Hola papá. Hace ya tanto tiempo. Hay tantas cosas que decir y tan pocas que contar. Tantos sentimientos sin resolver desde la muerte de mamá.
Son muchas las veces que he empezado a escribir estas palabras con las que siempre siento la esperanza de que de alguna manera lleguen hasta ese yo profundo que tu día a día, que tu enfermedad, nos escamotea. Son muchas las veces, tantas como las que las he borrado perdido a veces en la pena, otras en la frustración y algunas incluso en la rabia.
Es el problema, papá, de los lutos no resueltos, de las cuitas que muchas veces la muerte deja a los vivos para que sepan que lo están, pero esas cuitas, esos devaneos diarios con la realidad más lamentable del mundo que vivimos, nos distraen de nuestro duelo y nos llevan a caminos de dolor difíciles de transitar. Si al menos tuviéramos el consuelo de poder pararnos y asumir, o tiempo para prepararnos…
Pero te estoy hablando papá sin que tú entiendas de qué te hablo. Te estoy hablando y asumiendo el duelo por ti, aún futuro, sin poder haber asumido el de mamá que ya es pasado. Que complicado es esto de los sentimientos, que duro pensar, como pienso, que estoy asistiendo a una suerte de velatorio diferido en el tiempo por un alma que ya no acompaña al cuerpo.
Al final tengo la sensación que me estoy imponiendo la ternura que me despiertan tus balbuceos inconexos, que me estoy imponiendo el sentimiento que se despierta cuando veo tu cara que es la de aquel que estuvo a mi lado tantas veces, que me estoy imponiendo una necesidad social de sentir y que acaba convirtiendo el sentimiento en una sospecha. Una sospecha que lacera, que seca, que me obliga a mirar dentro de mí sin llegar realmente a verme, o a saber qué es lo que veo.
Y el duelo sigue pendiente. Mamá tendrá que esperar a que yo pueda volver a sentir sin sospecha, sin miedo, sin necesidad, solamente porque me brote de dentro y pueda deshacerme de esta extraña sensación de negarme el sentimiento que necesito por si no es auténtico. Esta flagelación interior que no me deja lamentar, que no me deja extrañar, que no me deja poder recrearme en mi propio dolor sin sospechar que esté creado por mí mismo.
Al menos me queda el consuelo de que no sufres, de que hace ya tiempo en que tú eres el enfermo pero los pacientes somos los que te rodeamos. Al menos me queda el consuelo de que en tu mundo de murmullos y ensoñaciones, el dolor, el sufrimiento, la pena, no tienen un lugar para desarrollarse. Si, el miedo, si, y ya es bastante triste, pero al menos estás al margen de este mundo y sus miserias, al menos de las morales y de las intelectuales.
No sé, no puedo saber ahora, si estas palabras seguirán el mismo camino que tantas anteriores. Ni siquiera importa. Te he escrito tantas veces porque necesitaba pensar que me escuchabas y ahora, al escribir, tengo la sensación de que solo pretendía escucharme. Es más de lo mismo que ya te había comentado. Ni siquiera fuera de mí consigo dejar de estar dentro.
En fin papá, no sé si me habrás escuchado, no tengo claro a pesar de todo si lo quiero. En todo caso, por si acaso, te quiero papá, o te he querido y me esfuerzo en seguirlo haciendo. Un beso.