SE HA MUERTO WALERICO

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Las movilizaciones agrarias en España comenzaron el mismo día en que dos octogenarios de nombre improbable se estrellaron con su coche en una carretera comarcal. Por razones estadísticas, ambas noticias importan ya muy poco.

Walerico
Walerico

Walerico Burgoa falleció el pasado 30 de enero, a los 83 años, a causa de un accidente de tráfico ocurrido en una minúscula localidad vallisoletana. Iba acompañado por Acindino Escudero, quien ha sobrevivido aunque se encuentra grave, porque el coche en el que circulaban se incendió. La prensa no se ha hecho eco de esta noticia por su gravedad, sino por su rareza. La probabilidad que tenían dos personas con semejantes nombres de viajar juntos en un mismo vehículo (del 0,000000000006660318%. Sí, hay 11 ceros) es muchísimo menor que la que tenían de tener un accidente (0,1428%). Calculen la probabilidad de que ambas cosas hayan sucedido al mismo tiempo: nos vamos a los 15 ceros. Claro que a lo mejor estos dos señores iban de excursión a menudo y desmentían constantemente las predicciones estadísticas. Por la sencilla razón de que vivían en una de esas regiones de la España vaciada, o vacía, o despoblada, o fantasmagórica, como quieran llamarla, donde antaño tenían la formidable costumbre de bautizar a los recién nacidos con el santo del día. Celebrándose también San Hugo, San Ágape, San Celso de Armagh, San Gilberto de Caithness y San Pedro Calungsod el 1 de abril, no se puede negar cierto sadismo rebuscado a los padres don Walerico, entonces una criaturica.

Por aquellas mismas fechas dio comienzo la movilización del campo español, siguiendo la estela de los manifestantes europeos (a los franceses les dio, cómo no, por tirar fruta española; nosotros hemos acabado haciéndolo con la marroquí, y es que todo se pega). Durante mucho tiempo los medios de comunicación han seguido las protestas, algunas violentas (cuidado que el ojo de Mordor del juez García-Castellón podría considerarlas como terrorismo), y nos han puesto sus tractores a pasear por la Castellana de Madrid, la Plaza de Cataluña de Barcelona o las calles de Sevilla. Ha sido una marea de chalecos amarillos y, en muchos sitios, banderas españolas (no se les fuera a confundir con agricultores eslovenos), que nos han recordado el malestar del campo patrio, y por ende el europeo, con la terrible situación que atraviesan. Y durante unos días, ha parecido que nos importaban algo.

Ya se ha hablado en estas páginas de la gravedad de la cosa. Y es que ser agricultor o ganadero no es un buen negocio. Sus reivindicaciones son, por lo general, justas, y aunque pueda achacárselas una cierta lentitud en incorporar medios tecnológicos a la gestión de sus explotaciones, la realidad es que son los últimos monos y nadie les hace ni caso. Pero claro, cómo no va a pasar eso: la agricultura y la ganadería representan unos 31.000 millones de euros del Producto Interior Bruto de España, es decir, solo un 2,34% (frente a un 3,15% en 2020). La industria alimentaria, por su parte, produjo por un total de 142.000 millones de euros. Y la facturación de hipermercados y supermercados se elevó el pasado año en España alcanzó los 104.410 millones de euros. Hagan las cuentas y vean dónde están los márgenes en las cosas del comer. Por medio hay transportistas, mayoristas y otros “istas” que se encargan de que al agricultor le queden, ya saben, eso de los 15 céntimos de euro por cada kilo de patatas que produce.

La culpa de todo esto, por supuesto, la tiene Europa, y sobre todo el gobierno (este ¿eh?), que no hacen nada: ni PAC ni POC. Hay algo de cierto en todo esto, qué duda cabe. Aunque repatee que, como siempre, esos politicastros, que se suben a un caballo y hacen capeas y cosas de campo cuando hay campaña electoral, hayan sacado provecho de todo esto y ya vayan pidiendo salir de la Unión Europea (además de colgar al presidente por los pies, pero esto ya lo piden por cualquier cosa: basta con quedar mal en Eurovisión). Numerosos jóvenes españoles, valientes soldados de la guerra cultural, a pesar de no haber visto un tractor o una vaca viva en su vida, se suman al jaleo y difunden vídeos de TikTok con un entusiasmo sindical que no muestran cuando cierran unos astilleros, por ejemplo. Por qué será. A lo mejor porque los obreros no llevan banderas de su gusto.

Pero ¿no será que al sector agrícola y ganadero le ha llegado hace tiempo la globalización? Si nos gusta comprar cosas chinas en Amazon, ¿por qué no vamos a comer aguacates de Ecuador, chuletones ucranianos, lentejas canadienses o naranjas argentinas? Yo tenía un conocido que vivía de una pequeña fábrica de artículos promocionales; hace más de treinta años que tuvo que cerrar y poner un negocio de frutos secos y chuches, así que pregúntenle por los chinos. El pobre hombre no se pudo montar en un tractor, ni manifestarse en La Castellana. Simplemente, lo barrió el mercado: no pudo competir. Viva el anarquismo, y la libertad y todo eso, pero nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Ahora va a resultar que el gobierno (los gobiernos, porque el problema es europeo) tiene que poner freno a los desmanes del capitalismo. Acabáramos. Haber empezado por ahí.

Más cifras: el turismo supone 186.596 millones de euros de PIB; la hostelería, unos 37.000. Juntos son siete veces más grandes que el sector agrícola y ganadero. Se comprende que poder tomarse una cerveza en la calle sea una cuestión de vida o muerte para algunos políticos. Y que esta historia de los agricultores no sea más que una palanca en la que apoyarse para dar leña, y algún día ponerse ellos donde están ahora los otros. Una palanca que tiene los días contados, claro. Porque ¿saben cuántos agricultores y ganaderos hay en España? Pues 220.113 agricultores y ganaderos (no cuento a los asalariados), es decir, el 0,46% de la población española.

O sea, algo más que los Walericos y Acindinos. Pero, a efectos prácticos, igual de irrelevantes. ¿O se creen que los políticos no saben hacer los mismos números?

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1 COMENTARIO

  1. Hay verdades incómodas que empiezan a plantear cuestiones tan elementales como el dónde comprar los garbanzos y los huevos, sobre todo si no tenemos huerto, jardín o tiestos (que falta hacen)

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