THE JOURNEY

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A excepción de Dolores, que se frotaba la manos por razón del frío que moraba dentro del viejo vagón del Metro y miraba curiosa un remolino de polvo que se movía inquieto por el suelo, el resto de los pasajeros clavaban sus ojos de autillo en el joven que acababa de entrar en la estación de Sol.

Muy alto, de aspecto cadavérico y vistiendo harapos, entró dubitativo en el vagón, sentándose con la lentitud que vende a plazos la muerte, a la izquierda de Dolores.

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Ésta seguía a lo suyo, ensimismada en aquel remolino de pelos, piel humana y ácaros, cómo queriendo ver en sus caprichosas evoluciones, una masturbación espacio temporal con ella como clítoris primigenio y ancestral.

Un fuerte traqueteo del convoy hizo que Dolores saliera de sus húmedos pensamientos y se fijara en el joven que estaba sentado a su lado. A pesar de su aspecto, le encontró bastante atractivo; con un buen baño, un corte de pelo y ropa nueva y limpia, este muchacho sería el hombre ideal de muchas mujeres; con ese aire triste y ese rostro dulce y demacrado, más propio de un romántico bohemio, que de un mendigo del siglo XXI, habitante de una casa de cartón con el nombre de “SONY”. “Villa Sony”, imaginó Dolores mientras se le escapaba una sonrisa al pensar en las casitas bajas de su pueblo con nombres similares; “Villa Dúrex”, “Finca la Ausonia”, “Casa de los señores de Balay”. Tuvo que cubrirse la cara con las manos para disimular el ataque de risa que estaba a punto de llenarle el cuerpo de cosquillas. Con “El palacio del Marqués de Nenuco” no pudo más, y las carcajadas salieron disparadas en todas direcciones, clavándose en los pasajeros, en las paredes del vagón, en los “forenses” fluorescentes del techo, en el joven falto de un buen aliño.

Tras un par de minutos cerrando los ojos y pensado en lo gorda que estaba y lo mal que le sentaba el vestido de flores que llevaba, consiguió recobrar la compostura y regresar en el tiempo al mundo de los problemas y las cagadas de perro.

Miró de reojo al joven. Éste tenía la cabeza complemente girada hacia ella, mirándola con el descaro del que mira su propia imagen en un espejo.

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Dolores sacó de su bolso todo el coraje que tenía y también dobló su mirada hacia el izquierdo acompañante, produciéndose entonces, esa cuántica situación que es el origen de todo lo malo y lo bueno del universo.

Ambos, durante al menos cuatro estaciones, permanecieron intercambiando todo aquello que no se menciona en los libros ni en las infinitas búsquedas de Google.

Después, en Almendrales, Dolores abandonó el vagón oliendo a culo y con una jeringuilla usada en el bolsillo del raído pantalón vaquero. Su felicidad sólo era comparable con el mayestático tamaño del pene que ahora se regalaba.

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El joven, por su parte, permaneció sentado en el interior del convoy completamente en silencio. Al llegar a Ciudad de los Ángeles, exhaló las últimas palabras que una mancha de vida puede escupir con dignidad:

” La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive. Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente”.

Después de aquello, mostró sin pudor alguno su recién adquirida vagina y cayó al suelo, si no muerto, con la mística intrascendencia de los que sobreviven a todas las desdichas

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