Agazapada en la puerta de entrada de la «New Poupée», una de las muchachas chinas que puedes trajinarte por cuarenta euros en el interior del garito, fuma compulsivamente. Algún cliente le ha dejado una gabardina para protegerse del relente de la calle. Debajo de la ropa prestada, apenas se le distingue un minúsculo corpiño. Al pasar a su lado he visto cómo sus manos temblaban, cómo al acercarse el pitillo a los labios y aspirar el humo denso del tabaco, sus ojos negros regresaban, escaleras abajo, rumbo a un futuro demasiado imperfecto. Debo de hacer, decir algo, no conmiserarme sin más de su desgraciada vida y después, pasados veinte minutos, olvidar su existencia con la espuma blanca de unas cervezas compartidas con unos amigos. De modo, que he sacado cuarenta euros de la billetera y se los he pasado por sus botones de azabache. Al menos, esta noche, será una buena persona la que disfrute de sus encantos orientales.