EL SÍNDROME DEPRESIVO DE NUESTRA CONSTITUCIÓN

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La Constitución de 1978 en su trigésimo noveno cumpleaños sufre una profunda depresión entre partidarios y detractores de su texto, pero nadie aporta nada para ayudarla, para sanarla, porque habiendo sido tan necesaria y, a veces útil, como norma de convivencia, en todo este tiempo desde que fue concebida, no se puede ni se debe sustituir; pero si cambiar y mejorar para que, al menos, cumpla otros tantos marcando el nuevo camino de los derechos y obligaciones que regula. Camino que también se hará viejo, porque las personas y la sociedad cambian, surgiendo, posiblemente, formas de convivencia y de relaciones humanas nuevas que necesitan de su amparo.

Efectivamente, nadie hace nada por sanar la Constitución. Los independentista es obvio porqué, y los constitucionalistas porque temen su reforma ante el resurgimiento en parte de su territorio, de problemas de autodeterminación en busca de una independencia pretendida, podríamos decir históricamente, por una parte de sus ciudadanos; legítima en cuanto que forma parte de un deseo colectivo lo suficientemente amplio en cuanto al número, que ignorarlo de forma permanente no hace más que empeorar la situación, afectando a su enfermedad, por ser incapaz de dar soluciones adaptadas a los nuevos tiempos.

Los padres de la Constitución, aunque herederos algunos del franquismo, no hicieron del todo mal su trabajo, pudiendo afirmar que no fue mal concebida -independientemente de cuál fuese la pretensión de aquellos-, aunque en el momento actual los derechos, obligaciones y demás aspectos que su regulación abarca, como la organización territorial del Estado, la Corona o la propia reforma constitucional, por citar los más relevantes en el momento actual, no respondan a los nuevos tiempos. Pero, no podemos negar que sí lo han hecho durante casi cuarenta años, satisfaciendo los intereses de los ciudadanos, en mayor o menor medida, dependiendo de la parte del territorio; eso sí,  habiendo necesitado ajustes puntuales, en cuanto a su interpretación se refiere, por el tribunal constitucional, cuya falta manifiesta de independencia ha ocasionado  que el contenido del texto constitucional se haya debilitado frente aquellos que veían que la falta de objetividad de este órgano jurisdiccional, comprometía su validez y eficacia.

Al mismo tiempo, se intentó blindar la Constitución, evitando su vulnerabilidad frente a los muchos herederos del régimen anterior, así como frente a los nuevos y viejos comunistas y, desgraciadamente también frente a ese terrorismo vasco que tantas muertes ha causado de manera innecesaria para demandar pretensiones históricas, renunciando a las únicas vías válidas en democracia, como es el diálogo o la fuerza de las mayorías expresa en las urnas; surgiendo así el actualmente tan cuestionado artículo 155.

También se han puesto en tela de juicio muchos de los derechos fundamentales que el texto recoge, no tanto por su esencia como por la forma de lograr su eficacia, en tanto que muchos de ellos no sólo están de adorno sino que los poderes públicos no los han garantizado de manera efectiva, incluso algunas veces, de manera intencionada en pro de parciales y espurios intereses, en vez de la satisfacción del interés general, sobre todo de esa parte de la sociedad más debilitada económicamente.

Otro aspecto que está haciendo enfermar a la Constitución  a pasos agigantados, se debe a quienes por ocupar puestos de poder no han respondido, ni responden en el ejercicio de sus funciones, a lo que se espera de una persona que asume nuestra representación, sirviéndose de su cargo para satisfacer sus propios intereses particulares, coqueteando con la corrupción; no solamente entre la clase política, sino también afectando a la Casa Real, lo que hace que se cuestione hasta la propia jefatura del Estado.

“sirviéndose de su cargo para satisfacer sus propios intereses particulares, coqueteando con la corrupción, no solamente entre la clase política, sino también afectando a la Casa Real, lo que hace que se cuestione hasta la propia jefatura del Estado.”

En definitiva, la Constitución nos la estamos cargando entre todos, entre los que ponen en su balcón la estelada y los que ponen la bandera española, incluso alguna republicana,  y también el resto que cada vez estamos más cabreados con  unos y con otros. Por ello, resulta obvio que la única manera para que la Constitución sobreviva durante un largo tiempo, es acometiendo su reforma de manera responsable y lo suficientemente abierta como para que se vean en su texto reflejados los intereses de los ciudadanos que la votan a través de sus representantes. Responsabilidad que, dicho sea de paso, no veo ni en los que se rasgan las vestiduras cada vez que se plantea su reforma, y los que, denominándose la nueva izquierda, tienen puesta la cabeza más en el limbo que en el deseo de formar un Estado de todos y para todos, y no destruir el sistema por el único afán de crear entelequias que ni ellos mismos se creen.

Y, es que hay que estar con los pies en la tierra, pero no mirando pasivamente a lo que sucede a nuestro alrededor, sino participando activamente para que, arrimando todos el hombro hagamos un país mejor en el que todos tengamos cabida de una u otra manera, respondiendo a las expectativas de los individuos y los grupos de los que forman parte; o al menos, posibilitando de una manera eficaz la discusión democrática de sus pretensiones.

 

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