“A mal tiempo, buena cara”.
Esta frase que tanto representa al clima como a la “magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos”, según la Real Academia Española al tratarse de un mal tiempo toma la forma de adversidad, a la que hay que enfrentarse con optimismo y decisión, o sea, con buena cara.
De la misma manera que el SARS-CoV-2 está provocando aquella situación que denominé en mi anterior artículo como la “inmunidad de los borregos” que, refrescando la memoria de los lectores, se caracteriza por la desidia y abandono de cierto sector de la población ante la sobreinformación acerca de la pandemia, así como la falta de unidad de actuación de las autoridades en la adopción de medidas preventivas, multiplicándose los criterios diferentes por cada una de las diecisiete de las Comunidades Autónomas con la eterna dicotomía entre economía y salud, un terrible conformismo manifestado con frases tales como “si me tiene que entrar que me entre” o, aún peor “este virus no es tan fiero como lo pintan” o, sin más, su negación absoluta concibiéndolo como arma de poder y presión de los dirigentes mundiales sobre los ciudadanos; pues bien, enfrente tenemos aquel otro sector de ciudadanos a los que el virus está causando trastorno mentales y de conducta, siendo la más representativa la hipocondría, como propensión a asumir que la posibilidad de contagio es muy alta bajo la convicción de tener o padecer los síntomas propios de la covid.
En definitiva, la sobreinformación igual que provoca en algunas personas cierta lasitud ante el convencimiento que no pueden hacer nada para poner fin a la pandemia, en otras genera una preocupación excesiva a enfermar o morir.
Sobre el impacto psicosocial de la Covid-19, es de resaltar el proyecto de investigación liderado por el catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la UNED, Miguel Ángel Vallejo Pareja, bajo el título Ansiedad, depresión, mal sueño…, datos para combatir los compañeros indeseados del Covid-19, en el que se concluye que la factura psicológica contemplará trastornos de ansiedad, trastornos del sueño y depresión, entre otras afecciones.
Tras un estudio en el que han participado hombres y mujeres, estas últimas en una proporción de un 73% con respecto a los hombres, con una edad media en ambos sexos de 40 años, el 68% con estudios universitarios y pertenecientes a todas la Comunidades Autónomas, sin estar afectados por el virus un 90%, asevera Vallejo que:
“Hemos podido constar que 1 de cada 3 participantes presenta un trastorno de ansiedad generalizada, al superar la puntuación de 10 en el cuestionario GAD, según criterios normativos validados para España. Por otro lado, 1 de cada 5 requiere también intervención profesional para la depresión, según el PHQ-9, al superar la puntuación de 14. Los patrones de sueño se ven severamente alterados también en 1 de cada 3, según puntuaciones del AIS. Todo ello muestra un panorama preocupante, más allá del brote y de la posibilidad de infestación. Identificamos, además, grupos de especial gravedad: con ansiedad y depresión un 20% y con ansiedad, depresión y trastornos en el sueño un 15%”, explica el director de la investigación.”
¿Qué podemos hacer ante estos trastornos?.
Si bien la manera de enfrentarse a los problemas en general, y en particular los provocados por el coronavirus, depende del contexto personal y social de cada individuo, es decir, de nuestra historia y nuestro entorno, se concluye en el citado estudio, que:
“Es posible mejorar la forma en que afrontamos esta situación. Los factores de riesgo pueden modificarse y potenciar los de protección. Esto no eliminará las emociones negativas, pero sí reducirá su efecto y evitará que se hagan dueñas de nosotros, con la consiguiente incapacitación para resolver los problemas que importan: los proyectos personales, laborales, familiares, etc. La intervención psicológica es la indicada para procurar esta tarea, y actuar tempranamente es esencial”.
En todo caso, debemos tener en cuenta que, aunque el miedo es una emoción normal y necesaria como todas las demás, puesto que nos pone en alerta ante determinadas situaciones, provocando una respuesta, casi siempre de protección, sin embargo, cuando el miedo no es adaptativo sino que provoca una reacción desproporcionada puede llegar a limitar nuestra vida cotidiana, la solución está en utilizarlo como reacción fisiológica de defensa ante la amenaza que provoca el virus, es decir, como una herramienta encaminada a provocar rutinas de autocuidado razonables. Ahora bien, si el temor es tan intenso e irracional que se convierte en enfermizo, la solución no puede ser otra que acudir a un especialista.
Convirtamos pues ese estado de alamar provocado por el miedo a contagiarnos del coronavirus en respuestas metódicas de prevención, sin caer en la obsesión, intentando sustituir aquellas limitaciones a nuestra vida social y personal consecuencia de las medidas de prevención establecidas por las autoridades sanitarias por otras actividades que nos hagan sacar partido de nuestra vida confinada en lo hogares, como la de leer aquel libro para el que antes no teníamos tiempo, ver aquellas películas y series que nos aconsejaron, reunirnos con nuestras amistades y familiares a través de videoconferencia, una vía potenciada a consecuencia del virus a la que se han acostumbrado incluso nuestros mayores de avanzada edad; pero, sobre todo, evitando caer en el pesimismo mandando mensajes negativos a nuestro cerebro… y sonreír mucho, cada vez que empecemos a ser conscientes de nuestra rigidez ante lo negativo que la pandemia provoca en nuestra existencia, esa simple reacción está activando los músculos maseteros de nuestras mandíbulas, provocando una placentera respuesta de nuestro cerebro.
Pero, sobre todo, potenciemos nuestro optimismo, pensando que entre todos vamos a superar está difícil situación, porque todos y cada uno de nosotros vamos a poner todas nuestras fuerzas y empeño en adoptar las medidas preventivas necesarias para no contagiarnos y no contagiar a los demás.
Estamos en un tiempo en el que tenemos que pensar en lo que podemos hacer y no en lo que no se puede, disfrutando cada día que nos regala la vida de poder respirar por nosotros mismos sin máquinas y viales conectados a nuestro cuerpo. Así, conseguiremos, además, contagiar a nuestro entorno de un buen rollo.