¿Temes la muerte? ¿Y a la Muerte? ¿Qué es la Muerte? ¿Existe la Muerte en vida? ¿Qué es la vida? ¿Y la Vida? ¿Amas a la Vida? ¿Amas tu vida?
Millones de personas temen morir. Existen, pero no viven. Podría decirse que se hallan muertas en vida. Momo observó esto de primera mano y la pena la inundó profundamente.
La vida es un cíclico devenir. La vida es muerte y la muerte es vida. Nacer, morir y renacer; eso es vida.
Nacer, pagar impuestos, arrastrarse por las calles, doblegar el cuello, dejarse absorber por torbellinos de estímulos digitales, pagar más impuestos, resignarse, respirar poco y mal, ingerir productos insanos, ser sedentario, permanecer en un estado perpetuo de miedo, estrés y desconfianza, abandonar y ceder por completo la propia soberanía individual, pagar muchos más impuestos, aislarse, dividirse, no dejarse encontrar y morir; eso no es vida.
La vida es arte; creación y alma; la vida es verbo. Comer, dormir, beber, cantar, bailar, follar, acariciar, pintar, dibujar, esculpir, amasar, golpear, leer, escribir, ayudar, escuchar, hablar, conversar, gritar, llorar, correr, saltar, nadar, jugar, estudiar, aprender, errar, buscar, encontrar, dudar, cocinar, mezclar, besar, abrazar, contemplar, sentir, pensar, percibir, cuestionar, preguntar, expresar, crear, reír, imaginar, agradecer, acompañar, discrepar, investigar, narrar, husmear, saborear, oír, palpar, tomar, coger, recoger, prestar, soltar, callar, apreciar, admirar, asentir, contrastar, adornar, creer, convencer, rectificar, valorar, felicitar, tocar, rozar, probar, disfrutar, gozar, gemir, lamentar, aprovechar, resurgir, componer, colapsar, sanar, soñar, idear, planificar, realizar…
La vida no es fácil. Tampoco es difícil. Es sencilla, pero nos la complicamos y nos la complican. La sencillez es sabia. La complejidad también puede serlo, pero es más difícil que resulte así.
La vida es bella y cruel. Es larga y breve. Es ridícula y trascendental. Vivir es bien una mierda maravillosa, bien una maravillosa mierda. Pisar el barro llevando botas altas. Recibir el sol en el rostro mientras das un paseo y que te pique la piel al romper a sudar ligeramente. Abrazar a un amigo que llora desconsoladamente, no saber qué decir y aun así conseguir que sonría un poco. Respirar profundamente por la nariz en medio de una avenida abarrotada por automóviles de todo tipo. Buscar un local agradable donde tomar una infusión y no poder entrar porque no tienes el nuevo certificado de ciudadanía. Sentarte en un parque a leer a solas un domingo por la tarde y observar a las parejas y familias que allí se reúnen. Crear expectativas sobre los sentimientos ajenos. Cuestionarse a uno mismo, a la sociedad y a los propios pasado y presente para forjar un futuro.
La vida es subjetiva. Uno no puede observarla sin pasarla por el filtro del propio ser, la propia personalidad, el propio ego, el propio pasado, el propio esquema mental, la propia perspectiva. La vida es el conjunto (no encuentro mejor concepto abstracto que pueda definir esta suma constante de interacciones) de perspectivas de todos los seres que la conforman. La vida es una paloma y es todas las palomas; es una cigala y es todas las cigalas; es Uno y es Todo. Al igual que desde cuando uno, normalmente de muy pequeño, da la primera palmada de su vida hasta que fallece no deja de aplaudir nunca, solo que en unas ocasiones lo hace a una cadencia mucho mayor que en muchas otras, la vida desde que empezó a existir, quién sabe cuándo, cómo, porqué y para qué, jamás deja de reproducirse a sí misma, ora a un ritmo ora a otro, en una infinitud de formas distintas, pero similares, allá donde el azar o el destino la lleven consigo.
La vida es misterio. La ciencia, el método científico, los científicos son distintas e inseparables manifestaciones de la misma cosa: procesos parciales del propio universo que consciente y racionalmente anhelan entenderse a sí mismas, a aquello que las conforma. ¿Puede una parte comprender plenamente a la totalidad? Si la respuesta es afirmativa, ¿cuál es el método, el canal, la vía, el cauce adecuado? ¿La racionalidad? ¿La ciencia? ¿El amor? ¿Todas ellas? ¿Ninguna?
Muchos sabios han afirmado, y confirmado, a lo largo de la Historia que cuanto más indagaban y profundizaban en un campo del saber y del conocimiento, más conscientes eran de lo estrecha que era su humanamente limitada capacidad de entendimiento, de cuán inefable alcanzaba a presentarse la terriblemente fascinante complejidad de la totalidad y de un tipo de sensación descrita como insignificancia, irrelevancia, incapacidad. Lo curioso detrás de todo esto es que, paradójicamente, llegar a razonar, a vislumbrar, a experimentar, a integrar estos hechos y sentimientos no inmiscuía, aparentemente, ni lo más mínimo en su búsqueda del Saber y de la Verdad; es más, presiento que incluso llegaba a ser todo ello un verdaderamente relevante motivo por el cual estos o aquellos sabios se afanaban más y mejor por la dedicación al estudio, al cuestionamiento y a la curiosidad por la Realidad absoluta.
En resumen, a la famosa cita “Solo sé que no sé nada…” le es añadida la frase “…y no por ello quiero dejar de (intentar) saber.”