La manipulación de las masas es tremendamente sofisticada en nuestros días; pero carece de gusto.
En el capitel de una iglesia románica cualquiera, Eva señala a Adán el fruto prohibido para que lo coma, y él la obedece. Una serpiente enroscada en el árbol contempla la escena encantada. Los campesinos medievales que asistán a misa asimilaban maravillados, a través de esta y otras esculturas, los mensajes del programa ideológico que debían conocer y acatar. Mediante el lenguaje visual, el único que estos analfabetos comprendían, se les informaba del papel de la mujer en el mundo y su obligatoria sumisión al hombre en pago del error cometido; de las terribles e imaginativas penas infernales reservadas a aquellos que desobedecían las consignas divinas lanzadas desde el púlpito; y el premio eterno para los súbditos mansos de espíritu, que heredarían el reino de los cielos tras una vida de penurias y sumisión en la tierra.
A veces la amenaza de la condenación eterna no era suficiente, y la hambruna producida por una mala cosecha o la mortalidad causada por una epidemia podían producir descontento entre las masas campesinas del campo, o entre los pobres artesanos de las ciudades. Se hacía uso entonces de la exaltada y convincente oratoria de gente como fray Vicente Ferrer, y se permitía que el populacho, fuera de sí, cargase las culpas contra los judíos o los musulmanes. Después de incendiar sus casas, violar a unas cuantas mujeres y asesinar unos cuantos hombres, la gente de bien regresaba desahogada a la normalidad, satisfecha y convencida de haber cumplido la voluntad de Dios. Las autoridades podían respirar de nuevo.
En una especie de compensación, la Edad Media y la Contrarreforma sembraron las ciudades y villas de Europa con obras de arte que aún hoy nos conmueven por su dramatismo y su perfección. Los poderosos contrataron a grandes artistas, todavía incapaces de vivir por sí mismos, y les encargaron plasmar martirios, apocalipsis, ascensiones y milagros. El románico, el gótico, el renacimiento y después el barroco convirtieron la religión católica en un museo maravilloso, donde quienes hoy ya sabemos leer y escribir podemos gozar de la calidad estética de estas obras y de su profunda humanidad. Ya no vemos en ellas un código de conducta y un arma eficacísima de manipulación, sino belleza, amor, éxtasis, gozo, arrepentimiento, perdón, sufrimiento y compasión. La Piedad de Miguel Ángel es, para la mayoría, una excelsa y conmovedora cumbre creativa del ingenio humano (occidental), y no contiene ya ningún programa oculto.
La Ilustración, y después la Revolución Francesa, quisieron cambiar todo aquello para siempre y proclamar la apoteosis de la razón, pero no lo consiguieron. Nuestra especie necesita símbolos y relatos que nos cohesionen como grupo de una manera emocional. De esta manera surgió el nacionalismo, y después lo comprendieron bien el fascismo, el nazismo y el comunismo, que hicieron de la propaganda su arma fundamental para conquistar lo más importante de todo: el sentimiento de una población desasistida. Solo así pudieron poner en marcha sus maquinarias de destrucción y de odio. La estética futurista y agresiva de los mítines de Hitler, la modernidad de la cartelería soviética, incluso la propaganda algo más ramplona de Musolinni y la muy cutre de Franco, fueron tremendamente eficaces y crearon un estado de opinión en las masas que, ahora, a pesar de haber sido silenciado, ochenta años después, pugna por revivir.
Hoy el miedo se ha apoderado de todo. Tras la II Guerra Mundial, la respuesta de la democracia liberal frente al fascismo y al comunismo fue valiente y poderosa, pero el sueño que creó se ha roto en mil pedazos. Todo el mundo sabe ya que la combinación de justicia social y libertad, de emprendimiento y protección, es una ilusión que se deshace en los bolsillos de los milmillonarios. El problema de nuestro mundo es que ya no hay un relato común que asumir: al contrario, es casi seguro que nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Hollywood, la televisión, y ahora Netflix ya no son suficientes para convencernos de que existe un futuro mejor.
Conviene sacar a Vicente Ferrer del baúl, y agitar las banderas del odio y de la negación. La culpa de todo ha de tenerla alguien necesariamente ajeno a la colectividad y, si es posible, indefenso. Puede ser otro país, otra raza, otra religión, incluso la ciencia. Surgen personajillos carismáticos, hombres fuertes que engañan a sus ciudadanos anunciando una limpieza profunda del pasado reciente, y un renacer de la nación sobre las bases de una historia que en realidad ya no puede regresar. Todo se hace de manera estudiada, adecuándose a los esquemas culturales de cada país: unos se comportan de manera histérica, como estrellas baratas de rock; otros, como temibles sultanes o zares que, levantando una ceja, evocan un pasado imperial; el más zafio de todos ellos es un matón de escuela que presume de conectar su ignorancia con las de millones de personas desalojadas de su lugar en mundo por la globalización. Cuando llegan al poder entre el fervor de sus seguidores, no pierden un minuto y, entre insultos y fanfarrias, se dedican a cumplir con su verdadera misión: garantizar que las cosas no cambien para los de siempre. No lo conseguirán: el daño sistémico es ya enorme, y una nueva era (quizá mejor; quizá no) se avecina imparable.
Dice uno de ellos que se pasa el día mirando Twitter porque todavía es más rápido que el resto de los medios. “Yo veo el problema y bum, torpedo y lo resuelvo”. Los canteros del románico tardaban años en componer una escenografía en las arquivoltas y el tímpano de una portada; este hombre lanza treinta mensajes a la hora llenos de vómito y basura intelectual, y resulta que el tipo hace gracia. Desde luego, hemos salido perdiendo: el maestro Mateo, Caravaggio, Rubens o Velázquez todavía nos maravillan. El arte religioso occidental se seguirá estudiando y admirando durante siglos. De los propagandistas de hoy, nuestros hijos se acordarán con desprecio dentro de cincuenta años. Pero no se preocupen: todo está bien.
Desde luego no hay nada mejor que jugar con las “maldades” del exogrupo y entender las 10 Estrategias de Manipulación Mediática que se atribuyen a Chomsky para pensar como dice Ignacio Sáinz de Medrano “todo está bien” ¡¡¡ Enhorabuena !!!