Si mantener incorrupto el cadáver en una monja es verdaderamente un milagro del Altísimo, entonces los designios divinos son más díficiles de leer que el Ulises de Joyce.
La hermana Mary Wilhelmina Lancaster, fallecida en 2019, fue exhumada hace unos meses del jardín conventual en el que fue enterrada, para ser sepultada en el altar de la iglesia. Sorpresa: ropas intactas, cuerpo más o menos momificado, pero desde luego, no corrompido. Vaya, que no se lo habían comido los gusanos. Milagro, milagro. Pronto se presentaron en la congregación de Gower (Misuri) todo tipo de peregrinos y morbosos para contemplar el cuerpo de la monja. La superiora del convento asegura que han sido decenas de miles. Solo faltó Ìker Jiménez, aunque quién sabe. La foto refleja uno de esos momentos en los que dos fieles tocan las manos de la difunta, que tienen la textura del chocolate derretido (la hermana era afroamericana, como se dice ahora). En las manos de vivos y muerta se deslizan las cuentas de sendos rosarios, de mejor calidad y precio los de los venerantes que el de la venerada, que parece hecho en China con cuentas de plástico. Ya se sabe: el muerto al hoyo…
La expresión facial de la hermana Mary, es cierto, produce la sensación de estar durmiendo, aunque se le escapa cierta sensación de fastidio, como cuando una mosca pesada te molesta durante la siesta. Quizá ella no tenía previstos tantos tocamientos post-mortem. Por si alguien se molesta, en realidad no hablamos de la monja fallecida, sino de sus despojos sorprendentemente bien conservados.
Se ha abierto ya el proceso de investigación de un posible milagro por parte de la Iglesia, que podría conducir a una beatificación y posterior canonización. La diócesis de Kansas (que así dicho, parece un oxímoron) ya ha pedido discreción y calma. Porque vaya fatiga, meterse ahora en semejante charco, y tener que comprobar fenómenos extrasensoriales en la era de Tik-Tok. De momento la parte interesada, o sea las monjas del convento han aportado testimonios de curaciones milagrosas de todo tipo.
La mujer de mi primo, con poco más de cuarenta años, ha estado luchando contra un tumor durante años. Ha perdido. En el momento en que se publiquen estas líneas, seguramente ya haya fallecido. Su marido la estará llorando y sus hijas la extrañarán toda su vida; la más pequeña es tan niña que es posible que el paso del tiempo, cruelmente, acabe sustituyendo los recuerdos por la imaginación. Me pregunto por qué no hubo un cadáver incorrupto a mano, porque estoy seguro de que, por salvar la vida, mis primos lo hubieran intentado todo. Debería haber uno en cada parroquia.
Pero es que dicen los caminos del Señor son inescrutables. Nos dio el libre albedrío, y todo eso. No debemos pedir a Dios cosas tan mundanas que solo nos benefician a nosotros: se empieza por desear una ayudita con la lotería y se termina implorando un trombo en la cabeza del presidente del Gobierno, para putodefender España. Lo comprendo. Además hay que tener cuidado, que la cosa va en plan random: sacas al pueblo en procesión para que llueva y lo que te toca es un incendio de sexta generación.
A mí más bien me parece que, de haberlas, las altas esferas celestes son una especie de enorme ministerio desbordado, lleno de funcionarios chapuceros que no dan una a derechas. A lo mejor les ha parecido bien malgastar un poco de energía cósmica en conservar el cuerpo de una forofa, y se han quedado sin tiempo para evitar las degollinas en las granjas del sur de Israel, o la caída de escombros sobre niños heridos en hospitales, y tantas otras cosas que ustedes y yo podríamos poner en una lista inacabable. Ya que se ponen, los milagros deberían tener algo más de enjundia, digo yo. A lo mejor es que Dios es en realidad el sombrerero loco de Lewis Carroll y todo esto le hace una gracia tremenda.
A lo mejor, como han dicho los médicos, el cáncer de mi prima estaba tan extendido que no se podía hacer nada. A lo mejor es que existe un proceso químico que se llama saponificación (y que es más habitual de lo que se piensa) que ha preservado el cuerpo de la monjita con extraordinaria delicadeza, y ni milagro ni nada. A lo mejor es que en esta nave a la deriva, que flota solitaria por el espacio, floreciente de vida y de muerte, lo único que podemos hacer es darle un poco de amor a nuestros seres queridos. Y agradecer a lo que uno estime más conveniente, por ejemplo a las leyes de la termodinámica, que un día más seguimos vivos.
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