Se va el caimán

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“Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla”. José María Peñaranda

 

Imagen editada por Mar Outsiders, autor Jukye

Esta evocadora canción, sobre todo para los que tenemos ya una considerable cantidad de años, nos recuerda tiempos mozos, recuerdo ligado a la, a veces risible, a veces terrible, censura franquista. Fue esta “institución” la que llegó a poner en su lista de canciones prohibidas esta pegadiza canción, en la rocambolesca interpretación de que el caimán era el mismísimo Generalísimo, y el hecho de que se fuera a algún lado era por una victoria de la resistencia. De aquella resistencia, mayor de lo que el régimen llegaría nunca a admitir, y mucho menor de lo que muchos, demasiados,  reclamaron muerto el dictador, que aprovechó la ocurrencia de la censura para darle la razón, y convertirla en himno jocoso de una oposición más estética que beligerante.

Hoy, la canción ha vuelto a mi mente en sus connotaciones políticas. Hoy, me he encontrado tarareando, parafraseando, el estribillo de marras y poniéndolo de plena actualidad: “Se va el caimán, se va el caimán, se va para Cataluña”. ¿Sabéis esa musiquilla pegadiza, machacona, que se pone en vuestra cabeza un día y a pesar del hartazgo no puedes parar de repetir una y otra vez? Pues eso, se va el caimán, se va para Barcelona. Y tanta paz lleve como inutilidad y sectarismo deja.

Seguramente se va el peor ministro de Sanidad desde que existe tal cargo. Su incompetencia, su fidelidad al partido, y no a las obligaciones de su cargo, su incapacidad para crear un equipo que se enfrentara a la peor crisis sanitaria que haya vivido el mundo, su incapacidad para gestionar recursos, infraestructuras, planes de choque, contra la pandemia, su inutilidad en la imprescindible comunicación veraz, contrastable, de los datos, recursos y medidas adoptadas, su absoluta subordinación, entrega, a las consignas de sus superiores políticos, han hecho de Salvador Illa, Doctor en filosofía, Inútil en sanidad, a un personaje que seguramente dejará huella en la historia como uno de los más nefastos gestores que haya padecido el pueblo español, incluida la parte del pueblo español que no acepta serlo y a los que se ha ofrecido el señor Illa para alegrarles la vida.

Estoy seguro, y dios quiera premiar mi seguridad con la certeza, que Salvador Illa es eso que llamamos un buen hombre. Una persona que impregna su entorno de bonhomía. ¡Faltaría más! Pero dios no lo había llamado por el camino de la responsabilidad. Dios no, pero si Pedro Sánchez que lo metió en el gobierno cumpliendo sus cupo catalanista, en un lugar que, a priori, no tenía mayor relevancia, ni complicación.

Pero el presidente del gobierno propone y la vida dispone, y la vida dispuso que ese puesto sin relevancia, sin brillo, sin unos requerimientos especiales, por mor de un invisible bichito, se convirtiera en el ministerio de mayor impacto mediático del gobierno, que Marlasca me perdone.

Así que de la noche a la mañana, sin comerlo ni beberlo, ni su escatológica continuación, aquel señor gris, con traje a juego con la personalidad, con aires de universitario de los formales, primera fila, apuntes rigurosos y alumno aventajado sin ideas propias, de filósofo amanuense, con peinado anodino, a juego con su verbo, se convirtió en la estrella de los informativos, de los periódicos, de las reuniones internacionales. Y no estaba preparado para ello, su única preparación sanitaria era la de cobrar su sueldo de ministro, dejar hacer al inexistente comité de expertos que tenían que acometer la parte técnica y, como mucho, dar la cara de vez en cuando para repetir, como responsable, como loro responsable, lo que le hubieran dicho que tenía que decir. Y si así era en un principio, así ha seguido siendo hasta el final.

Hasta este final en que se va el caimán, se va el caimán, se presenta a candidato. Dicen que los catalanes están entusiasmados con su presencia. Que su arrebatadora presencia de noi de la burguesía más pro sistema, va a dar un vuelco a las encuestas electorales. No sé, es verdad que no puedo presumir de entender a los catalanes, posiblemente me falte soberbia nacionalista, me falte superior visión periférica de lo ajeno, pero me resulta incomprensible que una personalidad gris, un gestor manifiestamente incapaz, un funcionario de “adjunto remito”, pueda crear ningún tipo de expectativa en nadie.

Seguramente me equivoco, y no soy capaz de apreciar los ocultos valores de alguien de quien ningún hado ha logrado revelarme sus capacidades, que no dudo que las tenga, pero que me parece evidente que no son públicas.

En esta caso, sea para Barcelona, sea para Barranquilla, o simplemente para su casa, lo que me congratula es que se va el caimán, y que su falta de personalidad se va con él. Esperemos no añorarlo en ningún momento, y que el siguiente, la siguiente, no lo haga bueno.

 

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