todo pueblo tiene el gobierno que se merece. Sólo un pueblo que sabe pensar elige como forma de gobierno la verdadera democracia que separa firmemente a los tres poderes y aclama y defiende la libertad del cuarto; y sólo ese pueblo no consentirá jamás la corrupción de sus gobernantes, castigando todo acto de despotismo o corrupción en las urnas y en las calles. Todos y cada uno de los que padecen o podamos padecer malos gobiernos estamos obligados a realizar ese castigo; que no es tal castigo, sino la toma de conciencia de que ante la injusticia hay que defender la justicia y ante la imposición malsana hay que defender la libertad de no obedecer.
Sueño con que los jóvenes, a pesar de las leyes de educación, acaben conquistando la verdadera democracia. No hay educación más grande que aquella que nos vamos otorgando poco a poco a nosotros mismos una vez que nos hemos decidido a pensar y a cultivarnos; porque pensar no es otra cosa que pararse a mirar alrededor y tratar de comprender qué pasa, por qué pasa y, sobre todo, quiénes hacen que pasen las cosas para obtener otras cosas.
Un ser libre es aquel que se hace preguntas, aunque no pueda o no sea capaz de contestarlas. Un borrego es aquel que no cuestiona las “verdades” que le imponen. El rebelde es consciente de que algo va mal y de que tiene que hacer algo por solucionarlo; el borrego es el que, aunque se dé cuenta de lo mismo, piensa que por él solo nada puede hacer y, por ello, para qué intentarlo. La conclusión del borrego no es tal, más bien se trata de una adecuación al medio, a pesar de que este medio sea inadecuado.
Como decía, todos somos o hemos sido borregos en alguna de las circunstancias de nuestras vidas; la buena noticia es que podemos dejar de serlo y convertirnos en verdaderos rebeldes. A nuestro mundo le hacen mucha falta los rebeldes, hombres y mujeres de todos los tiempos que han cambiado la historia, no por el deseo de sobresalir, sino por el afán de justicia y libertad para sí y para los demás.
Y como broche de este artículo, una frase que me encanta de Diego Luis de Córdoba, un rebelde abogado colombiano, de raza negra, nacido a primeros del siglo XX:
“Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.