Cuando entré en la Royal Academy no tenía muy claro que iba a ver. Me habían convencido un grupo de artistas londinenses de que aquella era ¡la exposición! Yo debo reconocer que desconfiaba bastante de su entusiasmo. Por la manera en que hablaban parecía tratarse más de una reunión de amigos que de una selección de lo mejor del arte británico del momento. Además, la reputación de chovinistas de los ingleses, a veces, está justificada. El hecho de que todas las obras perteneciesen al coleccionista multimillonario Charles Saatchi (un reputado publicista) explicaba el porqué del título de la misma: SENSATION.[1]
Evidentemente conocía alguno de los nombres de los artistas que exponían esos días. Ya había oído hablar del famoso tiburón de Damien Hirst (hoy es, junto con Jeff Koons, uno de los creadores más conocidos del mundo y su escualo un emblema del arte de los 90), y es que Sensation empezaba a alcanzar la fama por la violencia patente en los trabajos de muchos de sus artistas.
En realidad, no se mostraban obras a los cuales el mundo del arte fuese ajeno (y menos en una ciudad como Londres). Pero la muestra, en su conjunto, daba una imagen terrible de nuestra sociedad, la misma, por otro lado, a la que nos tenía acostumbrados el cine y la televisión. Así pues, la masiva irrupción en el terreno de lo artístico, de la iconografía de la violencia que preside nuestra sociedad fue la causante de la polémica que suscitó posteriormente. Pero en aquellos últimos días de septiembre, las aguas, aún estaban relativamente tranquilas.
Quizá el título, y la cada vez más habitual conversión de los eventos artísticos en espectáculos de masas, había provocado otras expectativas.
¿Otras?, la selección de obras realizadas por el comisario, Norman Rosenthal, y el propietario, Charles Saatchi se basaba en lo que posteriormente sería denominado como los YBA (Young Brithish Artists). La violencia, el sexo, la vulgaridad, la vida y la muerte son los temas con los que se asocia a esta generación, nacida a partir de la legendaria exposición Freeze, organizada por Damien Hirst y sus compañeros de la Goldsmiths en New Cross, en Londres, a finales del verano de 1988. Ellos eran la personificación de la contemporaneidad, entendiendo ésta como disolución de fronteras entre la galería de arte, los medios de comunicación, la publicidad, el cine, etc. Estamos ante la “sociedad del espectáculo” como la definió Guy Debord.[2]
Aquello era una enorme fiesta en la que las multitudes danzábamos de una sala a otra, en una coreografía no orquestada, peleándonos por ver algo.
En uno de los espacios la muchedumbre se congregaba en una especie de aglomeración de la que salían voces subidas de tono. Por momentos parecía que querían lapidar a alguien. Al final de la tarde supe que se habían congregado delante de la obra que generó un rechazo tremendamente visceral entre el público, la de Marcus Harvey, que fue incluso atacada físicamente en varias ocasiones, por lo que tuvo que mostrarse bajo la protección permanente de una mujer policía (esto ocurriría más tarde). Se trataba de un gigantesco retrato de Myra (que vi una semana después a una hora intempestiva), la institutriz británica que en los años sesenta secuestró, violó y asesinó a varios niños. Realizada con manos infantiles impregnadas en pintura, quizá recuerda a los británicos aspectos violentamente desagradables de su historia popular más reciente.
Pero ya necesitaba respirar… aquello empezaba a ser una mezcla entre una manifestación y un concierto. Y entonces me topé con algo totalmente desconcertante. ¡Una tienda de campaña azul!.
Como no había ninguna aglomeración tuve la oportunidad de pararme tranquilamente y dar alguna vuelta a su alrededor. Ya saben, ¡en los museos se mira pero no se toca!.
Supongo que esperaba que algún performer surgiese de ella… Quizás, situado entre el público, este aguardase a que hubiera más personas para entrar en ella y hacer… algo. Pero allí no pasaba nada. Eso sí, su interior estaba iluminado. Me puse en cuclillas a la entrada y comprobé que estaba llena de nombres tanto de mujeres como de hombres. Ninguno de ellos significaba nada para mi. No reconocí ni a pensadores, ni a políticos, ni estrellas del rock, ni del arte. Es posible que lo fuesen, pero a un nivel muy local. ¡Debía ponerme al día de muchos temas!.
