TIEMPO DE APRENSIONES

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Hay conceptos que si no los supiéramos manejar, nos dejarían ciegos ante la realidad. En el Diccionario de la Lengua Española (de la RAE, pero también de las demás academias de la lengua española de todo el mundo) la voz aprensión tiene dos entradas: una es el recelo de quedar contagiado por contacto, también el temor de decir o hacer algo que resulte perjudicial; y la segunda es una figuración sin base (‘eso son aprensiones tuyas’, se dice). ¿Puede ser razonable una aprensión?

Relacionemos este término con el de síndrome, vocablo que va más allá del conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, de modo que hay síndromes de todo tipo. Estos días extraños, con salidas de casa en estampida, me han evocado el que se titula síndrome de las piernas inquietas. Se trata de un trastorno neurológico que se manifiesta con un descontrolado impulso a moverse cuando se está descansando. Desde el punto de vista clínico, esta enfermedad se conoce con el nombre ‘Willis-Ekbom’ (por un médico inglés del siglo XVII y por un neurólogo sueco del siglo XX).

Dadas las circunstancias extraordinarias del confinamiento padecido, resulta comprensible el ímpetu bravío, eufórico, de muchos al salir a la calle. Esta necesidad coexiste con la responsabilidad de no generar rebrotes del contagio. Y tampoco se puede pasar por alto que los mensajes masivos de las redes sociales que pretenden imponer una visión sin fisuras puedan acarrear secuelas contra la espontaneidad; así la de llevar a reprimirnos la expresión de emociones de desánimo,  angustia o siquiera una severa preocupación. ¿Cómo protegernos?

¿Nos manipula alguien para que creamos que es anormal sentir aprensión o un miedo razonable ante lo absolutamente confuso? ¿Dónde y cómo encontrar el necesario equilibrio y control de las emociones? Es cierto que no nos podemos permitir caer en la angustia, que atizan los caracteres negativos y corrosivos. Es estéril y deprimente, una pésima actitud. Pero hay también una positividad tóxica que es desaprensiva y que niega las emociones negativas, como si fuera obligatorio estar sonrientes como autómatas, fingiendo que todo va bien e ignorando que hay expectativas ilusorias. Se debe asumir la gravedad de la incertidumbre, y aceptar que tener el temple necesario para salir a flote exige reconocer sin tapujos un malestar lógico.

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