¡Ah, secretos!: secretos, secretos, ¡qué hermoso contarlos, qué hermoso revelarlos! Pero, ¿cómo podemos distinguir entre secretos y privacidad, entre privacidad y publicidad?
En un antiguo libro de sociología de Barry Schwartz encontré por primera vez un análisis reflexivo sobre la privacidad y los secretos.
La privacidad es algo que construimos, no se nos concede simplemente. Lo hacemos sin siquiera darnos cuenta, porque somos socializados en comportamientos y en formas de toma de decisiones de manera integral en la vida cotidiana.
Me gustaría saber cómo piensan los demás sobre qué es privado, más privado o menos privado; les pediría abrieran sus recipientes de gestión de identidad he hicieran dos grupos: uno con los temas privados y otro con los públicos.
Les plantearían dos preguntas: ¿Es lo privado-secreto algo que si se desvelara podría causar un daño personal o a las personas de las que somos responsables? o ¿Es lo personalmente significativo?
Algo que es significativo por razones simbólicas muy personales y algo que si alguien más tiene en sus manos podría causar problemas para nosotros mismos o nuestra familia, es muy privado, independientemente de cuál sea el elemento real en sí.
Es interesante que no sea un elemento intrínseco: algunas personas que llevan fotografías de sus seres queridos ni siquiera las consideran privadas; difícilmente son los objetos, sobre los que las personas tomamos la decisión de privacidad.
La privacidad es algo así como una propiedad, es un área que nos pertenece, si así lo deseamos.

Parece ser que no hay nada mejor que los secretos para explorar esa noción de propiedad, pero tal vez lo importante sea la decisión sobre qué hacemos con ellos.
Las personas no solo revelemos selectivamente nuestros secretos, sino que también compartimos selectivamente los de otros. Como resultado, personas del mismo entorno social estan expuestas e influenciadas por información diferente sobre aquellos que conocen y, por lo tanto, experimentan ese entorno de manera diferente. Los patrones de audiencia secreta contribuyen a una estasis en la opinión de los demás.
Las formas en que nos acercamos a las personas y tratamos de crear cierto tipo de relaciones con ellas son absolutamente intrínsecas a este proceso de gestión de la privacidad.
Una de las principales razones por las que estamos tan preocupados por el control y la gestión de la privacidad es por el impacto que tiene en nuestras relaciones con otras personas, con otras instituciones y, por tanto, ofrecer secretos, ofrecer información íntima sobre uno mismo, a otra persona o incluso a una institución, es una manera de disminuir la cantidad de distancia social que existe entre nosotros. Y retener secretos o retener cualquier tipo de información a los demás es una forma de aumentar esa distancia social.
Cuando se desvela cierta información sobre alguien, estas personas inmediatamente reconsideran la naturaleza de su relación. Y hablamos de una privacidad que sienten violada al revelarse una confidencia. Esta es la noción de etiqueta de secreto, la propiedad más privada de nuestras cosas personales. Los secretos son informaciones que no queremos compartir con otra persona, incluso si nos lo piden. Así decidimos de forma preventiva un límite privado, una línea trazada.
En cada ocasión en la que percibamos que pueda ocurrir una divulgación, nos dedicaremos al trabajo del secreto ya que tomamos la decisión de tenerlo y tomamos la decisión de guardarlo. Los sigilos están repletos de decisiones que responden a las preguntas: ¿es este mi secreto? ¿Lo poseo? ¿Tengo derecho a decidir qué sucede con esta información?
Pero, ¿qué pasa con la violación de la privacidad? Los momentos en que se descubren secretos o la forma en que esto incide en las nociones de ciudadanía, individualidad e identidad, también se relaciona con las jerarquías de poder, de aquellos que sienten que pueden invadir y descubrir nuestros secretos.
Se convierte en algo fundamental si equiparamos la posesión de la privacidad con la ciudadanía de pleno derecho. Entonces, el significado simbólico de una violación de la privacidad, es que alguien no merece este derecho fundamental, porque hay algo que permite negárselo.
¿Afecta a la identidad, quita identidad? Sí, si implica tener menos poder no ser capaz de proteger un secreto; de alguna manera, personas más poderosas pueden decidir qué es y qué no es privado. Y, además, elimina la capacidad de administrar la identidad frente a otras personas.
Estamos constantemente involucrados en lo que Goffman llamó administración de impresiones: tratamos de presentar una cierta imagen de nosotros mismos a nosotros mismos y a las personas que nos rodean; si se niega a las personas privacidad, se les está negando la capacidad de controlar lo que otras personas saben sobre ellos, y de moldear su identidad a su libre albedrío.
Las personas que han sufrido invasiones de su privacidad, no solo se vuelven menos poderosas, sino que también se cuestionan su identidad y, de alguna manera, se vuelven menos ciudadanas. Entonces, ¿se cuestiona su ciudadanía?