Estuve apunto de marcharme sin saber siquiera de quién era la obra. Pero, de alguna forma me pareció una falta de respeto. Alguien se había tomado la molestia de ponerla allí y, aunque no sabía muy bien qué pensar, me fui directo a la cartela antes de abandonar aquel espacio. Decía:
Everyone I Have Ever Slept With 1963-1995, 1995
Estaba totalmente estupefacto. Afortunadamente llegaron las personas con las que había acudido al evento.
Un tanto a bocajarro les planteé las dos preguntas que rondaban en mi cabeza para darle cierto sentido a lo que estaba viendo:
¿Qué edad tiene?
¿La pieza es de un hombre o una mujer?
Puede que os parezcan cuestiones irrelevantes pero creo que son absolutamente esenciales.
Resulta que conocían muy bien a Tracey Emin (yo reconozco que no había oído hablar de ella). Al parecer, ya se había convertido en L’enfant terrible de la escena artística en la ciudad. Era la más punk…
El título de la pieza Todas las personas con las que me he acostado 1963-1995, aludía -literalmente- a todas las personas con las que esa mujer se había acostado desde que nació. Allí había mucho más que la anécdota descarada, o el atrevimiento y vanagloria (normalmente pertenecientes al mundo del macho) de las conquistas sexuales.
En realidad, más tarde aprendí que Tracey Emin vierte en sus obras la rabia, el dolor, su dignidad herida. Desnuda su autobiografía con dureza, casi con urgencia, pasión y hasta desesperación: la pérdida de la virginidad a los 13 años por una violación o los nombres de todo aquel con quien ha dormido -desde los miembros de su familia –abuela, hermano mellizo- a sus parejas sexuales, y también los dos abortos que tuvo-.
Todos estaban reunidos en esa tienda de campaña, eran los símbolos (cosidos letra a letra –tela sobre tela- en una especie de misiva o carta). Un listado autobiográfico de vivencias llenas de cariño, ardor y dolor.
La memoria es su materia prima, sus vivencias –incluso su cuerpo- constituyen los ingredientes esenciales alrededor de los que girará prácticamente toda su trayectoria: borda sobre tela, o pega sobre cojines -obsesivamente- nombres, palabras y textos completos.
Lo personal es político… había leído ya,… claro. Pero, francamente en el mundo del arte, no siempre es fácil materializar una idea. Casi siempre se convierte en un slogan vacuo.
No me parece el caso.
De todas formas recuerdo pensar, y así se lo plantee a los que allí estábamos, que esa pieza ya solo la podía efectuar una mujer. ¿Cómo sería recibida si un hombre cita con nombres y apellidos, públicamente, a las mujeres con las que se ha acostado…?
Hay otra forma de aproximación, si, también podemos entender que “La tienda” se trataba menos de sus conquistas sexuales que de su intimidad en un sentido general:
“Con algunos había echado un polvo en la cama o contra la pared, con otros solo había dormido, como con mi abuela. Solía acostarme en su cama y tomar su mano. Acostumbrábamos a escuchar la radio juntas y nos dormíamos. No haces eso con alguien que no amas”[4]
Así que plasmar la crudeza de todos aquellos recuerdos pasaba por bordar o coser los nombres de sus amantes y amados dentro de una tienda que también podía ser un útero… pero, lecturas intelectuales o emocionales aparte, cuando se presentó “mi tienda” -como la llama ella- en el año 95 uno de los periodistas que había ido a ver la exposición no pudo dejar de exclamar ante su sorpresa:
¡Se ha acostado con todos, incluso con el organizador de la exposición![5]
O sea, que si un hombre no podría presentar en público esta pieza… una mujer seguía sometida a todo tipo de prejuicios morales, sexuales, etc. En definitiva… ¡es una obra valiente y oportunamente punk!.
Propiedad de Charles Saatchi,[6] fue destruida en el incendio del almacén de Momart London en 2004 (junto con muchas obras de los YBA). Ella se ha negado a recrearla a pesar de que ¡la Galería Saatchi le había ofrecido 1 millón de libras (el monto del pago del seguro) para rehacerla!.
