El blanco torcido de mis ojos, hace que vea la perfección de las formas o el desesperado intento por hallar la perfecta simetría en la existencia, como el más estrafalario de los pecados humanos.
¿Qué es la belleza, sino una cualidad de una persona, animal o cosa capaz de provocar en quien los contempla o los escucha un placer sensorial, intelectual o espiritual?
A partir de aquí, todo se difumina y los espejos, retinas, tímpanos y manos buscadoras de placer, rogarán a la materia oscura por tal variedad, de formas, colores, tamaños, sabores y sonidos, que la propia entidad suprema tendrá que hacer un esfuerzo ímprobo por por contentar a tantas y a veces tan locas formas de realidad.
Diane Arbus, una de las fotógrafas más importantes del siglo XX, buscando la belleza, abandonó el cómodo y muy buen remunerado mundo de la moda -a ojos de la mayoría, bello-, para empezar a fotografiar en las calles. Recorrió los peligrosos barrios marginales de Nueva York para seleccionar a los personajes que retrataba, entre los cuales se encontraban personas de aspecto poco convencional y marginadas de la sociedad como enanos, gigantes, nudistas, estrípers, transexuales, travestis y prostitutas. A raíz de aquel cambio, Diane fue denostada por compañeros de profesión y revistas especializadas. Ella encontró su belleza y pagó un alto precio por ella; y así, muchas otras personas conocidas y completamente anónimas.
Y es que la belleza siempre necesita que le pongamos alma. No es estática, no es gratuita. Está en nuestra mirada, que proviene de las vivencias que guardamos, de los recuerdos que nos construyen, para bien o para mal.
Somos lo bellos que nos sabemos considerar. Nuestro mundo -el de cada uno- es bello porque le regalamos pensamientos y emociones.
Y no me extiendo más. Acabo esta reflexión con este diálogo de la película “La gran belleza”, dirigida en 2013, por el magnífico Paolo Sorrentini; diálogo que condensa belleza y dolor, dos caras de la misma moneda que se dan sentido mutuo y que nos ayudan a transitar por la vida:
“Monja Santa: ¿Por qué no has escrito otro libro?
Jep: Estaba buscando la gran belleza, pero no la he encontrado.
Monja Santa: ¿Y sabe por qué yo sólo como raíces?
Jep: No, ¿por qué?
Monja Santa: Porque las raíces son lo más importante.”