SOLENOIDE

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I

En todos los centros, siempre hay un hombre que habla de las cosas más importantes y, vive Dios, que el amigo del hambre, Remigio Verde, era uno de ellos. Arremolidados como gorriones en torno al pan jubilado del parque, escuchábamos en estado de semi inconsciencia, las palabras de aquél, para nosotros, sabio entre los sabios: “En verdad os digo, hijos del vómito y la sangre seca, que el único motivo que me mueve, es el odio a mí mismo; una necesidad básica que encuentra alivio en vuestra mirada, y que, en definitiva, no hace sino escupir amor sobre cada uno de vosotros...”

Tumbado boca abajo sobre la cama de mi dormitorio y con la cabeza a los pies del lecho, comprendo el irremediable mensaje del iluminado.

II

De primero, hoy lentejas. Al Sur de la mesa, mi madre, la Ojos de Sapo, aguarda a que hunda la cuchara dentro del plato e inicie la ingesta de las putas pastillas leguminosas.

Al Sur de la mesa, una foca monje ladra mi nombre.

En el plato hay trescientas dos lentejas y ni un solo trozo de carne ¿Merece la pena vivir así?

III

He tirado el último pedazo de mi madre en el cubo de basura comunitario y sobre ella, todas las lentejas que sobraron; ahora el plato ha mejorado, sin duda. Empiezan a llegar las primeras moscas. Bendito verano.

VI

Ayer supe del venerable Remigio Verde. Al parecer, se había ahorcado con la cadena del retrete. Antes había cagado abundantemente, produciendo con su peso y asfixia, que la cisterna eyaculara los catorce litros de agua que eran suyos, eliminando, en una inigualable metáfora, todo el mal del mundo. Su odio nos había salvado.

Los más curioso es que, aquel día, Remigio Verde, había dejado un plato de lentejas sin carne sobre la mesa del cuarto de estar.

V

Una mosca se ha posado en mi hombro.

 

 

 

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