Debo reconocer que ¡también entré en la tienda! Y, por si os lo preguntáis… si, salí pensando en todas las personas con las que me había acostado… pero esa es mi historia y no. ¡No soy artista!.
“My Bed” es sin duda su obra más conocida. La pieza que la llevó a ser finalista de los Turner Prize y también la más difícil de asimilar. Al margen del precio que alcanzó (fue subastada en 2014 por 2,2 millones de libras –la compró un coleccionista alemán que la ha cedido en préstamo a la Tate, donde ahora se exhibe–) nos puede sorprender la persistencia con la que insiste en desnudar su vida una y otra vez.
Por momentos tenemos la impresión de estar ante una autobiografía inacabable… y puede que así sea. Como ella explica en Tracey Emin, The South Bank Show, 2001:
“Me di cuenta de que yo era mi trabajo, Yo era la esencia de mi trabajo. Siempre digo que después de mi muerte, mi trabajo no será la mitad de bueno”.
Pero si somos honestos, más allá de filias y fobias, reconoceremos que ensalzamos una y otra vez, dentro de la historia del arte y de una manera canónica, artistas que lo único que han hecho es hablar de sí mismos. Y esto, lejos de ser un problema, un síntoma de aburrimiento, lo exponemos como un mérito sustancial y diferencial. De esta forma podemos analizar (el grueso de su obra) como un todo, en lugar de decir que se repite, o que es excesivamente autorreferencial (por utilizar un término no ofensivo).
En Emin no cabe duda de que la hipotética identidad artística –personaje– y la biografía particular se entrelazan de una manera casi indistinguible. Podríamos decir, incluso, que imprescindible. Si es irreverente en la intimidad, así lo muestra -de manera confesional- en lo artístico. Si estos dos ámbitos son indisolubles… es porque ella lo ha decidido.
Una juventud basada en el exceso siempre ha sido una materia prima excelente en lo artístico. ¿Qué otra cosa nos ha enseñado el mundo de la música en las últimas décadas? ¿Cómo no hacer de estas vivencias una substancia a partir de la que generar experiencias creativas? Drogas, sexo, alcohol pueden conformar el escenario o el telón de fondo visceral a partir del cual convertir lo individual en universal.
Es posible que todas las críticas vertidas, arrojadas sobre su trabajo, tengan una parte de verosimilitud: desagradable, soez, repugnante, obsceno… Pero:
“Yo no puedo continuar viviendo con todas estas cosas dentro de mí”[7]
También es muy probable que esto ocurra porque veamos en él una parte de nuestras vidas que nos gustaría olvidar. ¿No hemos descendido nunca al infierno, por modesto que éste haya sido?
My bed es una cama sin hacer, su propia cama. Las sábanas tienen manchas visibles que seguramente proceden de fluidos corporales (los de Tracey Emin y otras personas). Alrededor podemos encontrar objetos de todo tipo: paquetes de cigarrillos ya gastados, botellas de alcohol, condones, trozos de periódicos, bragas con manchas resecas de la última menstruación y un sinfín más de pequeños detalles de lo cotidiano…
Nada que no hayamos leído una y mil veces en escritores que todos admiramos y que esos críticos citarán a menudo en sus textos científicos y académicos. Pero convertir la promiscuidad sexual y los excesos de alcohol y drogas en un espectáculo visual, en una escultura, en una instalación puede suponer todavía un tabú que enmascararemos con otros adjetivos.
Sí, se trata de un auténtico espectáculo para voyeurs, fetichistas y admiradores de lo abyecto. Pero evidentemente es también un autorretrato de una persona bajo una crisis psíquica y emocional profunda:
“El absoluto desastre y decadencia de mi vida”.[8]
Y es que sobrevivir a uno mismo no siempre es fácil. Subsistir a los demás puede ser una tarea titánica de la cual no siempre sabremos -o podremos- salir airosos. Sin embargo, el arte a ella le ha servido. Le ha proporcionado una estabilidad a partir de la cual crecer con lucidez Y también muchísima ironía.
Su cama no le hizo ganar el Turner, pero si credibilidad, visibilidad y, no menos importante, dinero para hacer lo que le diera la gana… es decir, arte con su propia vida… aunque a mucha gente no le guste.
