ROBO Y ESTAFA CON INDEFENSIÓN

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Como tantos otros días, cogí el metro de Barcelona. Desde hace un tiempo, trato de simplificar mi vida al máximo: el monedero y las llaves en un bolsillo y el móvil en el otro: nada de bolso ni de mochila, e ir ligera de equipaje.

Consulté el móvil por el camino, como tantos otros, pero en algún momento, como acostumbro, lo deposité en el bolsillo derecho.

A mi izquierda, una señora acariciaba a su perrito minúsculo vestido con corpiño rojo. Delgadito, embutido en su traje y su pellejo, me miraba con ojos huidizos mientras su dueña me comentaba: es muy buena.

  • ¿Puedo acariciarla?
  • ¡Claro!
  • ¿Hace mucho que la tiene?
  • Sólo 4 años, desde la pandemia. Aquello fue un acierto; ¡no sabe cómo me acompaña!.
  • Me lo puedo imaginar: encontrar alguien que te festeje en casa a la vuelta…
  • ¡Ah, mi parada! Y bajé súbitamente del vagón con un malestar extraño; palpé el bolsillo derecho con aprensión: mi móvil había volado. Claro, me encandilé con el perrito, las caricias, el cuerpo de la carne, algo a lo que aferrarse.

Llamé de inmediato a la compañía de teléfono para bloquear la línea y al día siguiente me desplacé a la tienda de telefonía para comprar otro móvil.

-Ayer me robaron el móvil, dije. Necesito otro.

-No se preocupe, le llegará a casa en 48 horas.

-Prefiero llevármelo ya.

– Eso no es posible; no tenemos el producto en tienda.

-Sólo tiene que irme dando sus datos.

Y así fui aportando uno a uno los datos que me pedía para comprobar que efectivamente yo era yo. Estaba bajo sospecha. Son tantos los delitos de suplantación que se cometen cada día.

Hasta que llegó un momento en que el dependiente me dijo: ahora recibirá un código en su teléfono. Lo necesito para completar la compra.

– ¿Mi teléfono? Justamente he venido porque me lo han robado, dije perpleja.

– Bueno, quizá puede utilizar el móvil de un amigo, insistió.

– ¿No tiene tarjetero? Le pago en efectivo, respondí yo.

– Lo podemos hacer con mi móvil, añadió resolutivo.

Me resistí un tanto, pero me tranquilizó: no se preocupe, luego borramos sus datos de mi móvil.

  • Bueno, si no hay más remedio…

Y así proseguimos a realizar una compra on-line sin ningún tipo de garantía.

– Mire, he borrado todos sus datos, dijo cuando consumó su tarea. Le llegará el móvil en unas 48 horas.

– Yo trabajo, no estoy en casa. ¿Cómo hago?

– Le avisarán por sms.

– Si no tengo móvil, insistí.

Durante toda la semana estuve llamando por teléfono a la compañía con esperas larguísimas y me decían una vez tras otra: le avisarán por sms; y yo repetía: por favor, por e-mail, que no tengo móvil.

Volví a la tienda y pregunté por el chico cuyo nombre todavía recuerdo, pero había otro. Me puso al teléfono con su jefe, que me dijo: mire, no nos consta su pago. Horror, desespero, todos aquellos días de llamadas desesperadas… todo en vano.

De vuelta a casa miré la banca on-line y no había cargo alguno de la fecha de la “compra”; había otro de cantidad parecida (no igual) realizada 4 días después (Zara on-line). Pero yo no compro ropa y menos on-line. Recuerden mi compromiso con la vida simple.

La historia continúa: por esa curiosidad de detective que me caracteriza y por la ansiedad y soledad por andar sin móvil y sin tarjeta, acudo con un amigo a otra tienda para consumar el proyecto de compra y comprobar cuál era realmente la dinámica de la tienda.

Más de lo mismo: tuvimos que utilizar el móvil de empresa. A la fuerza tuve que dar mis datos bancarios. E igualmente falló la operación, pues el móvil no llegó nunca. Finalmente tuve que comprarme otro liberado en una tienda pakistaní.

Los Mossos d’Esquadra acogieron la denuncia del robo del móvil, pero mi historia Kafkiana no les interesó mucho: ahora las compras de teléfonos en tienda funcionan así. Pero insistí en que hicieran constar en la denuncia esa mala praxis de algunas compañías telefónicas que vulnera la privacidad y seguridad bancaria propiciando el abuso o incluso causándolo. Cosas veredes en estos tiempos de instrucciones desdibujadas que confunden a todos.

Los que inocentemente crecieron entre valores y afirmaciones sobre lo bueno y lo malo, lo legal y lo ilegal, nos sorprendemos de día en día por la indefinición de las normas y los roles sociales donde todos parecen haber perdido su lugar y se da por bueno un delito contra la privacidad de los datos. Profesores, médicos, abogados, peluqueros…pensaron que eran profesionales con un desempeño, una dignidad y una responsabilidad. Ahora son seres adaptativos  que siguen a ciegas las instrucciones abstrusas, imprecisas y virtuales típicas del desgobierno.

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