Suele ser muy frecuente que cuando alguien cuestiona una faceta de tú vida, la respuesta sea responder de forma airada, aún sabiendo que nuestro interlocutor tiene algo de razón, o toda. No nos gusta oír críticas que nos afectan y menos que nos las digan en nuestras narices
Hay personas que no necesitan la aprobación o desaprobación de los demás para actuar porque se consideran autosuficientes, de manera que no aceptan ni siquiera un consejo y menos la ayuda de los demás, incluso en aquellos momentos en los que se encuentran más débiles y perdidos.
También existen personas que se creen superiores a los demás, bien porque han alcanzado el éxito buscado, no sólo en su vida profesional sino también en la personal y, por tanto con el derecho de pisotear a los que considera están por debajo de él o de ella. El gran problema surge cuando esa superioridad es moral, es decir, cuando alguien se cree con el sacrosanto derecho de corregir y dar lecciones a los demás con esa soberbia espiritual de quien se cree que está en el camino correcto.
No existe un título de moralidad, ni siquiera como Disciplina filosófica que estudia el comportamiento humano en cuanto al bien y el mal y, menos aún, como aquel conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad.
El bien y el mal existe, el algo evidente, igual que existen personas buenas y malas, pero quienes somos nosotros para atribuirnos el derecho a juzgar a los demás, ni siquiera aquellos que están o se consideran moralmente superiores. El bien se vive y se practica. Teorizar es muy fácil.
Sólo así nos convertiremos en verdaderos referentes para los demás, pero no para nuestro prurito personal, sino desde la humildad y la generosidad de quien abre las puertas de su vida para compartirla con los demás. No solo de nuestras vivencias, sino también de nuestros aprendizajes desde la postura que todos somos aprendices de la vida.
Debemos tener en cuenta que todo el mundo tiene algo siempre que enseñarnos y, por esta razón, debemos aceptar sus críticas siempre y cuando lo hagan, por supuesto desde la educación y el respeto, con el objeto de mostrarnos, que no imponernos desde una ética o creencia, un camino diferente para mejorar y no para presumir de su bondades o de superioridad moral o cualquier otra cualidad, porque eso lamentablemente los convierte en seres soberbios.
«Sólo así nos convertiremos en verdaderos referentes para los demás, pero no para nuestro prurito personal, sino desde la humildad y la generosidad de quien abre las puertas de su vida para compartirla con los demás»
Acordaros de aquello que dijo el Rey Salomón: «Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría», (proverbio 11.2).
Aún a pesar de lo muy molesto que son los soberbios, por su petulancia, por el eco de sus palabras dichas para ser escucharlas por el mismo, recreándose en su discurso, sintiéndose el mismísimo Cícerón; pensad por encima de todo que son seres inseguros, por ello infelices, como la misma inseguridad que aquellos que tienen la auto estima por el suelo. Por ello, no merece la pena enfrentarse a ellos y menos cuestionarlos o ridiculizarlos públicamente porque con su estado de enajenación egocéntrica le llevará a utilizar la artillería pesada contra ti intentando destruirte para seguir en la cúspide de su pequeño mundo, solo el que puede controlar.
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