Oigo, al menos durante un rato, con bastante atención el desgranamiento de los motivos que la portavoz de Podemos argumenta para la presentación de la moción de censura.
Oigo caer, como huesos en una copa, la interminable relación de corruptelas y corrupciones que los miembros del PP han cometido durante su detentación de cargos de poder a lo largo de todos estos años. Todos son ciertos y todos crean un ambiente enrarecido y malsano en la percepción que de la política, y de los políticos, tenemos los españoles. Es casi como oír cantar la pedrea en el sorteo de Navidad. Solo me sobresalta, en algunos momentos puntuales, el paso a tono mitinero que la portavoz sobreactúa para salir de esa ensoñación rayana en los párpados caídos.
Efectivamente todo es cierto, no hay exageraciones ni, lo que es peor, novedades. Es una suerte de “deja vue” de los discursos de la últimas elecciones, y de las anteriores, y de las ante anteriores. Como ciertos son los recortes excesivos, y es cierta la preponderancia de una oligarquía económica, y es cierta la brecha que aumenta entre riqueza y pobreza, y son ciertas las necesidades sociales, y el deterioro educativo, y las trabas a los emprendedores y… tantas y tantas cosas que habría que hacer.
Y al pensar de esta forma te das cuente de una pregunta ¿Sirve para algo esta moción decensura? ¿Cuál es el objetivo real de esta representación?
Desgastar al gobierno, no. Con el mismo argumentario, con las mismas sensaciones de hartazgo y fatalismo, ya ganaron esas elecciones, ya, incluso, aumentaron su ventaja en votos.
Posiblemente la única razón real y profunda es enfrentar al PSOE de Pedro Sánchez y demostrar a sus militantes que Podemos está dispuesto a hacer lo que ellos suponen que quieren hacer los que votaron en las pasadas elecciones internas socialistas.
Y puede que tengan razón, pero lo que también parece evidente es que no lo quieren hacer con Podemos, o al menos no dirigidos por Podemos, por los dirigentes de Podemos.
En todo caso si en algún momento pretendieron remover alguna conciencia, pretendieron ganar con su pertinaz enumeración alguna voluntad, no les ha salido bien. Incluso puede que el partido en el gobierno se sienta reforzado tras la moción y su falta absoluta de mordiente y de apoyos.
Podemos, y me temo que mucha más gente, confunde el descrédito ajeno con el crecimiento propio, la desilusión ajena con la posibilidad propia. Se equivocan. Parece ser que la cabeza de los votantes no alineados, la voluntad de los votantes no comprometidos ideológicamente, no funciona de esta manera. Parece ser que, y lo he apuntado en varias ocasiones, el votante español independiente ejerce su derecho con la resignación de elegir la papeleta que menos miedo le da, la lista que menos desconfianza le produce.
“Podemos, y me temo que mucha más gente, confunde el descrédito ajeno con el crecimiento propio, la desilusión ajena con la posibilidad propia. Se equivocan.”
Y la picaresca, esa actitud ante de la vida de aprovechamiento propio y de propios, esa actitud semiheroica, en todo caso simpática, del truhán, del ladrón de guante blanco, del pícaro, es algo arraigado en la personalidad de los habitantes de este país, tanto, tanto, que yo sigo pensando que todos tenemos un pícaro en nuestro interior que sale a la luz cuando existe la oportunidad para ello. Tanto, tanto, que solemos pensar que los pícaros son los otros y lo que cada uno de nosotros hacemos es otra cosa. Es más, que nos viene muy bien lo que hacen los políticos para justificar como compensación lo que a nosotros en nuestro día a día se nos queda entre los dedos.
Por eso, en este caso, en estas circunstancias, tener razón no es suficiente. Hablar de lo mal que lo han hecho, y lo hacen los otros, no proporciona los votos para formar un gobierno, porque lo que la gente vota es el tipo de sociedad que se propone, no lo mala que es la actual, que ya todos lo sabemos. Y el tipo de sociedad que propone una izquierda dura, trufada de radicalismos y de activismos varios y variopintos, no es lo que está en la cabeza, ni en los deseos, de una mayoría de los españoles.
No, tener razón no es suficiente si además no se tiene un proyecto alternativo convincente. Y, de momento, parece ser que no se tiene.