Supongo que el mundo del arte refleja algunos de los peores vicios de nuestra sociedad. Ensalzamos los valores y la calidad de los artistas y de sus proyectos en tanto en cuanto no han alcanzado todavía la máxima notoriedad. En el momento en el que los coleccionistas y las instituciones se vuelcan en la adquisición de las obras de alguno de ellos es la hora de hacerles caer.
Está claro que muchos nunca deberían haber alcanzado esas posiciones de privilegio. Su trabajo no lo había justificado jamás. Pero esto es un negocio y la burbuja bursátil artística alcanza grados no superados por la especulación económica de las grandes bolsas mundiales.
En trabajos como I Got It All (2000) Emin se muestra con sus piernas lujuriosamente abiertas y extendidas sobre el suelo. Agarra billetes y monedas empujándolos hasta su entrepierna. Es la lascivia del éxito de público, del éxtasis financiero,… el deseo del artista finalmente satisfecho como si de una necesidad sexual imperativa se tratase. Se fotografía, a gran formato (¡grande, si es grande, mejor!) consumiendo su propia pulsión. Pero no hay que olvidar que es una escenificación destinada a proporcionar al público lo que espera: otra pieza escandalosa de la vida privada de la artista… otro cacho de Tracey Emin para comprar y vender. Ella lo sabe y proporciona el producto. Todos felices… todos nos beneficiamos… todos ganamos. ¡Puede que parezca gracioso, pero es imposible obviar su componente dramático!:
“Soy una alcohólica, neurótica, psicótica, quejica, una perdedora obsesionada conmigo misma, pero soy una artista”.[9]
My bed había sido la materialización de varias semanas de su vida bebiendo, fumando, durmiendo, manteniendo relaciones sexuales mientras tenía la regla. Sangre y condones usados… bragas y botellas de alcohol… tristeza y desesperación.
En realidad la historia que nos cuenta, la suya, una sucesión de desencuentros, es particular, individual si… pero también es un relato universal… una narración que lejos de ser una leyenda, de una manera u otra, nos pertenece a todos…la vivimos una y otra vez.
Lloré porque te amo escribe para explicar… el dolor de la pérdida… la ansiedad de la soledad… la angustia de la separación ¿Nos suena verdad? En la autobiografía que he citado y que ha acompañado la redacción de este artículo nos dice:
“Es mi vida. Creo que he llorado por más personas que amo que personas que odio. No creo haber odiado a casi nadie. Creo que mi gran error es amar demasiado a la gente”
Tracey Emin es hoy una Académica de la Royal Academy of Arts.
“Solo he sobrevivido gracias al arte, que me ha dado fe en mi propia existencia”.
TRACEY EMIN
Quería hablar de arte. Quizás lo he hecho. No mucho.
* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, All Babes Are Wolves, Spinnerette, 2008.(Podéis hacer lo mismo… o no)
[1] “SENSATION. Young British Artists From The Saatchi Collection” Royal Academy of Arts, Londres, 18 septiembre – 28 diciembre 1997.
[2] Guy Debord. Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Madrid, Anagrama, 1992.
[3] Tracey Emin (Inglaterra, 1963) es una artista “conceptual” británica. Probablemente la más reputada junto a Damien Hirst dentro del grupo de los Young British Artists.
[4] Barry Didcock (2006). “The E spot”, The Sunday Herald, 30 April 2006. Retrieved from findarticles.com, 19 June 2007.
[5] Barry Barker (2003). “Tracey Emin with Barry Barker”, University of Brighton, 3 December 2003. Retrieved 19 June 2007.
[6] Aunque Emin se había negado a vendérsela a Charles Saatchi por su trabajo publicitario para Margaret Thatcher, a la que Emin acusaba de crímenes de guerra, finalmente acabó en las manos del empresario al comprarla en el mercado secundario. ¿En quién estaría pensando Damien Hirst cuando hizo su tiburón?
[7] Michael Corris, Tracey Emin, Artforum, Febrero 1995, pp. 84-5.
[8] Strangeland. Tracey Emin. Alpha Decay. Héroes Modernos.Traducción de Ismael Attrache. 2016