La pregunta acerca de si somos realmente leales no es porque pretende negar la lealtad, sino determinar hasta dónde llega, si somos leales de forma absoluta anteponiendo nuestra fidelidad a un proyecto, persona o institución a nuestra propia satisfacción personal, o sólo hasta donde nos conviene en beneficio propio o para preservar nuestro bienestar y para reconocimiento por los demás.
Aunque decía Calderón de la Barca que: “Siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence”, sólo es verdad en el plano de las virtudes, en la correcta e inteligente elección de hacer lo justo, o al menos, lo que creemos justo según nuestra conciencia, pues nadie estamos libres de cruzarnos con quienes antes o después nos van a traicionar y cómo con sus malas artes van a conseguir su propósito en detrimento del traicionado. Sólo vence el leal en el terreno del crecimiento personal, porque sólo la practica de las virtudes transforman al individuo en una persona integra. La vida está dispuesta de tal manera que la lealtad de un acción muchas veces se encuentra en oposición con sus ventajas, debido al individualismo y al materialismo imperante.
La lealtad es un acto de valentía, que en un modo absoluto puede llevar al individuo a negarse a sí mismo para la subsistencia de aquello en lo que creen, por eso sólo aquellos que elevan su espíritu a lo puramente material, son realmente leales.
Al final, creo no equivocarme al afirmar que la lealtad es algo de lo que todos presumimos en un momento dado ensalzando nuestra propia generosidad como modo de satisfacción de nuestro propio ego, pero que muy pocos practican, sólo aquellos con la suficiente grandeza de espíritu como para no necesitar el reconocimiento de los demás. Porque no la disposición de entrega nos hace leales, sino la entrega verdadera a aquello en lo que creemos para la permanencia de los principios que encierra.
Muchas veces estamos dispuestos a transformar el mundo, pero no somos capaces de transformarnos a nosotros mismos, de manera que, ¿cómo pretendemos, o peor aún, presumimos de ser leales, cuando ni siquiera somos leales a nuestros principios que deberían ser los mismos, por coherencia, con los que encierra o debería encerrar nuestra lealtad?.
Seamos, perspicaces, con aquellos que nos ofrecen todo sin apenas conocernos, porque igual que nos lo dan nos lo pueden quitar, o peor aún, nos roban lo que es nuestro con una pretendida lealtad que no es más que un burdo disfraz de su propia ambición. La lealtad, es el reflejo de un espíritu noble, algo que sólo los que buscan la rectitud llevan dentro, que ni el dinero, ni la clase social, ni la inteligencia, pueden dar y exigir, sólo el amor, porque la lealtad que es comprada con dinero puede también ser vendida por dinero.
Dicen que la confianza se gana, el respeto se da, y la lealtad se demuestra, por eso debemos huir de los aduladores, de los que con su piel de cordero se entregan a la causa que dicen ser el objeto de su letaltad, sólo por el interés personal de sobresalir, porque cuando son descubiertos la traición es su única salida, capaces de vendernos y venderse al mejor postor.
Por último, siendo conscientes que todos nos equivocamos o podemos ser cobardes ante la amenaza, debe prevalecedr la magnanimidad con quienes se desvian del camino correcto, porque entre los mejores tambien hubo quien nego a su maestro hasta tres veces, y llego a ser el depositario de sus enseñanzas, porque lo relevante no es equivocarse, sino saber rectificar.