Solo sé que no sé nada. Esta frase atribuida a Sócrates por Platón, es tal vez uno de los grandes paradigmas de la humildad científica. Es verdad, que duda cabe, que habitualmente es difícil casar los conceptos humildad y ciencia, ya que esta última reclama de forma continuada y pertinaz su hallazgo de la verdad última. Verdad última que sistemática y pertinazmente es desmentida por la propia ciencia con una nueva verdad última.
Pero esta continuada enmienda a su propio conocimiento no evita que los científicos se consideren infalibles en sus incontrovertibles, temporalmente, hallazgos y argumentos. Esta constatación de la falabilidad de la ciencia no es, en si misma, una crítica a la labor científica, al menos no pretende ser una crítica feroz, es, más bien, una simple y resignada constatación de la actitud inapropiada de los científicos ante lo que consideran su incontestable “conocimiento”.
Solo sé que no sé nada debería de ser el lema de entrada de cualquier comunicación que los científicos hicieran sobre cualquier tema, pero especialmente, en la actualidad, sobre la esencia, comportamiento y tratamiento del COVID-19. Sería, al menos para la población, una postura más interpretable, más asumible, más aceptable ante los continuos vaivenes de información a los que estamos sometidos.
Empezando por la OMS, que ha pasado, o no, de ser competente en el tema médico a desplegar competencias sobre la publicidad y el aleccionamiento de masas, y terminando por los científicos locales, Fernando Simón y colegas en los diferentes países. Sus permanentes declaraciones, a veces rayanas en el terrorismo, contradeclaraciones, recontradeclaraciones y antirecontradeclaraciones, crean en una población sin guía y con mucho miedo: estupor, incredulidad, pesimismo, culpabilidad, desconfianza, y pánico, mucho e incontrolable pánico.. Sentimientos todos ellos poco válidos para una actitud responsable. Para hacer frente a la situación solo nos quedan la humildad, la sinceridad y el conocimiento, escaso o extenso, pero veraz.
Entiendo, porque vivo en ella desde hace muchos más años de los que me gustaría reconocer, que la cultura de la mediocridad obliga a todos a actuar y ser tratados como la peor media de la especie, incluso puedo entender que igualar por abajo es políticamente rentable hablando de votos y perpetuación del poder, pero que lo entienda no significa, no lo admito, que tengamos que ser sistematicamente castigados para mayor complacencia y predominio de los mediocres.
La mascarilla, su uso indiscriminado, ignorante y pastoril, o cabañil, marcará en la historia en cifras negras un hito difícilmente asumible para las personas libres en el futuro.
¿Eso quiere decir que estoy en contra del uso de la mascarilla? No, rotundamente no. pero sí que estoy en contra del uso de la mascarilla tal como se produce ahora, indiscriminado, inútil en gran parte de las ocasiones, lesivo para la confianza y recuperación de la normalidad por parte de la sociedad. Un uso diseñado para los mediocres, para los incapaces de entender una información o asumir una responsabilidad sin recibir las órdenes y sanciones que los obliguen.
¿Eso quiere decir que niego la existencia del virus? Pues tampoco. Se me haría difícil explicarle a casi cincuenta mil españoles que se han muerto de una enfermedad imaginaria.
Solo digo que la mascarilla se está usando mal. Se está usando como muleta política, se está usando para fomentar el control, la ignorancia y un señalamiento de la culpabilidad de los ciudadanos ante la inutilidad de las medidas políticas decididas por los gobiernos.
No puedo saber cuántas de estas reacciones son buscadas y cuántas se producen por la incapacidad del mensaje, y del mensajero, pero sí sé que ninguna de ellas es válida para hacer frente a la situación actual.
Si hay algún dato que se mantiene inalterable desde el principio es que el virus no se contagia por vía aérea salvo que se den unas circunstancias especiales de suspensión en el aire, los famosos aerosoles, y necesitan de una carga vírica que queda prácticamente descartada salvo en lugares cerrados, en una cercanía continuada o en compartir con frecuencia utensilios o alimentos con alguien infectado.
La mascarilla al aire libre al final no tiene otra utilidad real que la tranquilizar a los que más miedo tienen y trasladar el debate de las medidas necesarias, de las pruebas imprescindibles y los rastreadores irrenunciables, a una pieza cuya principal función es la visibilidad. Y la mayor prueba de lo que digo es que son precisamente los que más riesgo producen, deportistas, personas con afecciones respiratorias y fumadores, los que están exentos de su uso.
Es verdad que aún son más las cosas que desconocemos del comportamiento del virus, que las que conocemos. Como es verdad que a pesar de vacunas y tratamientos el virus tiene muchas posibilidades de quedarse a vivir entre nosotros, pero precisamente por eso es fundamental que lleguemos a un conocimiento claro de su funcionamiento.
“Solo el conocimiento nos hará libres”, empezando por reconocer que ahora mismo solo sabemos que no sabemos practicamente nada sobre este indeseable vecino.
Sr. Rafael Villar
Mire usted por dónde, me ha “aguado” un artículo que tenía pensado escribir.
Mucho menos claro que usted, claro, pero…iba a escribirlo. Un día de éstos.
Mi más sincera enhorabuena por este escrito. De comienzo a fin.