SOLO SON DESEOS

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Acostumbramos a confundir la belleza con la moda, la elegancia con las tendencias, el amor con la necesidad puntual de algo ajeno, la sabiduría con la acumulación de conocimientos sin discernimiento, la verdad con una circunstancia favorable, y así, con un poco de tiempo, podríamos enumerar casi cada una de las virtudes, valores y fundamentos éticos del hombre, asociando a cada uno de ellos el error que la prisa, la indiferencia, la falta de análisis, le asocia a lo largo de la vida de todos nosotros, provocando la infelicidad, en algunos casos nuestra, casi siempre ajena.

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Acostumbramos, por prisa, por egoísmo, por miedo, por simple comodidad, en general por ignorancia, propia o inducida, a sustituir lo importante por lo evidente, lo necesario por lo conveniente, lo verdadero por lo admitido, nuestra verdad buscada por cualquier verdad que nos haga sentirnos miembros, integrantes, aceptados.

Sin reparar en las cesiones, en las lesiones, en las concesiones, en los desgarros que van sembrando el camino de amputaciones de lo que ya nunca seremos, de lo que nunca elegimos no ser, porque nunca nos paramos a pensar si podríamos haber sido, a pensar si queríamos llegar a ser.

Toda una vida de tropiezos, de verdades trastocadas, de búsquedas erróneas, de consejeros áulicos de felicidades inexistentes, ajenas, inalcanzables.

Y en ese frenesí de persecución de una inconsistencia anunciada, de una meta sin ubicación en la realidad, nunca nos paramos a comprobar donde está la norma alcanzable de nuestra verdad accesible, donde está el camino en el que los pies se asientan a cada paso, con previa elección del lugar donde dejar nuestra huella, donde el traspiés no es más que un accidente pasajero que nos recuerde la necesidad del equilibrio como posición habitual, y no como ansia de un caminar desbocado, provocado, desequilibrado, involuntario.

Acostumbramos a confundir lo interior con lo exterior, lo eterno con lo fugaz, lo permanente con lo transitorio, lo imprescindible con lo conveniente, lo buscado con lo impostado, y en esa errática percepción de una realidad que nos es esquiva por ajena, por inducida, por anunciada por profetas del error, nos pasamos la vida buscando en los demás, lo que sería sencillo de encontrar en nosotros mismos.

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Es más fácil, lo comprendo, escuchar que pensar, aceptar que percibir, aprender que estudiar, integrar que discernir. Es más gratificante la masa que la individualidad, más cómoda la identidad colectiva que la significación personal, más segura la cobertura del grupo que la exposición del solitario, el pensamiento gregario que el librepensamiento, el error compartido que la verdad cuestionada, responsable, atacada.

Por eso decimos que somos seres sociales, de sociedades en las que ocultar nuestra infelicidad, de sociedades en las que enterrar nuestra ignorancia, de sociedades a las que responsabilizar de nuestro dolor, de nuestros fracasos, de nuestras renuncias.

Siervos de estados, de ideologías, de religiones, de tendencias, de corrientes, de modas, de estéticas, de éticas, de morales de las que no hacernos responsables cuando el dolor, el desencanto, o la frustración se hacen evidentes. ¿De qué sirve el reconocimiento ajeno cuando yo mismo soy incapaz de reconocerme? ¿De qué vale la felicidad si nos rodea la miseria? ¿Para qué queremos el pensamiento si no es capaz de mover un grano de arena? ¿Hasta dónde la estética puede esconder el vacío de un alma sin peso? ¿Cuándo lograremos enfrentarnos a nuestra renuncia a ser seres conscientes, capaces de decidir nuestro propio futuro, nuestro efímero presente? ¿A ser corresponsables nuestra vida y de nuestro pensamiento?

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Poderes hay que se ocupan de hacerlo fácil, de imposibilitar el tiempo para la reflexión, de equivocar el aprendizaje eludiendo el estudio, la búsqueda, de mostrarnos los caminos fáciles del discurrir gregario, y en ellos acabamos casi todos, acompañándonos y compartiendo los mensajes que nos hacen cómplices del error ajeno, del error compartido que nosotros mismos difundimos para sentirnos parte de un error colectivo, pero aceptado, de un error sin responsabilidades.

Tal vez pueda llegar el día en el que se rompa la cadena y los resabios, los miedos, los pecados y las condenas que nos condicionan, queden abandonados en un camino de aproximación a los valores absolutos, en un camino de renuncias al momento, en una busca de satisfacciones permanentes, en un camino en el que todos podamos compartir nuestro fondo, sin que antepongamos, nos ocultemos tras, las máscaras de nuestras formas.

De momento, solo son deseos, pensamientos, reflexiones, ansias de un mundo casi perfecto.

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