Llevo meses sin pensar en el virus, y hacía tiempo que no pensaba en Don Quijote, hasta que de repente una confidencia del búho sabio relacionando sus estudios juveniles de literatura en detrimento de la milicia, pues a su juicio aquella es más provechosa para la humanidad, me ha recordado en cambio el valor que Cervantes daba al soldado, al punto de vanagloriarse por haber perdido la mano en la más alta ocasión que han visto los tiempos pasados y no verán los venideros, y esto sin que, por asomo, el ilustre escritor, maestro y hermano, hubiera preferido no estar en Lepanto, ello aunque tuviera que volver a sufrir las heridas padecidas, pues si estas, dice Cervantes, no son estimadas por aquel que no estuvo en la batalla, sí lo son en la estimación de aquel que sabe dónde se cobraron, y así las cosas y porque llevo tiempo sin pensar en el virus y habiendo traído a Cervantes a cuento y también ese su prólogo a la segunda parte del Quijote, me he dado cuenta de que un ejército lucha contra otro estigmatizado como enemigo, y he pensado también que los escritores formamos un ejército que lucha contra la ignorancia de los pueblos, recordando –anote el lector – que el búho sabio guerreaba de joven alfabetizando a los niños de la selva donde vivía (¡qué hermosa cosa!), de lo que se concluye que Toni es guerrillero y literato y que cualquier día es bueno para reunirte con aquellos que palpitan por lo mismo y por lo mismo se apasionan. Bajo la carpa cósmica las estrellas nos alumbran y todos somos iguales.
Reunión de pastores oveja muerta, dice el refrán. Es decir, se sacrifica una cabeza de ganado y se pierde dinero, pero ¿de qué serviría la vida si no tuviera estos momentos plenos de sentido y fraternidad entre los hombres, cuando tantas batallas hemos de librar por separado? Hemos matado la oveja para comérnosla con nuestro joven contemporáneo, que no coetáneo, Rubén MARZA, a quien el lector de PLAZABIERTA ya conoce porque aquí nos deja su prosa enérgica y presurosa, que no apresurada. Quería que se conocieran y que se respiraran y rieran juntos y que hablásemos de cosas de todo tipo, con y sin importancia, al arrumaco caliente de una buena paella en el bar del camping de la Fileta, en plena Marjalería de Castellón de la Plana, lugar maravilloso donde Dios, pero el dios de verdad, que es mezcla de ruiseñor y delfín, me ha traído. Yo soy un elefante, el búho es un búho, pero nuestro contemporáneo, que no coetáneo amigo, aún no asoma figura animal, si bien podría ser un ñu camino de convertirse en guepardo, lo cual no sería extraño si se piensa que yo mismo he sido león antes que fraile y que todo tiene su tránsito hasta la quietud.
No hay nada parecido a la alegría ni mayor poesía que la hermandad, ni mejor regalo que la bondad de corazón. El búho creció en la selva de Honduras y en Nicaragua, Rubén es un chico crecido al rumor suave del Mediterráneo y yo soy entre celta cantábrico asturiano y mesetario de Castilla. Desde allí, hemos seguido el mapa de la vida hasta converger en un punto tan emblemático de Castellón como la Marjalería para perder la tarde de un domingo entre risas, lecturas de poemas, chanzas, toques de esgrima, evocaciones del pasado, y algún entrelineado de la nada en cuyo vacío, al fin, hemos descansado. Nada productivo, tan sólo una oveja muerta. Y eso que R