Tengo miedo a tener miedo.
Voy por las calles vacías y veo al monstruo.
Voy a correr sola y veo al monstruo.
Voy por los pasillos del metro y oigo sus pasos.
Cuando llego a casa y cierro la puerta con mil
candados, resoplo.
No sólo temo al miedo, al dolor, a la violación o la muerte,
es al monstruo al que temo.
El monstro que me ha robado el disfrute de mi soledad.
Me ha robado la autonomía,
Me ha robado la libertad,
Me ha robado la tranquilidad.
El monstruo que viola, mata, humilla a la que ve.
El monstruo que nos roba a todas
una parte de nuestras vidas,
de la felicidad no compartida, la más íntima, la más honda.
Cansada ya de poner escusas a los babosos,
cansada de aguantar sus miradas,
esos insultos que ellos llaman piropos
Cansada también del condescendiente,
del que va de padre por afición.
Cansada de no poder pasear sola,
de no poder respirar sola,
cansada de estar cansada de ellos.
Pero también de algunas ellas,
que son defensoras de los monstruos
y los jalean, les aplauden y corean,
dándoles la razón y siendo tan cómplices como ellos
de la desigualdad, la crueldad, la distinción,
con la educación que dan a sus hijos e hijas.
Todas las religiones nos señalan con el dedo del pecado.
Todas las tradiciones nos señalan con el dedo de la
culpabilidad.
Todas las culturas nos señalan con sus sucios dedos.
En todos los ritos somos las brujas que van a la hoguera.
En todas las modas somos los objetos que paseamos,
como el ganado en día de feria de pueblo, los adornos.
Paridoras o putas interesadas.
Algún día me cansaré.
Ahorrare mil, cien mil, un millón,
y saldré de compras.
Y compraré las pócimas que anulan al monstruo.
Un 9 corto y mucha munición, y al primer monstruo que se
acerque
Le descargaré la pócima o el cargador entero.
Después, los demás.
© DEL LIBRO DEL MISMO AUTOR