Da igual qué profesión tengas, seas alcaldesa, parlamentaria, ministra, pescadera; tu nivel económico, estatus social, altura de miras. Da igual. Si eres mujer y te equivocas, opinas, diverges, ironizas o pretendes dirigir algo, da igual. Eres mujer y los adjetivos insultantes que te dirigen son, por este orden:
Si eres joven: puta y/o tonta.
Si has cumplido los treinta y vas para arriba: vieja, mal follada.
Si te tiñes el pelo: rubia de bote.
Si no te tiñes, no te maquillas, o te vistes deportivamente: bollera/camionera.
Da igual. Seas albañila o fontanera, abogada o minera. Siempre da igual. Porque para ellos, los bípedos descerebrados penipensantes, somos o putas o viejas, o putas o bolleras, o rubias de bote.
Contaba una abogada hace tiempo, que en su contestador telefónico, solo había un insulto, fuera el que fuera el pleito ganado (insultan los que pierden, claro) la palabra era: puta. Con las adjetivaciones que se quieran añadir: “no te tocan ni con palo, lo que necesitas en un pollón, malfollada”. En sus variaciones más diversas, el insulto era ese, únicamente. Nadie le decía lo mala profesional que era, no, solo era: puta. La abogada era joven, no se teñía el pelo y se maquillaba, claro.
“Da igual. Seas albañila o fontanera, abogada o minera. Siempre da igual. Porque para ellos, los bípedos descerebrados penipensantes, somos o putas o viejas, o putas o bolleras, o rubias de bote.”
Ha sido noticia como el cantante de canción melódica y grito ovejuno, Francisco, homenajeó a Monica Oltrá, con un párrafo que pueden consultar en otros medios. Le omito porque mi artículo de hoy, está quedando demasiado escatológico. No llama a Mónica Oltra mala política o gamberra, o… No, le llama lo que nos llaman a todas, quizá un poco más, por la baja estofa intelectual del cantante melódico/gritón.
En esta semana un cúmulo de situaciones en las que de forma fortuita me encontré dejándome anonadada por ser simultáneas, me sobrecogió por la contundencia en el desprecio y el insulto. Manteniendo una discusión, política, entre tres hombres, me atrevo a opinar con una frase ligeramente irónica y ¡zasca! como un áspic venenoso, el más perniquebrado de los contendientes se vuelve hacia mí, y me lanza: “rubia de bote”. Así, sin más argumento, porque el bípedo penipensante, considera que yo solo tengo pelo rubio, y de bote, corrobora, que no natural. No merezco una reprimenda, una respuesta, no, tan solo: “ como se atreve e opinar una rubia de bote”.
Encargo algo a un persona, cometo el error de creer que vive en mi ciudad, no siendo así, me contesta mal, afeo su descortesía y me espeta: “vieja malfollada con pelo rubio de bote” Obsérvese el retruécano del interfecto.
Participo de un grupo de trabajo literario; por inacción del resto, y el espoleo de la persona que dirige el proyecto, tomo la iniciativa de activar el ritmo de trabajo. Se coordina cada uno/a, mantienen acuerdo sobre lo que se debe hacer, hasta que llega un macho alfa, y considera que no. Hay que esperar a que “él” traiga sus colaboradores que “supervisen” el trabajo del resto (casi todas mujeres) respondiendo el grupo con aquiescencia total. Automáticamente se aparcan las condiciones pactadas: el macho alfa, se ha manifestado, hay que hacerle caso. Porque “él” sabe y yo solo soy una mujer que lleva treinta y dos años dirigiendo una empresa, ha criado hijos, escribo, publico…pero soy mujer…y rubia de bote.
Soy de la misma opinión que Barbi Japuta, cuando dice, que hay que responderlos con contundencia. Voces buenistas nos aconsejan: “calla, son tontos, no les hagas caso, tú sigue tu camino, no te pares, no te irrites” Y no, nuestro silencio los anima, siguen campando por los feudos, y si en algún momento te cogen a contrapié, un poco baja de moral, te destrozan. No hay que callar, creo, que hay que responder, plantando cara a esos bípedos penipensantes y decirles que pueden meterse su misoginia donde encuentre acomodo, pero con aspaviento, sin mesura, enfurecidas. Una de dos, o se intranquilizan por miedo, o se quedan contentos porque piensan que necesitamos un pollardón como la Oltra. O que somos viejas, frustradas, y rubias de bote. En ambos casos, les incomodamos. Dar respuesta al segundo supuesto, suele ser tarea ardua para casi todos ellos. Y quizá, ése sea su gran problema.
María Toca Cañedo