El lector esforzado se refugia en libros, y en ellos tiene la oportunidad de captar cosas inesperadas, mil detalles adyacentes a la trama fundamental. Para lograrlo requiere poner en acción todos los sentidos, una operación que trasciende a la lectura en sí y que sirve para la vida misma: se trata de vivir cada momento con la mayor plenitud posible.
Leo ‘Andalucía, pasado y presente’ (Comares), un libro del historiador Manuel Peña Díaz que lleva prólogo de Carlos Martínez Shaw y que encara la realidad histórica andaluza. Proyecta su mirada en medio centenar de piezas, las cuales tienen en común su rechazo a las frases hechas y a los clichés automáticos. Y esto sólo es posible desde la esperanza y la veracidad.
Se señala que san Isidoro de Sevilla, autor de las Etimologías, intervino en un período de manifiesto desprecio al saber entre las elites hispanogodas (como fueron los siglos VI y VII de nuestra era) y que desarrolló una ingente recopilación de lecturas fragmentadas, lo que permitió conectar al Medievo con la Antigüedad clásica. El profesor Peña recalca que san Isidoro demostró que nunca está todo perdido y que el santo cartagenero (de donde procedía su familia) insistía en el buen y abundante leer, porque “la lectura frecuente acrece la inteligencia”.
Yendo de lo local a lo universal, pasamos por lo nacional y acabamos por acercarnos a la memoria histórica de nuestra vieja España, pésimamente planteada de nuevo por el sectarismo y el interés político de corto plazo. Me fijo en el siguiente párrafo de Peña:
“Entre el revisionismo neofranquista y la historiografía republicanista hay un amplio espacio para la reflexión y el debate. Los historiadores deberían lamentar que esos extremos sean dueños y señores en tertulias y bochornosos espectáculos mediáticos. La distorsión y la manipulación de la historia sólo conduce a la confusión y a un vulgar maniqueísmo”.
En efecto, se constata la propagación de historias falseadas para continuar la guerra política por otros medios. Ante la manipulación de las emociones (una ceguera provocada, abiertas amenazas de calumnia) es imperioso hablar claro, con conocimiento y desde la solidez del propio pensamiento, esmerándose en la expresión: sencilla, clara, concisa, talentosa.
No podemos dejar el paisaje de nuestras vidas a la merced de dos bandos que se odian entre sí. Ambos merecen recibir nuestro sentido asco y rechazo.
Desde el ámbito politizado, tanto la extrema derecha como la extrema izquierda buscan penetrar en las mentes de creyentes-súbditos, previamente vaciadas con lemas repetidos hasta la saciedad que obturan el pensamiento. Esto se procura con una brutal falta de miramientos, pues lo que se pretende es impresionar e intimidar a toda costa.
No escuchar ni atender a razones implica no respetar la realidad y ser injusto con el disidente o el diferente. El avance de estas actitudes atenta contra el desarrollo de la vida personal de cualquier ciudadano. Por otro lado, los problemas se agravan de forma crónica y ninguno se resuelve de veras, prometan lo que prometan los extremistas.
Acabemos. Es innegable que, aquí y allá, hay xenofobia escupida sobre los emigrantes pobres, pero no sobre los ricos. Manuel Peña, andaluz y llagostense de adopción, no puede por menos que recordarnos que, al poco de morir el sanguinario Franco, el fatuo Jordi Pujol escribió que el inmigrante andaluz “constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España”.
Cabe añadir, no obstante, que en esas denostadas filas el padre del procés se afanó en captar estómagos agradecidos para su andadura. Así hemos llegado a la situación del día de hoy en la dulce Cataluña, que cantara Emili Vendrell con letra de Mossèn Cinto Verdaguer y música de Amadeo Vives.