
El día en que mi madre muera,
no habrá grandes señales
ni estará la mar en calma
ni la luna estará crecida.
Ni aquellos castillos del fondo
serán la Alhambra ni el Albayzín,
pues hija de un moro no soy
sino de una cristiana cautiva.
Aquel día de replique
no sonarán las campanas,
no vendrán los lutos a la iglesia
a guardarle pleitesía.
No habrá sermones de granito
en púlpitos de piedra,
ni se oirá música con notas de sol
en pulsos de negra.
No habrá flores ni ataúdes
ni lecho que enterrar.
No habrá destierro al Campo Santo,
ni marcha fúnebre a desfilar.
No habrá una lápida con su nombre
donde irla a llorar.
Aquel día, el día en que mi madre muera,
mis palabras de sangre, se helarán.